Le dicen el Trompo Murillo por su pasado como corredor de autos. Supo representar a su país en el exterior donde también le gusta hacer excursiones en moto. Hoy ya no da vueltas por las pistas, pero sí como ministro de Gobierno del régimen golpista de Jeanine Añez. Acaba de hacer un tour por Estados Unidos buscando la legitimidad política que le falta a su presidenta para conseguir adhesiones de funcionarios de segundo orden. Es el hombre duro del gabinete o al menos presume de serlo. Alineado por completo con EEUU, cuando asumió su cargo anunció que iba a salir de “cacería” contra prominentes figuras del MAS como Juan Ramón Quintana, hoy asilado en la embajada de México. Nacido en Cochabamba, lo guía una aversión especial hacia el ex mandatario. El 27 de diciembre festejó su cumpleaños 56 en el puesto desde el cual por momentos parece transformarse en canciller o el encargado de Defensa. Algún día deberá rendir cuentas por las masacres de Senkata y Sacaba. Su dialéctica beligerante contra la ahora oposición solo es comparable con la de su colega de Comunicación, Roxana Lizárraga.
Empresario hotelero, casado dos veces y con una hija, Arturo Murillo supera en protagonismo hasta a la presidenta Añez. Incluso por su propia función – donde tiene a cargo la política interna, la seguridad, migraciones y hasta el servicio penitenciario – ha desplazado del centro de la escena a Luis Fernando Camacho, el líder cívico que profesa semejantes ideas a las suyas de mano dura. Murillo llegó a la política cuando lo convocó el ex candidato a presidente y millonario Samuel Doria Medina, referente de Unidad Nacional (UN), la fuerza por la que podría postularse nuevamente. Fue diputado y senador, cargo este último desde el cual mostró una postura misógina y contra los derechos de las mujeres. Cuando se discutía en el Congreso un artículo del Sistema Penal que incluía el tema del aborto declaró: “Mátense ustedes, mátense las mujeres que dicen que quieren hacer lo que les da la gana con su cuerpo, háganlo, suicídense, pero no maten una vida ajena, no es su vida”.
El ministro de facto, una especie de Torquemada de estos tiempos, es el mismo que se mostró exultante cuando el 18 de diciembre difundió la “orden de aprehensión” contra el ex presidente por sedición, terrorismo y financiamiento del terrorismo. Delitos que le imputa el régimen de Añez para cercarlo judicialmente y mantenerlo afuera de Bolivia. Murillo ha subido tanto el perfil que incluso se superpuso con algunas atribuciones de la canciller Karen Longaric, de ascendencia croata como él. El segundo apellido del ministro de Gobierno es Prijic.
Este mes hizo una gira por Estados Unidos donde se reunió con representantes de cada uno de los organismos que Evo Morales había expulsado de Bolivia o cuestionaba por su papel injerencista. Se mostró en fotografías con Mauricio Claver-Carone, director para Latinoamérica del Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca. También se encontró con el Consejo de las Américas al que le explicó el proceso electoral en curso y pidió que intercediera por inversiones. Como no podía ser de otra manera dialogó con John Barsa, funcionario de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid por sus siglas en inglés), una organización de fachada de la CIA que llevaba seis años afuera de Bolivia. Su visita a EE.UU. se completó con dos reuniones: en la CIDH y en la OEA con su secretario general, el uruguayo Luis Almagro a quien le arrancó una declaración de compromiso con el proceso electoral boliviano.
Los favores que pidió los pagó con otros favores. Además del automático alineamiento que pregona con el gobierno de Donald Trump, Murillo – quien tiene a su cargo la Dirección General de Migración – anunció el pasado 20 de diciembre que los ciudadanos de Estados Unidos e Israel “ya no deben presentar visa o autorización por turismo o visita para su ingreso a territorio boliviano y podrán hacerlo portando su documento de identidad vigente”. Añez refrendó por entonces que el anuncio se hacía porque los viajeros de esos dos países “siempre han contribuido grandemente al desarrollo del turismo y de las inversiones en todas las regiones de Bolivia”.
El carácter beneficioso de esta norma para esas nacionalidades no se compadece con las declaraciones que Murillo realizó contra los organismos de derechos humanos que visitaron Bolivia. Cuando fueron a recoger testimonios de las víctimas de las masacres cometidas por el gobierno, dijo de los abogados, sindicalistas y militantes argentinos: “Que anden con cuidado, los estamos mirando, los estamos siguiendo”. No fue un buen anfitrión en esa oportunidad.
El celoso ministro del régimen golpista que gozaría con ver detenido a Morales tampoco es un político de trayectoria muy prolija. En mayo de 2016 cuando fungía como senador, un tribunal lo condenó a dos años de prisión por falsificar su libreta militar para habilitarse como legislador y aspirar al cargo de alcalde de Cochabamba en el período 2006 – 2011. Nunca fue preso. Ahora él pide penas de cárcel para decenas de funcionarios del depuesto gobierno de Evo. Cuando habló de salir de cacería se justificó porque dijo que los consideraba “animales”, como a los venezolanos y cubanos que vivían en Bolivia hasta que se produjo el golpe de Estado.