“Nunca pensé que me podía pasar algo así”, dice Jorge Navarro mientras mira hacia la calle por la vidriera de la cafetería, como esperando que por avenida Cabildo pase algo que lo distraiga de lo que en el fondo no termina de entender. “Te tendría que decir que no me da mucha alegría cumplir tantos años”, agrega con una sonrisa pudorosa.

–Pero los va a festejar tocando y presentado un nuevo disco...

–Sí, eso sí. Además haciendo jazz, la música que me gusta, la que siempre toqué y la que conozco mejor. En mi larga vida de músico tuve la gran suerte de poder elegir, y sobre todo pude mantenerme fiel a cada elección que hice.

El 20 de este mes, Jorge Navarro cumplirá ochenta años y comienza a celebrarlos con un nuevo disco y una serie de conciertos, con invitados. Jorge Navarro y amigos se llama el nuevo trabajo que el pianista, una de las columnas sobre las que se apoya la historia del jazz en Argentina, presentará el viernes y el sábado a las 21 en Bebop (Moreno 364). Al frente del trío que se completa con Arturo Puertas en contrabajo y Fernando Martínez en batería, Navarro recibirá a esos amigos, “compañeros de ruta queridos y admirados”, subraya, para compartir los temas que ellos mismos eligieron.

Como sucedió en aquellas noches de junio del año pasado en la Usina del Arte, de las que el disco recoge una selección, estarán el clarinetista Mauricio Percan, el guitarrista Ricardo Lew, el saxofonista Bernardo Baraj, la cantante Alejandra Martin y el baterista Luis Cerávolo. “Luis Salinas, que está en el disco, no podrá estar porque justo este fin de semana toca en Mar del Plata”, detalla Navarro.

“A los 14 años escuché el primer disco de jazz y desde ahí no hubo otra música para mí. Fue un flechazo, o no sé qué. Todavía es un misterio. Lo cierto es que pasaron muchos años y muchas cosas y la pasión está intacta”, asegura Navarro, y prefiere orientar la charla hacia el nuevo disco, antes de hablar de lo que hizo a lo largo de su historia.

“Hacía unos tres años que no grababa y este disco es muy especial. En los últimos años casi siempre toqué en trío y hacerlo ahora con invitados como solistas, me cambió un poco el panorama, me puso más en situación de anfitrión. Por eso elegimos con afectuoso cuidado cada uno de los que vendrían a tocar con nosotros”, comenta y enseguida comienza a describir detalladamente la selecta lista, que no por casualidad termina resumiendo su larga historia: un periplo que en sesenta y tres años de actividad ininterrumpida recorrió todos los estilos que articulan una amplia idea de jazz, desde el swing hasta la fusión, pasando por formas de lo latino como el bolero, la bossa nova y el bebop en sus diferentes salsas.

“Una de las grandes alegrías de este disco es poder contar con Mauricio Percan”, asegura Navarro. El swingueante “Limehouse Blues” y el melancólico “Memories of you”, son los temas que el clarinetista comparte con el trío. “Con Percan empecé mi carrera profesional, cuando tenía 16 años, con los Swing Timers. Teníamos grabaciones juntos, pero de hace más de cuarenta años. Imaginate qué emocionante es poder tener un nuevo registro con él. Por otro lado, poder tocar ahora con quien me convocó para el primer grupo en el que toqué es como cerrar ese círculo virtuoso que te permite la amistad a través de la música”, agrega el pianista.

La elección de los temas del disco, que serán la base de los conciertos en Bebop, identifica a cada invitado. “Scrapple for the Apple”, de Charlie Parker, y “Doxy”, de Sonny Rollins, son los elegidos de Ricardo Lew, que el trío, devenido en cuarteto con el guitarrista, hace propios con versatilidad y desparpajo. “Ricardo fue compañero en un cuarteto que formé cuando volví de Estados Unidos, a fines de los ’70”, recuerda Navarro. “Ahí nos conocimos y enseguida congeniamos. Eran los años del jazz fusión, de Chick Corea, Weather Report. En esa onda nosotros grabamos Navarro con polenta, un disco para mí entrañable, porque fue, después de casi diez años de trabajar afuera, mi reencuentro con el público argentino”.

“Ahí están también Norberto Minichillo y Juani Amaral, ahí había una versión de ‘Black dog’ de Led Zepellin”, continúa Navarro. “Más tarde con Ricardo nos reencontramos con la Banda Elástica, otro gran grupo en el que estaban además Ernesto Acher, Hugo Pierre y el ‘Zurdo’ Roizner, entre otros. Con Ricardo también viajamos a Europa varias veces, para tocar por Austria, Alemania, Suiza y Bélgica, convocados por el saxofonista Karlheinz Miklin, otro amigo querido, que murió hace poco”, recuerda el pianista.

Navarro sigue hablando del nuevo disco, de su presente. Sin embargo, cada invitado es un pedazo de historia. Historia propia e historia del jazz en la Argentina. Bernardo Baraj, que para la oportunidad eligió “Último tango en París” de Gato Barbieri, en el que sumado al trío participa Pocho Porteño en percusión, es otro disparador de sustanciosos relatos. “Con Bernardo me une una amistad de muchísimos años y mucha música compartida”, cuenta Navarro.

“Entre tantas cosas recuerdo La Banda, un grupo que formamos allá por 1980, que duró muy poco, pero que tuvo mucho éxito. Ahí, además de Bernardo en saxos y yo en teclados, estaban el ‘Negro’ Rada en voz y percusión, Benny Izaguirre en trompeta y Ricardo Sanz en bajo. Grabamos un disco que en ese momento fue un boom. Lo presentamos en el Teatro Alvear. También tocábamos mucho en un local que se llamaba Music Up, que estaba arriba de donde ahora está la disquería Zivals, en Corrientes y Callao. Pero a pesar de todo eso, la poca visión comercial que teníamos, y sobre todo la vagancia nuestra, hicieron que el grupo se disolviera al poco tiempo”, repasa.

De La Banda también formaba parte el baterista Luis Cerávolo, que en este disco de Navarro aparece en “Let the good time roll”, junto a su compañera Alejandra Martin. “Con Luis tenemos una infinidad de experiencias compartidas, y Alejandra, a quien conocí a sus 18 años cantado en un boliche de avenida Las Heras, es de mis cantantes preferidas. Tiene un inglés perfecto, que lo trae de familia, y eso la distingue”, dice Navarro. La formidable versión de “You go to my head”, piano y voz, da cuenta de ese afecto.

Otro Luis del disco es Salinas, que además de su propio “Para Cheo y Papo Luca” deja su impronta con “Dejame ir”, un bolero de Mike Ribas y Chico Novarro, en el que además de poner su guitarra, canta. “Tardé muchos años en descubrir a Salinas. Vaya a saber por qué”, reconoce Navarro. “Tal vez porque apareció en una época en la que yo ya no salía tanto de noche y no podía escucharlo en los locales por donde él andaba. Lo descubrí escuchando sus discos y enseguida me fui a escucharlo a La oreja, un sótano que estaba en la calle Paraná, donde él tocaba. Recuerdo que cuando vio que estaba entre el público me invitó a subir para tocar algo. Ahí terminé de entender que se trata de un músico de otro mundo. Después hicimos Reunión cumbre, un concierto en el Teatro Coliseo junto a ese baterista increíble que es Alex Acuña. Para eso formamos una especie de All Stars, con la modestia del caso porque la estrella era Acuña, en el que estaban también Gustavo Bergalli en trompeta, Rada en percusión, Francisco Fatorusso en bajo. Hasta hoy mi amistad con Salinas se cumple en el rito de tocar juntos, así porque sí. Él viene a casa y nos pasamos una tarde entera tocando standars. Nunca había grabado con él. En una época insistió en que tocara folklore, pero a mí no me nace, no me sale, y a ese proyecto tuve que decirle que no”, relata Navarro.

-“East of the sun” es el único tema del disco que interpreta con el trío. ¿Qué representa para usted esa formación?

-El trío es una gran escuela. Muchos de mis proyectos tuvieron que ver con la orquesta, porque me gusta sentirme envuelto en el sonido vigoroso, el color pleno. Pero siempre que pude volví al trío. Ya desde las épocas de los Swing Timers hacíamos un trío con la base de la orquesta, el ‘Negro’ González y Eduardo Casalla. Es decir, mi fascinación por el trío es de siempre. Incluso en 1965 grabé con ese trío, entre otras cosas Niño, un tema de Rodolfo Alchourrón. Después vinieron otros tríos, algunos casuales y otros más formales como este con Puertas y Martínez, que me acompañan desde hace tiempo. El trío es intimidad, es la posibilidad de escucharse cara a cara. Nunca ensayo para tocar en trío. Prefiero dejar amplios márgenes a lo inesperado, a la improvisación. De otra manera, no sería jazz.

 

Entre Ella Fitzgerald y Tom Jobim

Como en sus mejores solos, también en la conversación Jorge Navarro parece que está por terminar y de pronto se reaviva en una vuelta más, con más ideas, cambios de rumbo y otros encantos inesperados. Detrás de los Rayban, la cabellera blanca y simétrica y la gran sonrisa redondean ese aspecto de caballero de Núñez al norte. “Pampero”. Así lo bautizaron en el Jamaica, uno de los reductos claves a la hora de contar las historias del jazz en Buenos Aires. “Ese apodo se lo debo al Gordo Porcel, que venía seguido a escucharnos y se había hecho muy amigo. Él decía que cuando me enojaba bufaba como Pamperito, el caballo de Patoruzito”, explica Navarro. En el boliche de la calle Reconquista, por donde también pasaban Sergio Mihanovich, Gato Barbieri, Baby López Furst, Pichi Mazzei, Jorge López Ruiz, entre otros, fue también donde una noche, mientras tocaba, levanto la vista y la vio a la mismísima Ella Fitzgerald, con el micrófono en una mano y una copa en la otra, que empezaba a improvisar sobre su solo. “Estaba también Jim Hall”, rememora Navarro.

El pianista se apura para dejar de hablar de sus recuerdos y comentar los proyectos para el nuevo año. Entre ellos va tomando cuerpo Jobim sinfónico, un homenaje al gran músico brasilero, junto a Ernesto Acher. “El año pasado cerramos la etapa de Gershwin, que hace muchos años comenzamos con Acher y el inolvidable Baby López Furst, y ahora emprendemos un nuevo camino, con otro compositor sorprendente. Para eso Alfredo Wolf ya está trabajando con los arreglos para orquesta y también tendremos arreglos que ya nos mandaron Jorge Calandrelli y Carlos Franzetti, dos amigos entrañables, con los que la distancia no nos impide recordarnos y querernos”, cuenta.

Otro de los proyectos de Navarro para 2020 tiene que ver con el recuerdo del gran Baby López Furst, a quien lo unió una larga relación profesional, pero sobre todo una amistad profunda. “Baby me invitó a tocar con él en una situación muy curiosa, que da cuenta qué tiempo de persona era”, comienza a relatar Navarro. “Él tenía un trío con Luis Cerávolo en batería y Machi Rufino en bajo. Tocaban música de Baby, que me llamó como invitado para un ciclo que estaba haciendo en Jazz & Pop. Le pregunté por qué en vez de llamar a un saxo, una trompeta o un clarinete, un instrumento melódico que se preste mejor a lo que necesita un trío, se le ocurría llamar a otro pianista. ‘Tengo la idea de que pueden pasar cosas lindas’, me dijo”, recuerda Navarro.

 

“Ahí comenzó un dúo de pianos y una amistad que me marcó para siempre. Al poco tiempo, casi sin ensayar, hicimos un concierto en el hall del San Martín, ese fue el debut del dúo”, rescata el pianista. De ese concierto quedó un registro que hizo el inagotable Carlos Melero, que más tarde se editó con el nombre de Primera vez. “Después llegó el ciclo en Ópera Prima, donde Baby sufrió el episodio cerebrovascular por el que falleció tres días después. Nunca pude superar su ausencia, la pena infinita de no poder volver a tocar con el más grande pianista que ha dado este país”, concluye Navarro.