Dirigida por Justin Webster, prestigioso documentalista británico asentado en Barcelona; co-producida y financiada por instituciones públicas y privadas de España y Alemania; distribuida por Netflix (en América Latina y EEUU) y Movistar Play (en España); basada en una historia real con asiento en Argentina pero ramificaciones hacia Israel, Irán y los Estados Unidos, se trata de un thriller político global y territorial a la vez. “Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía” que se estrena mañana 01 de enero, revisita en sus seis episodios desde el atentado a la AMIA en 1994 hasta la muerte de Alberto Nisman en enero de 2015.
El trabajo de Webster, experimentado en documentales de alto impacto político como El fin de ETA (2017) y el excelente Seré Asesinado (2013), quizá decepcione a quienes busquen reforzar posiciones a ambos lados de la grieta. Aunque no ahorra interrogantes que deslizan hipótesis propias, el realizador apuesta por el coro de testimonios. En este punto accede a fuentes de alto nivel como la fiscal Viviana Fein; el ex secretario de Inteligencia Oscar Parrilli; la ex esposa de Nisman y jueza federal Sandra Arroyo Salgado; y el ex espía, Antonio Jaime Stiuso. Este personaje, y el oscuro mundo de los servicios secretos internacionales adquieren centralidad dentro de la trama.
La obstinada localía del gusto obliga a empresas como Netflix a incluir en sus catálogos algunos contenidos con color local. La serie de Nisman es, no obstante, un curioso caso de localización a larga distancia combinada con algo de extractivismo narrativo, ya que lo único nacional en ese relato son los testimonios, y unas mil horas de archivo audiovisual que viajaron a Europa para su edición y montaje.
Dentro del exiguo listado de contenidos argentinos que ofrece la plataforma, la serie claramente no califica como local, pero es localmente relevante, y en este punto su distribución exclusiva a través de Netflix genera inquietudes. La traducción audiovisual de la causa Nisman podría interesar a un grupo de ciudadanos mayor que el que integrala “elite-urbana-clase-media-cosmopolita”, con acceso a banda ancha fija y cuenta en Netflix. Las inequidades infraestructurales que subyacen en materia económica, geográfica y de conectividad, hacen que la televisión de aire o de pago sigan siendo las tecnologías de distribución con mayor penetración en el país.
Curiosamente, la serie cuenta entre sus coproductores a ZDFinfo, un canal de TDT dependiente de la televisión pública alemana ¿Podría la TV Pública argentina contar nuestras propias historias de interés público sin ser sospechada de parcialidad, logrando credibilidad e interpelando audiencias significativas? Sus penosos antecedentes como brazo propagandístico de los gobiernos de turno hacen pensar que no, pero es quizás un punto a incluir entre lo que podríamos esperar de ella.
Como una muestra de su buen entendimiento de las relaciones públicas antes que de su política editorial, Netflix desestimó una eventual serie de Jorge Lanata a principios de este año, y tampoco incluyó, pese a reiterados amagues, el documental The Panama Papers en su catálogo. Estratégica y selectiva, la inclusión de contenido “local”, se sirve esta vez de los pergaminos de un documentalista extranjero insospechado de parcialidad para distribuir tras sus muros vallados y en docenas de países, la primera serie documental sobre un hecho que en Argentina desencadenó un terremoto político y social, queaún no cesa. El acceso a la representación audiovisual y eventual comprensión de los hechos más tensos, polarizantes y laberínticos que despiertan el interés general de la ciudadanía, no es algo que debiera tener un precio.
* Becario Conicet UNQ / UNC. Magíster en Industrias Culturales