“Un fiscal fue hallado muerto a horas de prestar declaración. Parece sacado de una novela de espías. Es una historia increíble”. Las palabras de una conductora de la CNN estadounidense refieren al hecho por el cual Alberto Nisman ocupa el centro de la agenda desde las primeras horas del 19 de enero de 2015. Su defunción supuso –supone– un cimbronazo político en la Argentina y alentó teorías conspiranoicas que servirían para una temporada de Homeland. Algo parecido habrá pensado Justin Webster pero el realizador británico decidió, fiel a su trayectoria, retratar el caso apegándose al género de “no ficción cinematográfica”. El resultado es Nisman: el fiscal, la Presidenta y el espía , de Netflix. Un tríptico informativo que sacude por la potencia del caso, la variedad de las fuentes y sus derivaciones, junto con el tratamiento del agitado contexto argentino. Sus seis episodios de una hora fueron dispuestos el 1° de enero en la plataforma on demand. El estreno, a punto de cumplirse un lustro del deceso de Nisman, por otra parte, coincide con el renovado impulso del caso a raíz de los cuestionamientos al peritaje realizado por la Gendarmería en 2017.

Casi todas las voces y Stiuso

¿Cómo abordar entonces una historia “increíble” de ribetes tan públicos como encubiertos? La producción comienza con una panorámica de la zona de Puerto Madero, y en el transcurso de sus más de seis horas, más que dar una respuesta certera sobre lo que aconteció en el baño de la torre Le Parc, deshilvana el caso desde múltiples aristas bajo una cronología inquieta que va y viene entre 1994 hasta bien entrado el gobierno de Mauricio Macri. Traza las inevitables conexiones con el atentado a la AMIA y el desarrollo posterior de los juicios; analiza el trabajo de Nisman, su desarrollo profesional y complicada vida familiar; también pormenoriza sobre los servicios de inteligencia y como su muerte fomentó la polarización en la Agentina. 

Es un trabajo complejo, por momentos absorbente, y en otros redundante, que se apoya en tres puntales. El primero es el recorte del material de archivo: su realizador compactó más de mil horas entre imágenes de programas de tevé, llamadas telefónicas, informes de noticieros, peritajes y capturas de los juicios. El otro son los visuales explicativos, algunas recreaciones indoloras y postales nocturnas de la ciudad que le dan al asunto un leve manto de thriller político. Y finalmente están los testimonios de primera mano. En este recurso, con entrevistas de formalísimos -¿y demodé?- planos medios, es donde Nisman saca mayor provecho. Manda la diversidad, cantidad e importancia de los testimonios con actores protagónicos y secundarios vinculados al acontecimiento. Políticos de todo fuste, funcionarios de primer rango, familiares de la causa AMIA, periodistas de investigación, gente de su círculo íntimo, por mencionar algunos. ¿Si falta alguna voz clave? Durante la preproducción hubo contactos con los custodios del fiscal y buscaron la entrevista con Cristina Fernández de Kirchner, quizá la gran ausente en primera persona pese a que aparezca en numerosos archivos.

Con nombre propio, brotan sin respiro desde la fiscal Viviana Fein al ex secretario de Inteligencia Oscar Parrilli; de la jueza federal Sandra Arroyo Salgado –ex pareja de Nisman- a Diego Lagomarsino –actual incriminado como partícipe necesario en su muerte- y dirigentes de distintos partidos como Laura Alonso y un convaleciente Héctor Timerman. Quizá por la imprevisibilidad de los acontecimientos, uno de las entrevistas menos suculentas es la que se le realizó a Alberto Fernández en su calidad de jefe de Gabinete durante la presidencia de Néstor Kirchner. Raúl Kollmann, periodista de Página/12 y uno de los cronistas que más siguió el caso , es otro de los que interviene. De todas las apariciones sin duda la más sugestiva es la que anticipa el periodista Dexter Filkins al final del primer episodio. “Hay un hombre muerto en su departamento. No sabés si lo mataron o si se suicidó. Es un misterio. Y una gran historia. Aunque la verdad nunca saliera a la luz (…) Tenés una trama que en la superficie ya es complicada -Irán, Argentina, la muerte de Nisman- y por lo bajo aparece una subtrama que involucra al servicio secreto y un hombre con el que Nisman estuvo trabajando por años llamado Jaime Stiuso y que lo había ayudado a preparar el caso AMIA. ¿Estuvo o no estuvo involucrado contra Kirchner? Uno se queda pensando. Dios mío, ¿qué está pasando acá?”, asegura el periodista de The New Yorker que en 2015 realizó una muy publicitada entrevista a Cristina Fernández de Kirchner para aquel medio.

Tal como plantea la bajada del documental, aquí están Nisman y el poder judicial por antonomasia, Cristina por sus derivaciones políticas, y Horacio Antonio Stiuso junto al juego fantasmal donde se teje el poder. La aparición del ex hombre fuerte de contrainteligencia resulta el mayor hallazgo periodístico de la miniserie. El alto funcionario de la ex SIDE y AFI hace su juego en cámara y deja entrever el modo en que se desenvuelven los servicios. Cuenta que el origen de su apodo fueron los chistes de Jaimito (“era un chico travieso”), envía indirectas muy directas, asegura que a Nisman lo asesinaron, habla de “camas” y “carpetazos”, ataca a la actual Vicepresidenta, utiliza terminología encriptada, se enrosca como una víbora cuando es necesario, y pretende lavar su imagen públicamente al presentarse como un perseguido. “Es el hombre que más sabe sobre lo que pasó y lo que va a pasar. Es una persona que sí destaca por su inteligencia, por algo está ahí”, plantea Alejandro Rúa, exdirector de la Unidad AMIA. Queda rebotando la inquietud, ¿qué busca un hombre que se mantuvo necesariamente tras las sombras por décadas al brindar su testimonio? Justin Webster, director del documental, asegura que las conversaciones fueron arduas y que Stiuso tardó más de dos años en darle el visto bueno. “Obviamente fue la entrevista más difícil, pero casi todas lo fueron”, dijo. Un detalle: la voz del realizador se cuela en contadas ocasiones del relato, la primera vez que lo hace y con quien parece más atraído, es con Stiuso. 

El americano impasible

Otro de los aspectos destacados de la miniserie es el relevamiento internacional de la causa AMIA, junto con la contribución de testimonios extranjeros. Si el fiscal está inexorablemente conectado a la causa AMIA, el atentado terrorista a la mutual es ubicado en el centro de maquinaciones globales donde son más evidentes los intereses que las pruebas fehacientes. Irán, Hezbollah, Jerusalén, Washington, Buenos Aires: la miniserie trabaja sobre estas coordenadas con fruición. Además del ya mencionado Filkins, las otras voces que resaltan son las de Ross Newland -delegado de la CIA en Buenos Aires a fines de los ’90- y James Bernazzani –agente del FBI que siguió de cerca la causa-. Ambos creen que la investigación del ataque terrorista estuvo manoseada desde sus primeros días. 

Las palabras de Newland, además, resultan reveladoras sobre cómo actuaba el despacho del que fuera miembro activo junto a la SIDE: “Financiábamos diferentes operaciones de fijación de objetivos. Queríamos que hicieran ciertas cosas para resaltar ciertos objetivos. A veces coincidían con sus objetivos y a veces no. Pero en la medida de que lo hicieran, nosotros promovíamos los nuestros. Así que ambas partes salían ganando. Hay objetivos compatibles y el terrorismo es uno contra el que todos están de acuerdo”, dice el ex espía estadounidense que, bien vale la digresión, en 2001 debió volver a su país por la filtración de su imagen en Página/12. El jefe de agentes secretos estadounidenses en la Argentina durante las presidencias de Carlos Menem y Fernando De la Rúa se declara “amigo” de Stiuso, aunque por momentos lo contradiga, y es quien lo define como un “Rasputín de la política argentina”. “Le gusta 'figurar'. Tuvo mala fama por sus acciones. Tenía información de todo el mundo. Así que había una amenaza implícita de que si uno no actuaba como él quería sufriría las consecuencias. Era temido. No sé cuanta sustancia había en eso, pero ciertamente le gusta proyectar esa imagen. Quiere que lo tengan en cuenta como un jugador y definitivamente lo es”.

Un final sin final

Para quienes deseen contar con un trazado bastante completo de Alberto Nisman y de la incompetencia feroz detrás de la causa AMIA, la miniserie sirve a esos fines. Para los que siguieron el caso desde el primer día, la obra puede no aportar demasiada novedad. Tampoco hay polémica en mostrar los aspectos ya conocidos y luctuosos del fiscal como sus cuentas sin declarar en el exterior. Cada uno de los capítulos tiene su highlight: el comienzo sirve para situar el contexto de su muerte. Repone, a su vez, las instancias del primer juicio por el atentado a la mutual judía y halla el testimonio de Cristina como miembro de la Comisión Bicameral que siguió la investigación. “¿Quiénes intervenían en ese teatro de operaciones?”, inquiere Nisman, la entonces senadora responde y tras otra pregunta aparece el nombre de Stiuso. 

El segundo y tercer episodio profundizan sobre la escena de la muerte del fiscal y su exploración en la causa AMIA. En busca de imparcialidad y espacio a todas las voces, el cuarto y el quinto capítulo abonan un discutible exposé con el peritaje de la Gendarmería según el cual Nisman fue víctima de homicidio y la presencia de un extraño personaje como el supuesto agente Allan Bogado –clave para la denuncia que presentó Nisman a días de su muerte-. Hoy por hoy, la actuación de la fuerza en el caso es discutida por autoridades como la ministra de Seguridad , Sabina Frederic. Es llamativo, sin dudas, el estudiado speech de los gendarmes, por momento su discurso roza el spot promocional de la institución, y ¿un desliz? que el mismo no haya sido contrapuesto con mayor empeño pese a las falencias que se les imputan . El episodio final vuelve a hacer foco sobre los oscuros juegos de poder y el rol de Nisman en esa partida. Son seis capítulos, aunque la vorágine de acontecimientos recientes suministren material para una segunda temporada.



Justin Webster, director de la serie: "No te dice qué pensar"


Las primeras noticias llegaron a comienzos de 2018. Netflix estaba interesada, como otras productoras, en contar lo que sucedió con Nisman. Por ese entonces, la plataforma on demand estrenaba la polémica O Mecanismo, producción de José Padilha inspirada en la trama de corrupción Lava Jato, y que Dilma Rousseff denunció como una “narrativa progolpe” por “inventar hechos”, ya que pintaba al fiscal Sérgio Moro (actual ministro de Justicia de Jair Bolsonaro) como un héroe. Con tal antecedente había recaudos sobre el recorte que tendría este proyecto a cargo de JWP y que tuvo una primera exhibición en el último festival de San Sebastián. El portfolio de la productora es amplio en el género documental, han hecho películas como El fin de ETA y la serie Muerte en León, para HBO elaboraron una entrega acerca de Jesús Gil llamada El pionero y Six Dreams para Amazon Prime Video. 

Webster prioriza el término de “no ficción cinematográfica” para referirse a su trabajo. “Documental es una palabra que significa tantas cosas... Las series te dan la ventaja de poder trabajar mucho más tiempo a la historia. En este caso fueron cuatro años, lo que permite una pieza única”, plantea. Sobre Nisman, en específico, señala que trabajó sobre una base periodística con el fin de contar una “buena historia”. “Obviamente en no ficción cualquier cosa hay que investigarla. Pero no es un documental de investigación. Ése no es el lenguaje”, explica en un video que Netflix cedió a la prensa local. 

Si bien no es un neófito en este tipo de sucesos (Seré Asesinado de 2013 también tuvo tintes de thriller político), el realizador no duda en calificar a su última miniserie como el proyecto más difícil que haya encarado. “Ya sabíamos por la historia que se trata de un caso muy politizado. Hay mucho ruido mediático que a mí no me interesa mucho: me interesaba saber qué paso. Y también hay mucho miedo alrededor de la historia”, dice. Británico, residente en Cataluña, cree que su mirada externa le aporta un plus, una visión más fría y analítica sobre el hecho. Sugiere que su interés es “mostrar no decir” y por eso desechó el uso de una voz en off que guíe el relato o determine un tipo de mirada. Para el espectador reserva un lugar “interesante”. “No es una historia contada que te diga qué pensar. Pero espero que los espectadores tengan más claridad tras verla. Y eso significa que tienen que participar. Tienen que razonar. Observar y darle la atención necesaria”, propone.