La respuesta del sistema financiero a la baja de tasas de interés que dispuso el Banco Central desde mediados de diciembre está lejos de satisfacer las expectativas oficiales. El traslado que hicieron los bancos de la disminución de la tasa de referencia de la autoridad monetaria a los créditos que ofrecen a empresas y particulares resultó mínimo. El 20 de diciembre el BCRA anunció un descenso de la tasa de las Leliq del 63 al 58 por ciento, medida que reforzó una semana después para ubicarla en el 55 por ciento actual. Sin embargo, esa reducción de 8 puntos en el costo del dinero apenas se vio reflejada en las tasas que las entidades ponen a disposición del sector privado. Miguel Pesce, presidente del Central, está haciendo un seguimiento día a día de la evolución de los intereses de créditos y depósitos, en un cambio de orientación respecto de la gestión anterior.
Las tasas de los préstamos personales, que el 20 de diciembre estaban en 70,5 por ciento en el promedio del sistema, bajaron diez días más tarde –último dato publicado por el Banco Central- a apenas el 69,8 por ciento, una reducción de 0,7 punto. Los créditos al consumo son fundamentales para activar la economía a través de una inyección de demanda. Los adelantos en cuenta corriente, por su parte, se movieron del 56,9 por ciento al 55,1 en las mismas fechas, una baja de 1,8 puntos. Esta reducción se produjo en las líneas de más de 10 millones de pesos. Como se indicó al comienzo, la tasa de referencia del Banco Central cayó en el mismo período 8 puntos, de 63 a 55 por ciento.
La política monetaria contractiva que caracterizó la gestión del BCRA durante el macrismo irá cambiando gradualmente con la nueva administración. Quedó comprobado que esa estrategia fue ineficiente para contener la inflación, como prometían los equipos que pasaron por el Central entre 2015 y 2019, primero con Federico Sturzenegger, después con Luis Caputo y finalmente con Guido Sandleris. Los precios minoristas aumentaron los cuatro años de gestión de Cambiemos por arriba de los niveles heredados del kirchnerismo, hasta alcanzar el record de 55 por ciento el año pasado, el mayor nivel desde 1991. En esos 28 años la inflación nunca había superado el 50 por ciento.
El establishment financiero, con bancos, consultoras y calificadoras de riesgo, respaldó esa política de contracción monetaria, desregulación de las operaciones de los bancos y apertura de la cuenta capital, para la libre entrada y salida de divisas. Los resultados son los que están a la vista, con abultadas ganancias para las entidades financieras, encarecimiento del crédito hasta tornarlo inviable y fuga de dólares record. El endeudamiento del Estado para lubricar esas políticas es también parte de la herencia a resolver, con el país en default en una porción de su deuda pública y una renegociación inevitable con bonistas y el Fondo Monetario Internacional.
Los hechos contrastan con el sentido común del poder financiero, que aseguraba que las políticas de libre mercado generarían una corriente de inversiones privadas que derramaría en créditos baratos y abundantes, con una inflación cada vez más baja.
Lejos de esa fantasía, que explotó como una burbuja, otra de las cuestiones urgentes a resolver es la situación de las familias endeudadas con créditos hipotecarios UVA, atados a la inflación. El Banco Central suspendió hasta fin de mes la indexación por precios y constituirá una comisión para estudiar una solución definitiva, bajo el criterio del esfuerzo compartido entre bancos y quienes tomaron los préstamos.
La Unidad de Valor Adquisitivo (UVA) aumentó 227 por ciento durante el gobierno de Cambiemos. En abril de 2016, cuando aparecieron estos créditos en el mercado, operaba a 14,05 pesos, mientras que el 10 de diciembre se ubicó en 45,91 pesos. Una persona que en marzo de 2016 sacó un crédito de un millón de pesos con una cuota inicial de 7915 pesos, en diciembre del año pasado pagó una cuota de 25.922 pesos y le debe al banco 3.024.370 pesos, de acuerdo a la estimación realizada por el especialista Christian Buteler. Como se ve, allí no hubo esfuerzo compartido, sino que los daños de la devaluación y la estampida de precios cayeron sobre las espaldas de los deudores, como se advertía desde un comienzo que podía suceder con estos préstamos.
Una tercera cuestión que se analiza en el Central, además de la morosidad de los bancos para bajar las tasas y la crisis de los UVA, es cómo marcha el crédito al conjunto de la economía. En ese terreno tampoco hay demasiada conformidad por parte de las autoridades. Los adelantos en cuenta corriente y el descuento de documentos siguen estancados, mientras que los créditos personales caen en forma constante hace más de un año y en diciembre no se revirtió la tendencia. El Gobierno y el BCRA pretenden que los bancos vuelquen más crédito para acelerar la salida de la recesión, junto con las políticas de estímulo que viene tomando el Estado en distintos frentes. El nuevo bono a trabajadores del sector privado, en ese sentido, se suma a la nutrida lista de medidas que implementó la Casa Rosada, con el bono de 10 mil pesos para jubilados y 2000 para titulares de la Asignación Universal por Hijo en primer lugar.
La opción que desarrolló el Banco Central en su momento, bajo los gobiernos de Cristina Kirchner, entonces con Pesce como vicepresidente de la autoridad monetaria, fue aplicar regulaciones sobre la tasa de interés que podían cobrar los bancos al otorgar préstamos, con topes definidos, y un piso para el rendimiento de los plazos fijos de los ahorristas. De ese modo, se evitó que los bancos ampliaran márgenes de ganancia a costa de empresas y consumidores. Junto con ello, el BCRA dictó normas para orientar el crédito, asignando cupos mínimos de financiamiento a las pymes. Las compañías de seguro y los fondos comunes de inversión, entre otros actores financieros, también participaron de esa política. Desde el Estado, el Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses dio apoyo a la inversión y al consumo, lo mismo que el Ministerio de Industria.
La agenda caliente que se le presenta al Banco Central este verano, con la presión de la renegociación de la deuda como telón de fondo, invita a recuperar aquellas experiencias que fueron exitosas, de modo que en la Argentina se produzca un cambio Central, donde los ganadores no sean siempre los mismos.