Hilos de pintura negra se desprenden del cuerpo y forman una palabra en cursiva. Culpa. Culpa. Culpa. El varón habla pero en cuadro está ella, en primer plano, con fondos de distinto color. Azulado, rojizo, rojo. Él habla tanto que las palabras no caben en los globos y se amontonan: “Siempre me estás”, “no puede ser que”, “no puedo creer”. Hasta que llega el monstruo del basta. Basta, pibe, basta. Entonces, ella está loca, mal de la cabeza, no se puede poner así, mientras él la inmoviliza en el piso después de haberle roto un trabajo. Algún boceto de ilustración para manual o libro infantil de España, Estados Unidos, Inglaterra, Argentina; una página de La pelusa de los días o Siempre la misma historia o La de las botas rojas; cualquier papel que pueda tener sobre el tablero una dibujante de oficio.
Sole Otero necesitó dibujar y escribir para entender lo que había pasado con ese novio. Apenas terminó la relación, empezó. Al principio, como si fuera una carta para él: para que viera cómo no la dejaba hablar; para que entendiera cómo la hacía sentir. Pero a medida que avanzaba lo pudo olvidar y apropiarse de la historia: su primera historia larga, su primera novela gráfica. Poncho fue, editado en paralelo en Argentina y España en 2017 (por Hotel de las Ideas y Ediciones La Cúpula respectivamente), la terminó de posicionar en el súper fértil campo de la historieta argentina contemporánea, y amplió el reconocimiento internacional que ya tenía por ser parte del colectivo de mujeres historietistas Chicks on Comics y la compilación en un libro de La pelusa de los días en España. Los dos años siguientes ganó consecutivamente la residencia en La Maison des Auters en Angoulême –declarada por la UNESCO Capital Mundial de la Historieta: su Festival es el tercero más grande del mundo, atrae 250 mil personas–, y ahora acaba de ganar el XIII Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic con el proyecto Naftalina. Si todo sale bien, después del 47 festival, que será en febrero, se quedará a vivir en Angoulême.
Una de las cosas que aprendió durante aquel noviazgo es que no le sirve trabajar de a un proyecto a la vez. Eso le decía él –además de cómo ponerse la bufanda, enjuagarse la cabeza o gastar su propia plata, mientras era incapaz de cerrar una supuesta novela–: que terminara una cosa y empezara otra. “Igual, no me gusta mucho sentir que no tengo opción”, le dice ella en un momento en que cede una vez más. Y él: “Conmigo siempre vas a tener opción. Solamente tratá de no cambiar de opinión todo el tiempo”. Pero a Sole la monotonía agobia. Es lo que más le cuesta de dibujar novelas: mantener tanto tiempo un trazo, las proporciones, los fondos, los materiales, la paleta de colores. “Hay toda una obsesión por tener un estilo personal y yo estoy siempre en esa disyuntiva de que no sé si mi estilo se reconoce porque me gusta cambiarlo todo el tiempo y porque si tuviera que seguir con el mismo estilo que hace cinco años me agarra un ataque de ansiedad”, dice Sole: “Soy muy cambiante”.
SALITA ROJA
Partido de San Martín, Buenos Aires, febrero de 1985. Sole fue la primera hija de una maestra de matemática y computación y un ingeniero. Al tiempo nació un hermano y más adelante, gemelos: uno y una, le habían dicho, pero resultaron dos nenes. “Creo que ahí quedé desequilibrada”, dice ella: “Me generó un toc medio completista, una necesidad de siempre equilibrar”. A Sole no le podía faltar un número de una colección X, por ejemplo. O no podía quedarse pensando en que una historia tenía un final malo o le faltaban personajes (mujeres en general): escribía y dibujaba lo que ella necesitaba para “emparejar”. Era la niña más lectora que conocía, fan de Clarissa lo explica todo, fundó un diario escolar y quería hacer cosas para salvar el planeta. Sus padres sólo le podían reprochar que perdía las cosas.
Pero, a los doce, su espíritu emprendedor se apagó. La cambiaron a un colegio de varones el año en que se inauguraba la matrícula mixta. Hasta los 15, solo escribió cartas para un novio, se preocupó por lo que pensaban los demás de ella y tuvo miedo de llegar a medir dos metros. La salvó un relaciones públicas que en su tarjeta tenía un dibujo estilo manga. Sole se tentó y lo copió: recordó que dibujaba bien. También empezó a leer manga y en una de las últimas ediciones de la convención de humor gráfico, terror y ciencia ficción Fantabaires, a fines del 2000, supo de la Escuela Argentina de Historieta y se anotó. Lo primero que terminó fue una sobre elfos. Era jugadora de videojuegos, todavía católica practicante y repetido blanco de degenerados en la calle y el tren. En parte, de ahí cree que conserva la fascinación con Caperucita Roja.
Se anotó en el CBC de imagen y sonido, pero al saber que así no iba a aprender a animar se pasó a diseño textil. Durante la época universitaria sufrió porque creía que nunca se iba a poner al día con todo lo que sabían los demás de arte y ella no. A su familia le interesaba la ciencia, no el arte. Aunque por otro lado, sí le allanaron el camino hacia lo digital: en su casa hubo desde las primeras computadoras y aprendió a usar los softwares de ilustración desde que fueron apareciendo. De la combinación de habilidades se convirtió en ilustradora de manuales y textos infantiles en 2006. El mismo año arrancó su primer webcomic, Salita roja, una tira donde la protagonista es una nena con una visión un poco oscura del mundo. “No termina de ser infantil porque toca temas un poco ríspidos para nenes, salvo que lean cosas como las que leía yo”, dice Sole. Ahora la está reversionando para un nuevo libro pero no encuentra la original, ni en papel ni en disco rígido: se perdió alguna de esas veces en que, sintiéndose un fracaso, incapaz, poco suficiente, renunciaba a hacer historietas y cerraba el blog.
LA VERDAD DE LA MILANESA
“Yo soy la autoestima de Pelusa. Y yo su ansiedad. ¡Y juntas tenemos el poder!”. En 2009, Sole cumplió un sueño: la convocaron para hacer una tira para la Billiken. Inventó a Popi, una niña, y fue feliz. Un tiempito. También la había invitado la colombiana Powerpaola a sumarse al colectivo internacional Chicks on Comics, aunque si había que socializar ya no lo era tanto: “Me escondía atrás de mi novio en los asados”. Pero en fin, la cosa iba bien: tenía un sueldo fijo por hacer lo que más quería hacer. “Pero me bajaron la tira en el número 19 porque no me podían poner fija”, recuerda. Nuevamente crisis, invalidación, renuncia. Entonces apareció Ángel Mosquito invitándola a publicar en el blog de comics autobiográficos Historietas Reales –creado en 2005: publicaban Mosquito, Caro Chinaski, Federico Baert, Clara Lagos y muchos otros–; Sole participó con Solo le pasa a Sole, las aventuras que le tocaba vivir producto de su personalidad, como dice, “catrasca”.
“Querido lobo: la tira de ayer tuvos muchos me gusta. No pude soportar la presión de la comparación y me quedé en casa”. Durante 2010 renunció a las historietas de verdad: necesitaba concentrarse en su tesis para recibirse. No dibujó nada más que no fuera trabajo, concreto, a pedido. Dijo que no a compilar Solo le pasa a Sole para una antología de Historietas Reales, dijo que no a dibujar una tira diaria en Tiempo Argentino y abandonó su primer intento de novela gráfica, La verdad de la milanesa. Se dedicó a vivir por primera vez fuera de la casa familiar –con novio en Parque Centenario, su barrio en adelante– y a armar su tesis de títeres de Caperucita Roja. La facultad le dejó conocimiento sobre tratamiento de color y textura, y el oficio de bordado, que desarrolla mientras mira series.
Al terminarse esa etapa empezó a sufrir porque sentía que se le había pasado el tren de las historietas y que ya nunca se iba a poder reinsertar. Para sumar al autoflagelo, se abrió una cuenta de Twitter. Pero poco a poco, ahí encontró un espacio –humor, cinismo y brevedad es un terreno caminable para ella– y empezó a escribir algo todos los días (lo sigue haciendo: tiene al menos dos cuentas en uso). Entonces se dio cuenta de que esos tuits podían ser viñetas e inventó La pelusa de los días a raíz de la suciedad por hollín que se formaba en su departamento. Tiras en lápiz con toques en rojo, que resolvía en media hora: ésa era la idea. Hace poco encontró algunos originales y se horrorizó del dibujo, pero así es ella con ella; la tira es perfecta: no le sobra, no le falta y es una idea inagotable. De hecho, la sostuvo durante cuatro años; al final, sin fuerzas. Eran los días del ex novio que inspiró Poncho Fue.
La protagonista desnuda frente al espejo: “Engordé un montón estos meses. Nunca tuve tantas ojeras. Estoy muy contracturada. Me cae mal todo lo que como. Tengo migrañas. Nunca tuve migrañas. No sé cuando me va a venir. Mis hormonas enloquecieron. No puedo dormir. ¿Qué me está pasando?”. En la página siguiente llegan juntos a un cumpleaños: ella lo presenta a sus amigos y al segundo él está más integrado que ella. “Lo que me dejó muy traumada”, dice Sole, “fue que yo había pasado todo ese tiempo exteriorizando para los demás que estaba en una relación buenísima y tapándome a mí misma que la estaba pasando muy mal. Cuando se terminó no podía creer todo lo que había pasado. Durante meses y meses necesité que mis amigas me hagan de oreja porque todos los días estaba revisando cosas de la relación”. Después le tocó a ella escuchar las historias de algunos lectores que la invitaban un café, identificados con ella, con él, con los dos. El libro está agotado hace más de un año.
SIEMPRE LA MISMA HISTORIA
“¿Por qué se habrá cambiado de lugar? ¿Oleré?”. Sole se lamentaba porque quería compilar La Pelusa de los Días en un libro y no encontraba editor. Se destrabó en una sesión de terapia cuando la nueva psicóloga le dijo: “Eso es porque necesitás validación. Si querés publicarla, publicátela vos”. Cuando empezó a moverse para eso, le llegó un mail de Ediciones La Cúpula de España. Cuando presentó el libro en Argentina, Diego Rey, uno de los fundadores de Hotel de las Ideas, una editorial nacida en 2013 que funciona como cooperativa, le dijo: “Me da alegría y bronca. Queríamos publicarlo nosotros”. Para entonces, año 2015, en Hotel contaban unos diez títulos: el súper premiado La Sudestada de Juan Sáenz Valiente, el Alien Triste de Pedro Mancini, la antología de la revista Clítoris, la recopilación de Altavista de Fernando Calvi y otros. El concepto para ellos es que sean libros que puedan disfrutar no solo los lectores de historietas, y más específicamente, de historietas de aventuras. Su público es más afín a las librerías que a las comiquerías, creen Diego Rey y Santiago Sánchez: “No podemos publicar todo lo que quisiéramos, pero casi”. Ahora, a Sole le gustaría rehacer todo el rotulado de Poncho Fue para su reedición todavía sin fecha.
“Ahora que tu amor me ha rescatado, dulce princesa, siendo que todavía me siento un sapo, me dedicaré a subestimarte y disminuirte a mi nivel para sentirme el príncipe que tanto quiero ser”. Mientras Sole se aburría de escribir La Pelusa, de este lado había una fan con una de las tiras de foto de portada. Delfina Moroni lleva adelante la editorial Dícese junto a Ariel Olivetti, reconocido ilustrador que ha llegado a las tapas de Marvel –dibujó la última versión de Thor–. Ella es licenciada el Letras, especializada en cuentos clásicos y narrativas dedicadas a la infancia. Se conocieron cuando Delfina la contrató para ilustrar un libro de princesas, muchos años antes de Siempre la misma historia, la serie que Sole arrancó después de Pelusa y compiló para Dícese en 2018. Allí, de la mano del príncipe, la Bella Durmiente solo piensa en dormir una siestita; el genio de la lámpara manda a enviar un mensaje al 2020; Hansel y Gretel se quedan sin señal en el medio del bosque; un oso de peluche es notero y psicoanalista; Caperucita se cruza con Pinocho o con Blancanieves y va a una escuela de “Señoritas Relajadas”, donde la maestra, claro, tiene cola. “Dejé de querer autodestruirme y lo nuestro perdió sentido”, le dice al lobo en otra.
“Sole no tiene techo. Su estética es increíble pero sobre todo es una gran narradora. Podría narrar en ausencia de los dibujos y su obra funcionaría igual. Tiene una voz femenina muy fuerte y eso para la novela gráfica conforma una subjetividad alternativa que por suerte está ganando cada vez más espacio”, dice Delfina Moroni, también fanática de La de las botas rojas, una historieta en blanco y negro –y toques de rojo– basada en la historia real de una mujer convertida por la televisión en sospechosa de asesinar a su pareja, que Sole escribió en 2015, imprimió 20 copias y escondió en stands de un Comicópolis sin avisar en redes. Al año siguiente salió editada por Szama ediciones: también agotada. “Me cansé de decirles que la reediten que me comprometo a comprar en firme una parte de la tirada para distribuirla”, avisa Delfina.
INTENSA
“Grito porque no me querés, ¿cómo podés no quererme porque grito?”. La alien de Intensa intenta entender la raza humana. Hay días en los que a Sole le gusta poner música que pueda cantar a los gritos, como Luis Miguel. Pero mientras trabaja, le gusta escuchar documentales o podcasts. Mucho de lo que sabe de guión, dice, lo aprendió con el de Santiago Calori, Lettera 22. Y mucho, también, con amigos que se fue cruzando, sobre todo unos colombianos mientras trabajaba en Intensa. Tecnicismos como qué es el arco argumental o pensar en las motivaciones de los personajes, en su evolución, en cómo cambian sus conflictos. Y los de Coco, la alien protagonista de su segunda novela, una comedia romántica servida, lo hacen a gran escala. Intensa fue el nombre preliminar del libro –publicado a mediados de 2019 por Hotel de las Ideas y Astiberri en España–, pero al cierre no hubo otro mejor. Con ese título y un avance de textos y bocetos aplicó para la residencia de seis meses en la Casa de los Autores de Angoulême, que trabajó de corrido: apenas socializó durante la semana y los fines de semana hacía viajes por la zona. Esa vez, la escritura fue más desafiante: el dibujo le salió de primeras, sin rehacer. Y eso que la novela, que transcurre en dos entornos –la galaxia y la tierra–, con sus formas y colores específicos, es un trabajo de ilustración descomunal.
Coco vive sola en una nave y es una de las custodios de la nave nodriza. Pertenece a una comunidad de hembras que escaparon de su planeta de origen, donde morían al dar a luz. Ahora, los machos las buscan por el espacio mientras en la nave nodriza las mejores científicas de la esepecie intentan revertir ese mecanismo reproductivo. Todo se explica al comienzo, a modo “en una galaxia muy muy lejana”, pero lo mejor es cómo Sole remata esa típica puesta en situación: “Estoy tan aburrida que estoy viendo ese videíto otra vez”. Coco se comunica con XOXO, su computadora central, “diseñada para ayudarla en todo momento con sus necesidades”. Así es que cuando le pide que la transforme en humana y la baje a la tierra para conquistar a Pedro –el último ejemplar que abdujo para tener sexo: las alien tienen permitido eso–, pensando que se dirige hacia un lugar de “sexo y diversión para siempre”, la computadora cumple. Es genial que se descubra la nariz, que descubra los olores, y la escena en la que se emborracha –donde sucede lo de “sos muy intensa”– es alucinante. “Fue mi libro más conflictivo, desde la critica que recibí”, dice Sole. “A mucha gente le gusta pero a mucha he leído que no porque el personaje es muy intenso”.
NAFTALINA
Sole dio clases durante mucho tiempo. De ilustración digital y tejido a máquina y bordado; por el tema de los horarios, le sienta mejor hacer ese trabajo online. En cuanto a alumna, de los muchos cursos de ilustración que tomó, recuerda especialmente el año de dibujo con Juan Zanotto y el otro con Quique Alcatena; y también un curso, mucho más reciente, de color, con Rebeca Luciani, que algo destrabó de su habilidad para la pintura a mano e influyó desde Poncho Fue hasta acá. Ahora, además de haberse cansado del acrílico, se compró un iPad con la idea de retocar los trabajos en marcadores que venía haciendo, y terminó rehaciendo todo ahí. Truz es el que trae hace más tiempo porque viene de un sueño frustrado: es una historieta infantil, que mezcla muchas cosas que le gustaban de chica, como Los Picapiedras y el Chrono Trigger y algunas cosas de Asterix. La protagonista es una nena cavernícola (después recordó que lo primero que recuerda haber dibujado en la vida es a Pebbles) y hay viajes en el tiempo y juegos de doble página en el medio: “Es el libro que hice pensando lo que me hubiera gustado leer cuando era chica”, dice Sole.
También, además de Salita Roja, está retocando un fanzine, Pangea, una historia contemplativa en un futuro postapocalíptico donde solo quedan mujeres con tres senos que buscan algo en una ciudad destruida. Pero el proyecto principal se llama Naftalina, su nueva novela gráfica que tendrá más de 300 páginas, y es lo que desarrolló durante la residencia del año pasado en Angoulême. Esta vez, no solo disfrutó mucho más la ciudad –al punto de decir: “Me quiero venir a vivir acá”– sino de la casa en sí, donde trabajan entre 20 y 25 historietistas. De hecho, fue una compañera de estudio quien la convenció de aplicar al premio de Salamandra Graphic, recientemente incorporada al grupo Penguin Random House.
Naftalina, cuenta Sole, es la historia de una chica a la que se le muere la abuela. Tiene alrededor de 20 años y está evaluando su devenir universitario mientras corre el año 2001. Le sucede eso que, contado, es siempre una suerte y una bendición: hereda la casa, los padres se le dan para que se vaya a vivir sola ahí. Pero también se la dan así, como quedó después de la abuela: ella tiene que hacerse cargo de vaciarla y limpiarla. La novela tiene cosas autobiográficas –en Poncho Fue hay referencias a una abuela y el miedo a ser como ella– pero también mucha fantasía. La protagonista pasa mucho tiempo sola en la casa, donde habla con un “algo”, pero la historia sucede en tres tiempos de manera que habrá personajes, situaciones y diálogos a mansalva. El primero es cuando la familia llega de Italia. Ella lo reconstruye a partir de las pistas que encuentra en la casa: objetos, papeles, fotos que le muestran algunos de los pasos de su abuela, las decisiones que fue tomando y los errores que cometió a lo largo de la vida para, según ella, volverse una persona cada vez mas enojada, resentida y difícil. En el camino –y ahí aparece el segundo tiempo: su niñez–, revisa la historia de toda la familia y la suya propia, claro, desde el momento en que le cuesta tanto lidiar con esa muerte, pero justamente porque no siente tristeza.
Naftalina, que será publicada la próxima primavera nuestra, también fue un título provisional que quedó. Lo testeó en Francia cuando supo del premio y todos los compañeros de residencia reconocían la palabra: “Es una palabra química, la misma en todos los idiomas, y para todos significa lo mismo: la casa de tu abuelo”, dice Sole. Había dibujado 65 páginas con marcadores cuando se compró el iPad y le resultó divertido trabajar directamente ahí. Las volvió a dibujar exactamente igual, dice. Ahora le resulta raro saber que no va a tener originales en papel, pero haciendo vida nómade –en 2019 estuvo en Estados Unidos, Italia, Francia, Buenos Aires en casa de amigo y demás– es más cómodo. Luego de todo un proceso logró despedirse de sus gatos y biblioteca; continuará con terapia vía Skype; ya fue a todos los médicos. Y se compró una bicicleta –roja– para andar por Angoulême. Pero sabe que volverá cada verano, si no al Festival de Cine de Mar del Plata –su semana de vacaciones sola hace tiempo–, sí para las fiestas, porque allá hace demasiado frío y en esa época la ciudad queda vacía. Como dice un ratoncito en una de sus tiras: “En la variedad está la incertidumbre”.