Es la historia de muchos argentinos, pero al revés. Pauline Aubry se tomó el avión para conectar con sus raíces y la historia familiar. Pero mientras muchos connacionales viajan a España o Italia buscando la tierra de sus abuelos, ella se tomó un avión en París para aterrizar en Ezeiza, siguiendo los pasos de una bisabuela. Esperaba encontrar mucho campo, gauchos, indios e incluso leopardos (la mitología familiar no era muy rigurosa con la fauna autóctona) y se encontró trabajando en un estudio publicitario de Puerto Madero. Cosas que pasan. En la Argentina Aubry vivió año y medio y cuenta esa experiencia en Los descendientes, una novela gráfica que lanzó recientemente el sello Tren en Movimiento.
Los descendientes tiene varias virtudes. La principal de ellas es que se trata de una autobiografía perfectamente autoconsciente. Si Pauline llegó veinteañera al país tras los pasos de su antepasada, soñando con un príncipe azul y la vida aventurera, pronto descubre que no tiene madera para eso. Y la Pauline treinteañera devenida historietista lo expone con una claridad inusual en el género autobiográfico. Es en esa aparente banalidad donde está la fuerza de su historia. Aubry sabe que su formación de “chica medio chetita de París” no la va a llevar a salvar el mundo, pero puede señalar los mecanismos que la transformaron en la persona que es hoy. Por eso, asegura en la entrevista con Página/12, se siente argentina. “Nací un poco viviendo acá”, reflexiona.
“¿Qué es ser de un país? Si conocés mucha gente, el idioma, te gusta la cultura y cada vez querés saber más... bueno, yo creo que soy un poco argentina, o al menos quiero serlo”, plantea. Como para muchos compatriotas, en su historia familiar tambén hay inmigrantes pobres y barcos que llegaban al puerto de Buenos Aires con la esperanza de una mejor vida. “La leyenda familiar que le gustaba contar a mi abuela y sus hermanas era que sus padres tuvieron un amor a primera vista en un barco que iba de Europa a Sudamérica, que era un transatlántico tipo Titanic, que a la abuela la empezaron a joder unos tipos para robarle y que de repente llegó él como un superhéroe, que la defendió”, relata. “Y cogieron en el barco, porque la primera tía es hija del barco”, agrega. La mitología de los Aubry sugiere que se fueron a vivir a La Pampa donde él era una figura importante del ferrocarril, andaban todo el día a caballo y se defendían de los malones con un Winchester, hasta que su abuelo decidió volver a Francia para la Primera Guerra Mundial.
-De toda esa historia, ¿cuánto es verdad?
-¡Quién sabe!
-Pero viniste a investigarlo.
-Sí. Después hablé más con mi tío. Él me dijo que en realidad el bisabuelo tuvo una aventura de una noche con la bisabuela y en Buenos Aires se separaron. Ella se quedó con su hermana, él se fue a trabajar a la obra de tren. Y tres meses después ella le mandó una carta, pero no sabemos cómo ni en qué idioma porque ella ni sabía escribir, para avisarle que estaba embarazada. Y él la llevó a vivir con él. Tuvieron cuatro hijos y volvieron a Francia. Hay una parte de la familia que dice que él capaz tenía otra mujer acá y quizás tenemos primos en la Argentina. También se cuenta en la familia que había comprado unos terrenos en Buenos Aires. pero no en una parte linda, entonces invirtió mucho pero no ganó plata.
Aubry siempre tuvo debilidad por “los aventureros” y un poco confiesa haberse lanzado a viajar para impresionar a uno de ellos (“era un mitómano pero como me gustaba no me importaba”, reconoce). En Argentina no encontró ni los indios ni los leopardos ni la aventura que buscaba. ¿Es posible la aventura en el mundo moderno? “Es algo que hablé con varios amigos, creo que al principio hay que definir qué es la aventura, ¿es ser Indiana Jones? ¿Viajar como turista y hacerse el aventurero? Yo encontré un montón de viajeros que no se interesan por lo que pasa a su alrededor, que forman una microsociedad de gente parecida, con las mismas referencias y que están ahí armando su leyenda personal, su ‘no sabés lo que me pasó en la selva’, y a fin de cuentas son turistas”, reflexiona. “Yo contaba el relato de mis abuelos y ellos querían hablar en inglés y fumar porro –-cuenta--; para mí la aventura es más vivir en un país y conocer a su gente, moverse de lugar cada día es turismo y a mí eso no me interesaba”. “Decidí que me gustaba más conocer Buenos Aires, tener amigos argentinos, conocer su cultura, hacer trabajo en villas, aventura para mí es elegir otra parte del mundo y hacerla tuya”.
Parte importante del libro habla de cómo ese viaje de jovencita devino búsqueda identitaria. Aubry entrelaza la búsqueda de los rastros de sus ancestros en estas pampas con su propia formación personal y con la historia del país. Ahí dibuja a las Abuelas y explica sobre la apropiación de bebés durante la dictadura. “Igual estamos en construcción permanente, somos como muñecas rusas, eso lo quería materializar y por eso cada capítulo empieza con un rompecabezas”, señala. “La identidad es eso: se juntan los recuerdos, la memoria, lo que vivís, lo que otro te contó, lo que tenés dentro de vos. Para mí fue un viaje iniciático, me alejé de lo que tenía antes, pero traje conmigo mi historia familiar, una maleta de infancia de todo lo que fuiste antes. Para mí la chica que bajó del avión murió acá. Digo que soy argentina porque acá empecé a creer en mí. Acá las cosas son mucho más libres que en Europa. Volviendo 13 años después me parece muy fuerte eso. La mentalidad argentina se parece más a mí que lo que vivo en Francia. Agregué parte de mi identidad acá”.