Existe una Buenos Aires más o menos secreta donde cada cosa está en su lugar: los poetas escriben, los cantores cantan y los compositores buscan la melodía perfecta. No es exactamente un tipo de under, pero sí habitan los márgenes y definen obras que muchas veces pasan inadvertidas a la espera de alguien que las descubra. Perlas en lo hondo del océano. Martín Elizalde pertenece a esa grey. Como decía la vieja canción: “Cuidado con esa gente, no se sabe qué pretende”.
Cada paso dado por Elizalde configura una capa que se apoya sobre la anterior; la cuestión es que da muchos pasos. Como si se elevara o como si corriera una carrera contra la nada: al fin, esa acumulación adquiere la forma de un hojaldre, puro contenido poético y vital. En pocos años hizo de todo: tuvo hijos, publicó la melancólica novela No hay nada de romántico en Buenos Aires (2014), sacó el discazo Llueve. Es de noche. Es verano y ahora acaba de debutar en el vinilo -un viejo capricho- con La parte que olvidamos. Hace dos décadas fundó Falsos profetas, una banda de rock porteño que supo compartir una escena con grupos hoy casi olvidados, como Adamantino o Angela Tullida, o consagrados como Estelares.
Elizalde forma parte de una tradición –un linaje- que mezcla naturalmente canción con literatura y periodismo, como barajas del mismo mazo. Traza su propia genealogía: “Tengo una escuela de cronista, de observar, de darle importancia a los detalles, a los diálogos. En mi adolescencia me fascinaba el Nuevo Periodismo de Tom Wolfe y la no ficción en plan Truman Capote. Las historias reales, digamos. También me interesan Henry Miller, Houellebecq, esos textos. Pronto encontré en tipos como Dylan, Tom Waits y Serrat esa cosa medio de cronista desde la canción. Me gusta la primera persona, lo confesional. Y empecé a tocar el piano por Andrés Calamaro. Fue mi primera gran pasión musical. Quería escribir como él”.
Elizalde toca una fibra, fatalmente tanguera. Se podría decir, parafraseando la célebre sentencia de Osvaldo Pugliese, que las canciones de Elizalde te esperan después de doblar la curva de los 40. Hay en su poética un halo a derrota, a desamor, a salvo de cualquier impostación. “Todos los domingos son iguales / si no estás para quererme/ si no estoy para escucharte /El calor del pan caliente / De una vida entre tus dientes”, canta en “Dos extraños en la noche” . “Yo no creo que haga canciones de amor ni de desamor. Hago, más bien, manuales de supervivencia. Mirá: la semana pasada mi hija mayor cumplió cuatro años. Y me acordé de que cuando mi mujer estaba embarazada me agarró pánico de no poder escribir más. Tanto fue el miedo que en estos cuatro años edité tres discos. El miedo en vez de paralizarme me volvió más metódico. Aprovecho cada minuto, grabo cada nueva idea en el celular. Estoy atento a todo lo que me pasa. Y entonces todas esas vivencias, como la falta de tiempo, el cansancio, los malos humores, las tensiones de pareja, las reconciliaciones, los problemas laborales, el miedo a la vejez, la sensación de asfixia de cada fin de mes, en fin, la realidad, se filtran en las canciones”.
-¿Por qué titulaste “La parte que olvidamos” a tu disco? ¿Y por qué en vinilo?
Lo del vinilo era un viejo anhelo. No tiene que ver con ningún esnobismo. El disco lo concebí cómo algo orgánico; el concepto de producción fue bien humano y real. El vinilo dialoga con esa necesidad de trabajar para un sonido medio atemporal y dinámico. Y lo del título… bueno, a medida que crecemos vamos olvidando cosas. Es inevitable. Algunos eligen olvidar las partes buenas; otros, las malas. En esas amnesias selectivas, en estas partes que olvidamos, creo que están la respuesta a muchas de las preguntas que nos hacemos cuando lo único que tenemos son preguntas.
-Sos cancionero. Durante décadas el formato canción con matriz beatle era imbatible. Ahora los chicos y chicas parece que no escuchan rock, que es la hora del trap.
-El formato beatle, entendido como una estructura maleable, abierta a cambios, con la idea de un estribillo, de pasajes instrumentales y de algo parecido a un patio de experimentación, es el que elegí para construir mi obra. Durante casi veinte años lo pulimos con los Falsos Profetas, mi gran familia musical. De ellos aprendí el lenguaje rockero. Yo venía con una cabeza más pianística, limpia, y juntos aprendimos a dosificar la mugre. Y el trap, bueno, es un temazo….
-¿Te interesa?
-Lo celebro como algo ajeno, como la conquista de otra generación. En el disco hay una canción que se llama “El fin de las palabras”, y por suerte hoy está sucediendo todo lo contrario. Lo que me gusta del trap es que hace una puesta en valor de la palabra como instrumento de comunicación. A diferencia de lo que venía pasando con géneros más asociados a lo instrumental, como la música electrónica. Celebro eso. Que los más chicos se hablen, que construyan a partir de la palabra. No estoy muy familiarizado con los artistas, más allá de los grandes nombres, pero creo que es una movida que trasciende los nombres. Estamos atravesando un cambio muy grande, y los chicos son los protagonistas. Eso solo ya es una gran noticia. Lo entiendo así. Y el freestyle me produce una envidia gigante. Yo, que siempre tengo la respuesta correcta media hora después de cualquier discusión, cada vez que veo una de estas batallas se me derrite el cerebro.
-¿Por qué siempre elegís tocar en enero?
Muy simple: el 9 de enero es mi cumpleaños. Y es la mejor manera que encontré para festejarlo. Cumplo 42, y la edad me dice que todo pasa muy rápido. Es la primera conclusión, la más obvia, pero también que el tiempo es lento. Es raro, pasa tan rápido que se vuelve lento. En 2021 se cumplen veinte años del primer disco de Falsos Profetas. En ese lapso edité once álbumes, dos por año. Una barbaridad. Nunca creí que fuera a pasar la barrera de los 30. Algunos temas de salud que aparecieron de más chico, sumados a una tendencia medio autodestructiva y a una hipocondría insoportable me llevaron a convencerme que antes de los 30 se terminaba todo. A pesar de lo que dicen mis canciones, o por ahí justamente por eso, hoy no soy un tipo muy nostálgico. El paso del tiempo me ayudó a relativizar todo. Nada es tan importante. Cuando era chico pensaba en trascender con mis canciones. Ahora me doy cuenta de que la idea de la trascendencia la usamos para no asumir que vamos a ser olvidados.
¿Y eso que te provoca?
-Es totalmente liberador.
Martín Elizalde se presenta al piano –con invitados sorpresa- el jueves 9 en Vuela el Pez, Córdoba 4379, a las 21.