1999. Se esfumaba una nueva centuria para la humanidad. Aquí, allá y en todas partes, entonces y por las dudas que llegara el fin del mundo, proliferaban artes, quehaceres, obras, todo y de todo. Mucho. Demasiada información. Desde un rincón chiquito de Balvanera (los estudio Ion) Raúl Carnota arrimaba lo suyo. Un disco, el octavo en su trayecto. Un disco impresionante. El nombre era poco original y cantado (Fin de siglo). La tapa, también: una foto del músico con cara de póker, y fondo sepia. Lo importante, obvio, estaba dentro. Catorce piezas, muchas de ellas destinadas a transformarse en material de culto para nuevas generaciones que, en buena parte a partir de él, se volcaban hacia las músicas de raíz. La lista de temas iba desde una finísima, lírica y participada versión de “Amor de cometa” hasta los cálidos aromas litoraleños de “Rumbo al algodón”. Desde una canción pletórica en matices llamada “Como la luz de un talismán”, hasta una acertada apropiación de “Mishky Mota”, legendaria chacarera de los Indios Tacunau.
Incluía, también, una angustiante y maravillosa vidala llamada “Imposible” y el tema epónimo, cuya letra sumergida en una especie de milongón rapeado cantaba: “Y van las traiciones volteando altruismos/estéticas muertas por maniqueísmos/las sanas costumbres de vicios modernos/con nuevos mesías que estrenan avernos ". Muchos de estos temas tendrían sus correspondientes versiones en el nuevo siglo, claro. En especial, a través del intrépido Proyecto Sanluca, que el loco Carnota formaría con Franco Luciani y Rodolfo Sánchez en 2007. Pero la novedad de hoy es que el mismo sello que publicó el disco original veinte años atrás (Aqcua Récords) acaba de editar una especie de soundtrack con varias piezas desarropadas de aquel trabajo. No todas, pero muchas. Desarropadas porque ni los dos Juanchos (Perrone y Farías Gómez) que habían hecho la base en el original, ni los invitados participan en ellas (Chango Spasiuk y el Mono Izarrualde, entre más).
Se trata, al contrario, de demos a guitarra y voz pelada, que iban a ofrecer las “excusas artísticas” para convocar artistas, pensar arreglos y colocar en orden la lista de temas. La novedad es más novedosa aún si se tiene en cuenta que tales grabaciones se habían perdido hasta que algún inquieto hurgador de depósitos dio con el viejo DAT, que las contenía. El cancionero de versiones inéditas fue acertadamente acondicionado por el sello, y se puede apreciar a través de él al Carnota más profundo. Más introspectivo. El sonido, dadas ciertas filtraciones de ambiente, no es el mejor. Pero tal fallido, que a veces puede traducir belleza, es suplido por el brillo del cantautor en estado puro. Los ejemplos, ya subidos a Spotify y YouTube, son diez. Pero escuchando apenas tres, ya se puede percibir el halo íntimo y conmovedor de la totalidad. Una es “Imposible”. En ella prueba Carnota que, si compartía la música con colegas, era porque la pensaba como un hecho colectivo, y no siempre como una forma de mejorarla. La honda vidala, en sus solas manos, parece no necesitar nada más. Otra es “Chacarera del Expediente” que, en ese plan, es lo más parecido, por genuina y austera, a la versión de su autor Cuchi Leguizamón, también rastreada entre escondites. Y la tercera es “Como la luz de un talismán”, cuyo clima refrenda lo dicho: invitar músicos y poner más instrumentos era tan necesario, como no.