Darío Sztajnszrajber hace lo mismo que cualquier hombre o mujer desde el principio de la humanidad: observar a su alrededor, hacerse preguntas, cuestionar y dudar… para, en una de esas, existir. La diferencia con los miles de millones de ejemplares que lo precedieron en la especie es que este filósofo, además, encontró la manera de volver populares estas inquietudes que el humano por lo general incuba en la intimidad. Lo popular muchas veces está reñido con la calidad, aunque felizmente para él y para quienes lo consumen, esta vez ambos elementos se combinan de modo sinérgico y superador. 

Después de largos años dedicado a la docencia en todos los niveles (desde Preescolar hasta la Universidad), Sztajnszrajber encontró su plataforma de lanzamiento masivo a través de Mentira, la verdad, el ciclo por Canal Encuentro donde desarrolló los postulados fundamentales de la filosofía (la amistad, el orden, la felicidad, Dios, el poder, la muerte) combinando marcos teóricos del ámbito académico con recursos narrativos propios de la ficción. El resultado, como se sabe, fue un éxito en todos los sentidos: el programa recibió innumerables premios en todo el mundo, a la vez que se volvió una pieza de culto (todos los videos que andan pululando en Internet sobre el programa dedicado al amor, de la primera de las tres temporadas, rondan el millón de visualizaciones).

Salir de la caverna, el espectáculo que mostró en la Ciudad Cultural Konex, fue la última saga de una caravana de puestas que se linkea con Desencajados, una obra que experimentó en el mismo lugar con la combinación de música en vivo, y que ahora se depuró en un formato que él concibió a modo de clase abierta. La fórmula redondea todas las virtudes de Sztajnszrajber y lo convierte en una estrella pop capaz de agotar localidades, tal como sucedió en el espacio del porteñísimo barrio de Abasto. 

“La filosofía implica salir de nuestro lugar común para saber que todo lo que entendemos como dado y establecido… puede ser de otra manera”, arremete el filósofo ni bien comienza el espectáculo, luciendo una remera con el logo del disco Oktubre de Los Redondos y apoyándose en una banda musical que va recorriendo canciones indispensables del rock en Argentina. La primera que sonó fue “El anillo del Capitán Beto”, de Invisible. “Lo que Spinetta figuró en esta letra, incluso sin proponérselo, es una metáfora del quehacer filosófico: la de ir perdiéndose en un viaje hacia ningún lado, a la deriva de preguntas filosóficas que no descansan cuando alcanzan una respuesta, sino que en realidad buscan desestabilizar respuestas que tenemos normalizadas, para poner en tensión el sentido común”, explicó Sztajnszrajber. 

El filósofo confiesa que la primera vez que se sintió invadido por una duda existencial fue de niño. “Me pregunté por qué el tiempo pasaba y no se detenía. Se lo consulté a mi vieja, quien me miró como diciéndome: ‘¿por qué mejor no te vas a jugar?’. Y fue terrible, porque me di cuenta que había preguntas sin respuestas y eso me llenó de angustia. Ahí descubrí lo que luego terminé entendiendo: la matriz del pensamiento filosófico”. 

La interacción con el público es una de las claves de este espectáculo, y en ese sentido el filósofo juega con los presentes, entendiendo al juego como “una conducta que emancipa a los objetos del sentido dado que tienen, como hacen los niños cuando toman una cuchara y la imaginan otra cosa… para que luego los adultos lo desvaloricen pensando que es algo únicamente ‘simpático’, lo cual no hace otra cosa que despojar al juego del poder político que tiene”. Sztajnszrajber le pregunta a los espectadores cuál fue, justamente, la primer pregunta filosófica que recuerdan haberse hecho. ¿Cuál es el número más grande? ¿Dónde se acaba el infinito? ¿Por qué morimos? ¿Cómo se genera la vida? El catálogo recorre interrogantes que, en definitiva, nos atraviesan a todos por igual. “Son preguntas que siempre están… aunque no todos nos animamos a postularlas”, defiende el filósofo. 

Para contener y articular las distintas subjetividades que el público somete al razonamiento existencial, Sztajnszrajber intercala experiencias de la cotidianeidad con un desfile de pensadores de todos los tiempos y eras, aunque, nuevamente, objetando incluso lo que sería su propio lugar común del pensamiento: cuando le pide al público que enumere los filósofos que ellos conocen, observa que en esa especie de Olimpo del Pensamiento escasean hombres no europeos y también mujeres. “¡La filosofía es falogoeuropeocéntrica!”, acierta.

Así, entre filósofos y canciones (la banda, compuesta por Lucrecia Pinto, Matías Tozzola, Juan Finger, Lucas Wilders y Guido Spina, también interpreta “Prófugos”, de Soda Stereo, “Canción de Alicia en el país”, de Serú Girán, “Qué ves”, de Divididos y “Vencedores vencidos”, de Los Redondos, en una interesante reinterpretación del universo simbólico solariano a la luz de Nietzsche), Sztajnszrajber va empujando líneas y bajando ídems, como cuando habla de la plusvalía marxista (“el pensamiento productivista nos hace creer que lo importante es trabajar, trabajar y trabajar… para que la ganancia se la lleve otro”) o se detiene en Michel Foucault. 

La figura del Panóptico que el sociólogo de Francia desarrolló en su obra cumbre Vigilar y castigar es utilizada por el filósofo de Villa Crespo para referir a lo que es acaso el nudo del poder en la actualidad: un arquitecto supremo del orden (narrativa intencionalmente tomada de la saga Matrix) que no se limita a reprimir al oprimido, sino además a configurarlo a su antojo, “haciéndole sentir como propio un lenguaje que en realidad es de quien lo oprime, para darle la sensación de que puede elegir libremente cuando en realidad lo que termina haciendo es normalizar discursos ajenos para autodisciplinarse”. ¿Cómo resistir ante esto?: “No entrando en el lenguaje que el otro instala como único”, arroja Sztajnszrajber, dejando a su paso un ejemplo estremecedor: “El colegio nos termina convirtiendo en expertos en hacer exámenes, antes que enseñarnos a aprender. Se forman burócratas prolijos más que pensadores críticos”.

Todos los caminos, tal como indica el nombre del espectáculo, conducen a la Alegoría de La Caverna que Platón desplegó en La República y que Sztajnszrajber retoma para poner en cuestionamiento el grueso de dispositivos culturales e institucionales impuestos y, al mismo tiempo, la tragedia de quien se libera de esas cadenas pero es incomprendido por el común de una sociedad sometida a mecanismos de control y dominación naturalizados pero imperceptibles. “Resistir, en definitiva, es cuestionar a ‘la verdad’ y a quienes la imponen”, redondea Sztajnszrajber. “La filosofía es el ejercicio para desarrollar esto, entendiendo que, en latín, significa ‘amor a la sabiduría’. Aunque, en el fondo, tenga más de lo primero que de lo segundo: el amor, como la filosofía, implica perseguir algo que nunca se termina de alcanzar con totalidad”.