“Ahora la ciencia ficción es un poco una lingua franca, hay millones de historias sobre puertas deslizantes, películas y cuentos que tratan universos paralelos, pero Borges fue el primero”, señala Alberto Rojo. El tucumano es doctor en física y profesor titular en la Universidad de Oakland (EE.UU). Volvió fugazmente a la Argentina para presentar la edición ampliada de Borges y la física cuántica (Siglo XXI Editores). Desde la primera edición en 2013, Rojo siguió el rastro que une el cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan” con la teoría de los “muchos mundos” de Hugh Everett y aun sin conclusiones determinantes, seguir el derrotero resulta fascinante en la prosa de Rojo.
-¿Pudo reconstruir el caldo de cultivo cultural del momento en que aparece la idea de los muchos mundos?
-Es difícil. Lo curioso es que hay dos trabajos casi paralelos en esa época. Uno de Everett y otro de Cooper, y los dos llegan a ideas muy parecidas. Cooper después reconoce a Borges diciendo “una vez más el poeta se anticipa a la ciencia”. En ese momento había una incomodidad con la interpretación de la cuántica. Que sigue estando hoy...
-La cuántica no es intuitiva.
-Nunca lo fue. Hay un problema que es el de la medición, del azar intrínseco de la cuántica. Es un azar que no es el de la práctica. Digamos que si vos tirás una moneda al aire, podrías saber si va a caer cara o cruz si conocieras la velocidad de la mano, las moléculas con las que van a chocar, etcétera. En la cuántica no. No hay una variable que te diga cómo va a salir esa “moneda”. El universo decide. En algunos experimentos elige cara, en otros cruz. ¿Pero por qué? ¿Por qué en un experimento va a salir cara y en otro cruz?
-¿Cómo se resuelve eso?
-Para Bohr el mundo macroscópico y el microscópico eran diferentes y que cuando interactuaban, colapsa el microscópico a una opción. Eso era raro de digerir. Everett propone “no interpretemos nada, miremos qué dicen las ecuaciones”. Las ecuaciones dicen que todos los resultados existen. Nosotros vemos uno solo. Entonces si uno toma el valor literal de esas ecuaciones, tiene que admitir que todas las posibles mediciones están ocurriendo al mismo tiempo. Esa es una cosa muy difícil de tolerar, pensar que se están creando universos constantemente. Cuando él escribe esto, Borges ya lo había hecho. ¿Por qué escribe Borges algo que es casi lo mismo? Los dos párrafos relevantes comparten la palabra “simultáneamente” y usan la misma estructura para contarlo.
-Una coincidencia de ideas.
-Yo sospechaba y sigo sospechando, que Everett podría haber leído el cuento de Borges. Las fechas dan, el tipo era lector de ciencia ficción y es el primer cuento de Borges traducido al inglés. Después cuando le dicen al tipo que Borges ya lo había escrito, estaba chocho. Borges también toma algo de Olaf Stappleton, cosa que no señalaba en la versión anterior del libro. Stappleton tuvo una idea muy parecida. Borges tradujo ese párrafo y lo incluyó en una antología.
-¿Y no puede ser que Everett pasara por Stappleton?
-No hay evidencias tampoco. Lo busqué. Pero el párrafo en inglés de Stappleton se parece muchísimo menos al trabajo científico. Se parece mucho más lo que Borges traduce. Porque luego toma su traducción y la pone en el “El jardín...” De algún modo Borges plagió su propia traducción.
-En un pasaje del libro menciona la necesidad de “suspender la incredulidad”, que es un requisito de la ficción. ¿Cómo resuelve esa aparente contradicción con la duda sistemática del método científico?
-Cuando uso la idea de la suspensión de la incredulidad me refiero a que a veces uno sabe que algo es ficticio pero lo conmueve igual. Sé que es un actor pero me conmueve igual, acepto la ficción como parte de la realidad. Y digo que Einstein y otros suspenden la incredulidad porque había ideas que estaban y a la gente le costaba aceptar o las creía ficticias. La variación del espacio o del tiempo, por ejemplo. Cuando vos le pedís a las ecuaciones que tengan la misma propiedad o estructura desde dos sistemas de referencia, tiempo y espacio varían. Lorentz dice que es una ficción matemática, que está jugando para ver qué pasaría. Y Einstein dice “esto es real”. El toma como real algo que era considerado una ficción. Y en sus cuatro o cinco grandes trabajos de 1905, aparece la palabra “ficción”. Los “cuantos” para Plank eran simples artificios para explicar un experimento. Einstein dice que sí existen, que tienen que estar ahí. E=Mc2 ya existía como “fluido ficticio”. Einstein dice que también es verdad. A veces lo que parece una ficción en la física, una construcción matemática sin conexión con la realidad, es real.
-Usted dice que Borges es el autor más citado por científicos, ¿por qué?
-Porque es el autor que mejor combina lirismo con precisión. Bach es el único que se le acerca, que tiene una ingeniería de la construcción musical que parece un teorema y sin embargo te recontraemociona. Borges emociona por su prosa, por su lirismo, su musicalidad en el lenguaje y su capacidad para usar giros inesperados, una cosa poética que va de la mano de las ideas. En ciencia a veces uno se queda sin palabras para explicar la alegoría de ciertos conceptos. ¿Cómo sería un universo eterno? “El libro de la arena” te lo dice. Me gusta decir que la poesía es el intento de expresar lo inexpresable. Así como la matemática extiende los límites de la inteligencia para descifrar algunos enigmas del mundo, la poesía avanza sobre los límites del lenguaje. En la ciencia muchas veces transmitir o explicarse a uno mismo lo que el mundo te está diciendo... te deja sin palabras. En la cuántica es elocuente: usamos el lenguaje de onda para unas cosas, el lenguaje de partículas para otra. Pero las ecuaciones nos dicen que es una mezcla rara entre ambas cosas para lo que no tenemos palabras, hay una limitación del lenguaje. Y para eso tenemos los poetas, a los grandes poetas que exploran los límites casi revelatorios del lenguaje.