De un tiempo a esta parte, el anglicismo coaching se ha vuelto habitual en una gran variedad de discursos legos y expertos con capacidad de incidir en la vida económica, política y cultural de las sociedades contemporáneas. La tendencia es mundial y Argentina no es precisamente una excepción. El coaching se presenta como una estrategia para la gestión y administración empresarial, aunque la palabra misma y la idea que ella representa provienen de un dominio diferente. El término “coaching” viene del ámbito deportivo y significa entrenamiento. El trabajo de coach consiste en ayudar a que los individuos o equipos a su cargo obtengan los máximos resultados posibles en términos competitivos, aumentando el rendimiento físico y la autoestima a través de la ejercitación, la motivación y la transformación de hábitos intelectuales y emocionales. Desde su surgimiento en la década de 1970 en Estados Unidos, el coaching se ha extendido a dominios ajenos o, al menos, no directamente vinculados con el deporte. Hoy en día es de uso corriente en las empresas, al punto de haberse convertido en una de las principales estrategias del management, pero también en organizaciones políticas, sanitarias, educativas, religiosas, recreativas, etc. Entre los clientes del coaching no solo hay que contar organizaciones públicas y privadas, sino también, y cada vez más, personas particulares, parejas y grupos familiares. Al ser un servicio que propone soluciones en todos los órdenes de la vida, y cuya demanda en las últimas décadas ha crecido de manera exorbitante, no sorprende su actual estado de diversificación. De hecho, coaching es el nombre genérico de diferentes prácticas que se distinguen entre sí por el perfil de sus clientes, el método empleado y el objetivo buscado. Algunas de las corrientes de coaching que se aplican tanto en la esfera organizacional como en la personal son las siguientes: coaching sistémico, de inteligencia emocional, de programación neurolingüística, cognitivo conductual, y ontológico.

La corriente del coaching ontológico es una de las más populares en Argentina. Cuenta con decenas de empresas que a lo largo y ancho del país venden sus servicios de consultoría, muchas de las cuales también ofrecen cursos de formación para convertirse en coach profesional. Es la única escuela de coaching de origen sudamericano. Y es también, acaso, la más sofisticada desde el punto de vista de su fundamentación teórica (inspirada libremente en las obras de Nietzsche, Heidegger y Wittgenstein, en la filosofía del lenguaje de J. L. Austin y J. Searle, y en las investigaciones del biólogo H. Maturana).

Según los principales referentes del coaching ontológico, este podría definirse como una técnica con procedimientos sistematizados que interviene sobre tres dimensiones constitutivas de la existencia humana: el lenguaje, el cuerpo y la emocionalidad. Su finalidad es brindar a los individuos que se someten a esta práctica las herramientas para transformarse o inventarse a sí mismos en función de sus metas de vida. A primera vista esta propuesta no parece muy distinta de las que plantean otras clases de coaching, o incluso otras técnicas destinadas a la transformación de sí que hoy inundan el mercado. Sin embargo, se diferencia de estas propuestas en aspectos fundamentales que hacen de ella una técnica singular. No tanto por las características sociales de sus clientes como por la metodología con la que trabaja y, sobre todo, por el objetivo que persigue. Este no se restringe a la transformación de un hacer específico al interior de un campo de acción determinado, sino que abarca la totalidad de la existencia y apunta al “ser” de los seres humanos. De ahí que este coaching se llame “ontológico”, siendo la ontología la parte de la filosofía que se ocupa del ser en general. El coaching ontológico se interesa por el ser humano en particular. Y, más específicamente, se pregunta por la “forma de ser” de las personas. De acuerdo a uno de los postulados básicos de la teoría en la que se apoya esta práctica, la forma de ser de una persona puede variar, si bien responde a condicionamientos naturales y sociales. En todo caso, no es permanente como afirmaban ciertas filosofías clásicas. Su carácter variable y por lo tanto modificable es la premisa de la que parte el trabajo del coaching ontológico. Dicho brevemente, este consiste en interpretar cómo son los individuos a partir de la observación de sus acciones y, sobre la base de esa interpretación, posibilitar un cambio en su ser. La idea que rige esta concepción de lo humano es que, por medio de la interpretación ontológica, cualquiera que lo desee –y que pueda pagar por el servicio, vale aclarar– esté en condiciones de superar los obstáculos que le impiden transformarse en la persona que aspira llegar a ser. Desde esta perspectiva, la forma de ser, que se manifiesta en las acciones cotidianas de los individuos, se vuelve objeto de diseño. De manera tal que el coaching ontológico se promociona como un instrumento poderoso y efectivo para diseñar la propia vida.

Para este discurso no hay un único modo de ser al que se pueda acceder. Sin embargo, los cambios que se impulsan desde el coaching ontológico están encaminados en una dirección bastante definida. Lo que se busca mediante este proceso de autodiseño es la posibilidad de devenir un ser abierto a nuevos desafíos y capacitado para obtener el mejor desempeño posible, un ser con altos niveles de competitividad, eficiencia y productividad, en suma, un ser dotado de las herramientas necesarias para alcanzar metas concretas en el contexto del mundo actual, empezando por la meta de vivir una vida mejor. El ideal de “vida buena” que subyace a este planteo está estrechamente vinculado al logro de resultados útiles o provechosos. El éxito, tomado como criterio casi excluyente de la realización individual o colectiva, funciona al mismo tiempo como una promesa y un paradigma que orienta las acciones discursivas, corporales y emocionales en la persecución del cambio hacia otro modo de ser. En este sentido, no puede pasar inadvertido que la forma de ser, pensar, sentir y relacionarse promovida por el coaching ¬–incluso si esta forma no se presenta como un modelo acabado– posee algunos de los rasgos que caracterizan a los individuos mejor adaptados a las exigencias opresivas del capitalismo contemporáneo. Los valores de autoinvención y adaptabilidad, de responsabilidad, operatividad y rentabilidad, de entusiasmo y bienestar, son algunos de los componentes normativos de un nuevo tipo de subjetividad indisociable de la época neoliberal. La lógica del neoliberalismo se consolida y naturaliza a través de este ideal normativo, a la vez que los valores comúnmente asociados a la realización de una vida exitosa son fomentados por esa misma lógica.

Al decir esto no se está juzgando la eficacia del coaching ontológico ni el profesionalismo de quienes lo ejercen. Tampoco es cuestión de identificar sin más a quienes ofrecen y demandan este servicio con una posición ético-política determinada. Es evidente, por lo demás, que nos encontramos ante un fenómeno de gran alcance social, del cual participan individuos de distintas procedencias ideológicas y de extracciones económicas y culturales heterogéneas. Sencillamente, lo que se intenta aquí es llamar la atención sobre algunas suposiciones y consecuencias del discurso del coaching ontológico. Es preciso tomar conciencia de que esta intervención teórica y práctica es cualquier cosa salvo neutral. El sistema de valores que ella representa se inscribe, directa o indirectamente, en la racionalidad que guía los comportamientos en el capitalismo neoliberal. Justamente por tratarse de un fenómeno que atraviesa diversos sectores sociales y cuyo crecimiento parece no encontrar límites, hay buenas razones para creer que sus efectos no solo se hacen sentir en la forma de ser de las personas involucradas en esta práctica, sino que también impactan de manera certera en nuestra vida en común.

* Investigador del CONICET y docente de la UBA