Nacido en marzo de 1957, Qasem Soleimani
se incorporó a la Guardia Revolucionaria en 1979, poco después de la Revolución Islámica encabezada por el ayatolá Jomeini que terminó con el poder de los Sha, viejos aliados de Estados Unidos en la región. Participó en la guerra entre Irán e Irak y también en Afganistán. Pero adquirió notoriedad cuando a principios de 1998 llegó a la jefatura de Al-Quds, el brazo exterior de la Guardia Revolucionaria, fundamentalmente encargado de organizar y sostener a las fuerzas chiítas proiraníes en Siria, Líbano e Irak.
De estrecha relación con el ayatolá Alí Jamenei, considerado el líder supremo de Irán, fue nombrado general de división en 2011. Desde ese puesto se convirtió en leyenda. A sus cualidades como estratega se atribuyen todos los avances iraníes en la región, sobre todo la exitosa lucha contra las fuerzas del Estado Islámico durante la Guerra Civil Siria.
En todos esos años, con su ayuda a Hezbola en Líbano, al presidente Bashar al Asad en Siria y a las Fuerzas de Movilización Popular en Irak, Soleimani consolidó el poder regional de Irán y sus aliados chiítas, para desesperación de Israel y los sunnitas respaldados por Arabia Saudita que permanentemente exigieron a Trump que le ponga a Irán un límite militar.
En los últimos años había crecido su influencia en los círculos de poder de Teherán, acompañada con un toque “modernizador” por su popular presencia en Instagram. Desde ese lugar, se considera decisiva su influencia en las sucesivas tratativas para formar gobierno en Irak, un país donde la mayoría de la población es chiíta.