El cambio de expectativas en estos últimos días fue notable. El optimismo de los inversores se mantuvo inamovible. Ni la Ley con aumento de impuestos para sectores de alto poder adquisitivo ni la baja en la calificación de la deuda a default restringido fueron motivos para moderar la ola de compras en la bolsa porteña. Los números hablan solos. Los bonos acumularon subas de hasta 50 por ciento en el mes. Las acciones ganaron hasta casi 60 por ciento en diciembre.
El interés por los activos argentinos llegó distintas partes. Hubo grandes fondos del exterior que hasta ahora esquivaban el riesgo local y en las últimas semanas comenzaron a apostar fichas de mediano plazo. Pero también hubo fondos que invirtieron en los últimos años y decidieron mantenerse en el mercado interno. Fue el caso de Pimco: la última semana renovó gran parte de sus colocaciones en pesos. En el mercado especulan que volvió a comprar títulos por casi 8000 millones de pesos.
El optimismo renovado de los inversores puede pensarse a partir de distintos frentes. El primero es que el nuevo equipo económico fue exitoso para transmitir un mensaje: la prioridad en los próximos meses es tranquilizar la economía. La tranquilidad en la Argentina implica una única cosa: evitar la volatilidad cambiaria y saltos abruptos del tipo de cambio. Los controles cambiarios estrictos (reforzados con impuestos para el ahorro y el turismo) fueron la señal de prudencia que necesitaba el mercado.
La discusión de los últimos días sobre si existe o no un plan macroeconómico integral no resulta interesante. El equipo económico usa una regla más efectiva para tomar sus medidas: hacer todo lo opuesto a lo que se hizo en los últimos años. Por ahora dio resultados para cambiar las expectativas del mercado. Controles cambiarios, reducción de las tasas de interés y apuesta por un esquema productivo en lugar de financiero.
Los anuncios de las últimas semanas mostraron que el dólar no es el único frente en el que se buscar recuperar el control. El equilibrio de las cuentas públicas es otra prioridad. La consistencia fiscal se busca a partir del aumento de los ingresos (suba de las retenciones a las exportaciones y de los bienes personales) y no con el recorte de los gastos. El criterio principal para avanzar en esta dirección es que no es cierto que mejorando la rentabilidad (con quita de impuesto) aumente la inversión y por esta vía el empleo.
El plan económico incorpora también una estrategia explícita para enfrentar los problemas de precios en el mercado interno. El proceso inflacionario busca atacarse reacomodando la estructura de costos de la economía. Esto implica la presencia del Estado para organizar el cambio de los precios relativos (tipo de cambio, tarifas y salarios). Los controles al dólar son una de las claves para evitar que la devaluación reavive la inflación mientras que la estrategia tarifaria es otra ancla para frenar la inercia.
El tercer elemento para frenar la inflación empieza a contarse a partir de ahora y se vincula con las negociaciones salariales. El objetivo del pacto social es bajar la nominalidad de las paritarias. Se trata de una tarea que debe hacerse con importante cuidado para evitar que en 2020 los asalariados vuelvan a perder capacidad de compra. El equipo económico deberá tener un rol activo en este punto porque los salarios van a subir en función de lo que se negocie pero las remarcaciones no necesariamente van a respetar la cifra pautada.