Sobre la mesa están las primeras acciones del nuevo gobierno. Su dirección es coherente con los compromisos asumidos en la campaña: desterrar el hambre, encender la economía, revitalizar una democracia federal y fortalecer la educación y la salud públicas.
El Presidente sacudió del letargo macrista al Congreso y allí debatimos las acciones en la emergencia; aumentos previsionales que alcanzarán primero a un 80 por ciento de la población jubilada, la cancelación de aumentos en luz y gas, un depósito extra para beneficiarios de la AUH, el Programa Argentina contra el Hambre, la baja de intereses en los préstamos de ANSES, la emergencia sanitaria para recuperar y hacer cumplir el programa de vacunación y el acceso a la salud y a los medicamentos, la validación del protocolo de abortos no punibles, la creación de un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad; el giro hacia la prevención y no hacia la represión ciudadana de las fuerzas de seguridad y compromisos multisectoriales a favor de la producción nacional y el trabajo argentino por mencionar solo algunas medidas que implican volcar más de cien mil millones de pesos a favor de una Argentina con lugar para todos, no para unos pocos.
Los pasos dados buscan frenar la caída de una economía que viene en recesión y con un aumento de la desigualdad. Se trata, también, de distribuir mejor para reactivar el mercado interno, volver a crecer y recuperar la dignidad. Es desde esa plataforma que el gobierno está enfrentando la difícil negociación con el Fondo Monetario: de pie, desde una Argentina que produce y que no entrega como moneda de cambio a quienes luchan todos los días para salir adelante.
Algunos presentadores y referentes de la oposición abandonaron los viejos eufemismos ocultadores y salieron a condenar las primeras iniciativas. Perseveran, de espaldas a una mayoría abrumadora, en un negacionismo del descalabro social en que nos dejaron y exigen que en menos de un mes todo esté resuelto. Es el mismo facilismo con el que Macri hablaba de pobreza cero y de la inflación. Todos sabemos la verdad de lo que pasó. En las redes sociales se festejó como un gol cuando el presidente Alberto Fernández le respondió a un conductor de televisión: “Luis, llegamos hace diez días”. El tiempo transcurre de manera subjetiva.
Vale la pena darle una última mirada al calendario antes de arrancar su última hoja. Porque antes de la primavera, volver era un sueño. Era un deseo militante, un objetivo colectivo e incierto. Las máquinas de las industrias seguían apagándose, como se apagaron miles de PyMES y empleos formales mientras la inflación batía records que no se veían desde 1991. Las mujeres, como siempre que se deterioran los ingresos populares, sufrían más profundamente la crisis y entre las jóvenes menores de 29 años la desocupación trepaba a un 22,6 por ciento, más del doble que el promedio. Incluso habría una cifra peor como corolario del gobierno que se fue: la mitad de los niños, las niñas y adolescentes fueron empujados a la pobreza.
Pero en octubre millones de compatriotas llenaron de votos las urnas y enviaron un mensaje y un mandato electoral clarísimo: humanizar la economía para construir un destino común, una Argentina unida que se levanta. Ética de la solidaridad es comprender que lo que le pasa al otro nos afecta a todos y es asumir que el Estado debe siempre mirar primero a los menos favorecidos y acompañar a quienes trabajan. Eso es justicia social. Es el corazón del peronismo.
Pensamos mucho en eso durante la madrugada de la sesión en la que diputados y diputados debatimos la ley de emergencia económica. Fue la noche entre el 19 y 20 de diciembre. Dieciocho años después de que argentinos y argentinas pidieran “que se vayan todos”, ahí estábamos luchando por representar a todos.
Mantener la unidad política y avanzar en la restauración del lazo social son condiciones fundamentales. Todxs hacemos falta para reafirmar el amor y la igualdad. Para eso volvimos. Y por eso debemos volver mejores.
Diputada nacional del Frente de Todos