Marlene Wayar pone el cuerpo y hace política con su propia biografía en el excepcional Diccionario Travesti de la T a la T, que sale este domingo y cierra la colección Biblioteca Soy. La ambición de este abordaje de lo travesti/trans con perspectiva histórica desmonta las violencias arraigadas y hasta las taxonomías bienpensantes impuestas por la heterosexualidad, como la redacción de la Ley de Identidad de Género “sobre la que no solo no fuimos consultadas sobre su pertenencia y urgencia, cuando aún seguimos siendo perseguidas, encarceladas y coimeadas por la policía en diferentes provincias”, plantea la escritora y activista, directora de El Teje, el primer periódico travesti de Latinoamérica. “Una ley que dice ser para reconocer nuestra identidad mientras en ejercicio esquizofrénico escribe que seremos hombres y mujeres, no travestis, transexuales, transgéneros o trans”, agrega Wayar para abrir las puertas clausuradas a toda una comunidad.
-El Diccionario… empieza con una pregunta: “¿Quieren saber qué es ser travesti? ¿Todavía no lo saben?”. ¿Qué importancia tiene esta pregunta?
-El mundo heterosexual es muy cínico, sinvergüenza, asesino, maltratador, discriminador, genocida; se venden blanco, cristiano, puro, maternal, pero en las prácticas concretas son de una terrible violencia. En un país que a las travestis nos ha cogido a todas, millones de veces, ahora parece que hay una preocupación avanzada: ¿qué es una travesti? Lo saben a la perfección, lo que no están sabiendo es qué son los heterosexuales. Nosotras tenemos radicalmente una diferencia que es abrazarnos en el respeto irrestricto a nuestro deseo, a nuestra autonomía y a nuestra libertad para ser. Es tan absurdo querer categorizar la experiencia humana que solo el mundo heterosexual puede tener esas pretensiones vanas. Lo rebuscado es lo cínico del “no matarás”, que sea el paradigma de la sociedad occidental y cristiana y que la guerra y la producción de muerte sea uno de los negocios más fructíferos. Las travestis somos otra mismidad: no somos hombres, no somos mujeres. No somos hombres que se transforman en mujeres ni mujeres que se transforman en hombre; tienen que dejar de pensar en esa dicotomía egocéntrica con la que se creen que son el eje del mundo: el hombre como sujeto primordial de la humanidad. La verdad es que son patéticos y algo de eso tiene que ver con que la travesti así nazca en una villa va a construir una belleza de ser y estar en el mundo. Estamos intentando llegar a los niños y las niñas antes de que sean adiestrados y adiestradas por esa heterosexualidad obligatoria que nos imponen.
-“No nos ven cuando somos niñas, nos ven recién cuando somos punibles”, afirmás en una parte del Diccionario… Esta condición de visibilidad, ¿se está empezando a modificar con la lucha de estos últimos años, con leyes como la de Identidad de Género?
-Quisiera ser muy cuidadosa… Todo puede cambiar. Yo estoy envejeciendo con un pedazo menos de intestino, imaginate si no estoy cambiando. La ley de Identidad de Género, siempre y cuando no sea retrabajada y dialogada en los medios de comunicación, en las escuelas, en educación sexual integral y demás, y no reconozca que somos travestis, que hay travestidad, que hay personas transgénero, personas transexuales y todas las que se identifiquen políticamente –lesbiana, gay, marica- no va a prosperar porque nos siguen proponiendo los corralitos de inteligibilidad en donde están parados: se puede ser hombre y se puede ser mujer. La idea es que nos reconozcan en nuestra travestidad. Y es travestidad, no travestismo. El travestismo es una práctica y nosotras tenemos una identidad que es la travestidad; somos otra manera de transitar la humanidad. El diálogo que hemos tenido con les jóvenes ha fructificado, pero el mundo adulto sigue pensando en los mismos términos; quiere seguir festejando el progresismo de la Ley de Identidad de Género, del Matrimonio Igualitario, que son leyes que han producido un avance, pero son conquistas muy paupérrimas. El cinismo del sistema patriarcal-heterosexual-capitalista no nos ve cuando somos absolutamente visibles; estamos en las plazas, estamos en las rutas, alejadas de los pueblos. Los camioneros saben donde buscarnos, la policía saben dónde buscarnos, y nos contagian enfermedades de transmisión sexual. Nosotras las travestis podemos morir de frío en la calle, de niñas. Si llegamos a sobrevivir, a los 18 años nos van a caer con todo su aparato punitivo, persecutorio, policial, sistemáticamente.
-“Todas las travestis tenemos un cementerio en la cabeza. Han muerto amigas de mi misma edad y más jóvenes a lo largo de toda mi vida, y todas por causas evitables. A las personas heterosexuales no les pasa eso de tener mil quinientas muertes en la historia”, afirmás en el libro. ¿Cómo afecta esta especie de cementerio con el que cargan las travestis?
-Tenemos un cementerio en la cabeza; esto viene desde siempre y no está estudiado cómo nos afecta. La pobreza estructural hace que no podamos investigarnos a nosotras mismas, que no podamos pasarnos las unas a las otras un montón de saberes que tienen que ver con la subsistencia. Esto no está investigado y tenemos que investigarlo, pero con quién lo vamos a investigar si a quienes podemos preguntarles se van muriendo… Nos hace falta institutos de memoria, nos hace falta tiempo de paz para poder juntarnos a conversar entre nosotras mismas, saber cuáles son los puntos importantes de nuestra agenda, poder hacer un trabajo concienzudo con nosotras mismas. Todas vamos caminando por la vida sabiendo que tenemos una espada de Damocles y que a la vuelta de cualquier esquina, por cualquier absurda razón, podés terminar torturada, mancillada, golpeada, hasta que te asesinan. Nada te garantiza que -hagas lo mejor que hagas- vas a superar los 35 años de vida. Además tenemos que partir de los estudios de la subjetividad que son heterosexuales y entonces debemos desarmar a Freud, a Lacan, a Saussure, a Judith Butler, con todo lo importante que puedan haber aportado, pero desde un pensamiento heterosexual. Es el heteropensante el que ha producido conocimiento y lo ha impuesto como norma, y no nos dejan pensar con quién es nuestro Edipo o nuestro complejo de Electra, si es que los tenemos o no los tenemos. Yo no puedo decirte cómo impactan estas muertes; es una pregunta muy ambiciosa. Pero tenemos la convicción de que en cualquier momento, en la mejor de las fiestas, con nuestros mejores vestidos, con nuestras mejores luces y acompañadas de nuestras mejores amigas, nos puede suceder la desgracia de la muerte de manera terrorífica en manos de heterosexuales.