La llegada de Alberto Fernández al gobierno resultó, sin duda, la mejor noticia para la conducción de la CGT. Los puntos de coincidencias son múltiples y aunque la economía pase por su peor momento siempre es mejor tener a un presidente del palo que uno que desprecia la organización sindical. Esto es lo que ocurrió, a grandes rasgos, con la gestión macrista. El vínculo con el gobierno que ya fue nunca fue bueno pero tampoco fue malo. La confrontación, y eso que hubo motivos, no fue el denominador común de estos cuatro trágicos años. La renuncia de una cantidad importante de miembros del consejo directivo, por diferencias con la estrategia del secretariado general, prueba que la organización sindical más importante del continente no salió indemne a los años neoliberales. En este contexto, el proceso de unidad que se declama y reclama –poniendo de ejemplo la reunificación del peronismo-- resulta por ahora complejo y difícil de visualizar.
A grandes rasgos hay dos grandes grupos dentro de la CGT. Los que a simple vista se pueden denominar como dialoguistas (a veces en exceso) son los que conducen la central obrera. Por supuesto que la condición de estos gremios no sólo está relacionado por la característica de sus dirigentes sino también por el tamaño del sindicato y por su historia. Acá es donde abrevan los denominados gordos e independientes. Luego están los más confrontativos, donde Camioneros aparece como el mejor representante, aunque este gremio a veces sea tan o más dialoguista (con sus particularidades) que el otro gran grupo.
Ninguno de los dos grandes sectores puede jactarse de ser mayoría. En todo caso, los gordos e independientes supieron sostenerse a los cimbronazos vividos durante el macrismo y continúan al frente de la CGT. Es más, ese control de la superestructura sindical les permitió participar en la construcción de la unidad del peronismo y ponerla a disposición de les Fernández una vez que se definió la fórmula presidencial primero y el gobierno después. Una tarea necesaria pero que les permitió eludir cualquier evaluación de su conducta durante los años de Macri.
Durante el gobierno de Cambiemos, la conducción de la CGT estaba representada por un triunvirato que explicaba la inexistencia de una corriente interna mayoritaria que impusiera un único secretario general y un perfil definido de la central sindical. La división por tercios no era exacta pero se aproximaba a la realidad. Esa condición conspiró desde el comienzo con la elaboración de una posición unificada frente a las políticas del gobierno. A pesar de que Macri jamás mostró o hizo algo que sea favorable a los trabajadores, la conducción de la CGT convocó a cuatro paros generales. El quinto fue el que organizaron lo que se conoció como el Frente Sindical para el Modelo Nacional, una confluencia de gremios alejados integrados por la Corriente Federal de los Trabajadores con la participación del Smata (mecánicos) y que al último se sumaron los camioneros. Los paros contra Macri le fueron prácticamente arrancados a la conducción de la CGT.
El necesario armado del frente político del peronismo para las elecciones presidenciales le permitió al sector dialoguista obturar cualquier medida de acción directa. El argumento principal era que la central sindical entendía que el estallido social estaba a la vuelta de la esquina y no querían ser ellos los que encendieran esa mecha que, entendían, sólo podía llegar a beneficiar a la reelección de Macri. Si bien esa posibilidad podía ser cierta, lo real es que la conducción de la CGT nunca se planteó ser la organizadora y gestionadora de esa protesta social. Una tarea que cedieron sin cargo de conciencia a los movimientos sociales que ahora, con la conformación de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) se presenta, aunque todavía en un lejano horizonte, como uno de los posibles protagonistas de la vida interna de la central sindical.
El frente político también impactó en la estrategia gremial del otro sector cegetista cuya referencia principal estaba en el heterogéneo Frente Sindical. Este depuso por un tiempo la búsqueda de una reorganización, con cambio de conducción, en la CGT. Esa postergación no tiene una fecha límite porque el nivel de crisis que provocó el macrismo hace imprescindible sumarse a las diferentes propuestas de Fernández como la rúbrica del Compromiso Argentino para el Desarrollo y la Solidaridad, que sirvió como paso previo para convocar y conformar el Consejo Económico y Social pero también acumular respaldo a la negociación con los acreedores de la deuda externa generada por Macri.
La suspensión obligada de ese debate interno que adeuda para sí la CGT beneficia a la conducción dialoguista que diluye esa cuestionada pasividad que tuvo para con el macrismo. Pero sobre todo favorece a esos gremios que militaron sin rubor el macrismo, como Uatre (peones rurales) o panaderos, y que ahora retornaron al edificio de la calle Azopardo como si nada hubiese sucedido. Por supuesto que los gremios combativos también se deben un debate porque no lograron cohesionar una estrategia para transformar la CGT no sólo en un espacio para confrontar con las políticas liberales sino en una organización gremial que desde una posición de fuerza y convicción pueda sentarse a negociar mejoras, defender los derechos de los trabajadores y concretar nuevas reivindicaciones en este contexto político ahora favorable. Tal vez y solo por ahora, el único gremio que vio la necesidad de avanzar con propuestas fue el Smata que conduce Ricardo Pignanelli a través del acuerdo social y productivo para la industria automotriz que incluye a los industriales, autopartistas y los gremios que participan de esa actividad económica. Una movida que le permitió al presidente Fernández mostrar un ejemplo concreto del pacto social que pregona.