“No hay nada menos independiente que un hombre libre”.
¿Quién lanzó semejante provocación? Es sorprendente pensar que fue Alexis de Tocqueville, el autor del texto más importante que se haya escrito sobre la democracia (La democracia en América).
Lo cita el antropólogo mexicano Roger Bartra en su inspirador librito de ensayos “La melancolía moderna”.
Leí a Bartra hace varias décadas como un profundo estudioso del Modo de producción asiático, una categoría marxista para comprender las relaciones de producción en sociedades precapitalistas.
Desde entonces cambiaron muchas cosas y también el siglo, y el mexicano no es el único pensador de las izquierdas en interesarse por el carácter melancólico del mundo de hoy, asunto que el ensayista italiano Enzo Traverso relaciona con el derrumbe de la utopía socialista. Pero Bartra ausculta la melancolía en todas las épocas. Así y todo, trae en este otro ensayo al presente la frase de Tocqueville del comienzo, explicando que:
“Las personas son hoy seguramente más libres que en la época de Tocqueville, pero dependen más de la inmensa fuerza de la globalización y de las redes económicas, políticas y mediáticas que las rodean”.
Bartra se nos convierte así en un valioso compañero de ruta para comprender algunas formas desconcertantes en que las sociedades de hoy bendicen a sus verdugos y les otorgan poder para ejecutar la acumulación en contra de los intereses de las mayorías.
¿Qué dice el mexicano de ese sentimiento que permea a la sociedad de hoy: la melancolía?:
“Domina la idea de que hemos perdido los objetos que antaño abrazábamos con amor. La pérdida del objeto amado produce la cólera del sujeto contra sí mísmo. Según la conocida interpretación de Freud, esta es la clave de la melancolía”.
Y en su librito transita por la melancolía en personajes como Miguel Angel, Goya, De Tocqueville, Abraham Lincoln, pero se propone descifrar claves de la devaluada democracia de hoy:
Se pregunta: “¿Qué significa vivir a comienzos del siglo XXI? ¿Dónde estamos? ¿Cómo se entiende nuestra época?”
Afirma que la desesperación y la tristeza de los nuevos tiempos se relacionan con el mal funcionamiento de la democracia, y hace que muchos se automarginen rechazando en bloque la política por considerarla esencialmente corrupta o maligna.
De Tocqueville expone, según él, “la tristeza democrática”. En su Democracia en América , el francés señala que “cuando la desigualdad es la ley común de la sociedad , las más fuertes desigualdades no saltan a la vista; (en cambio) cuando todo se encuentra más o menos nivelado, las menores desigualdades la hieren. Es por ello que el deseo de igualdad se vuelve cada vez más insaciable a medida que la igualdad es mayor”.
Coincido con la idea de que las sociedades muy desiguales naturalizan la injusticia en buena parte de sus ciudadanos, pero las demandas de igualdad en las convulsiones populares de Chile, Ecuador, Bolivia o Colombia provienen de profundas desigualdades, no de lo contrario.
Si algo puede ayudarnos a entender el aquí y ahora, los progres y republicanos de derecha, es pensar en la ambigüedad del sentimiento democrático: en particular, De Tocqueville era un muy asumido aristócrata francés que, después de la caída de los Borbones en 1830, decidió viajar a los Estados Unidos, esa sociedad que apenas marchaba por medio siglo de independencia. Viajó sin sospechar que allí descubriría la democracia para los europeos.
Diez años después publica su gran obra, donde reconoce: “Me gusta la democracia si uso la cabeza, pero yo soy aristócrata por instinto, es decir que le tengo desprecio y miedo a la muchedumbre”.
Bartra piensa que fue precisamente esa distancia la que le permitió al francés desarrollar una mirada más aguda. En aquel texto que escribió para sí mismo y no para publicar, Tocqueville admitió: “Amo con pasión la libertad, la legalidad, el respeto de los derechos, pero no a la democracia”.
¿Cómo explicaba semejante contradicción?: “Odio la demagogia, la acción desordenada de las masas, su intervención violenta y mal iluminada en los negocios, las pasiones envidiosas de las clases bajas, las tendencias irreligiosas”.
Su cabeza iba por un lado; su instinto, por otro.
Si en Tocqueville operaba la ambigüedad entre el interés por la democracia y su desprecio visceral por el gran sujeto de ella, las mayorías, se nos vuelve más familiar la contradicción de tantos referentes y ciudadanos de nuestra época que claman por la democracia y la República mientras abominan de lo popular y de sus líderes.
Estos amantes-odiantes ya no son aristócratas pero sí defensores de un mundo no igualitario, una sociedad que defienda jerarquías en nombre del mérito y que, sin embargo, creen torpemente que la pertenencia al poder es un mérito en sí mísma. De libres, no tienen nada.