Al igual que los productores de su país, que a la hora de invertir en sus películas miran para otro lado, la cartelera argentina no quiere saber nada con Jim Jarmusch. No al menos en la última década. Tras el estreno de Flores rotas (2006), favorecido por un reparto que incluía a Bill Murray, Jessica Lange y Sharon Stone, las distribuidoras le dijeron basta al realizador de Bajo el peso de la ley y El camino del samurái. Los límites del control, su lectura paródica de los policiales de asesinos a sueldo (2009) salió en DVD, cuando todavía se editaban en ese formato películas que no habían pasado por los cines, y la siguiente Only Lovers Left Alive (2013), film romántico de vampiros, pudo verse en el Bafici y nada más. El año pasado el realizador de Akron, Ohio, estrenó simultáneamente dos películas en el Festival de Cannes. Una es Gimme Danger, rockumental sobre Iggy Pop que será reseñado en estas páginas cuando se consigan online subtítulos en castellano. La otra sí se consigue en esas condiciones. Se trata de Paterson, que se encuentra sin duda entre lo mejor de su filmografía. El crítico español Carlos Reviriego la calificó de “oda maestra”, mientras que su colega de la publicación online Slant Magazine vio en ella una ruptura estilística para el realizador de Una noche en la tierra.

Paterson es el apellido del protagonista (Adam Driver), y también el nombre (real) de la ciudad donde vive. La intervención del azar, bajo la forma de encuentros y desencuentros, se remonta hasta las primeras películas de Jarmusch, y aquí no se limita a esa dupla sino que hace trío con un poema que también lleva el nombre de Paterson. Se trata de la obra más famosa de William Carlos Williams (1883-1963), publicada en cinco volúmenes entre los años 1946 y 1958, que debe su nombre a esa ciudad de New Jersey, donde Williams trabajaba como médico. Como él, el Paterson de Paterson tiene un empleo de lo más terrenal: se desempeña como colectivero. Todos los días se despierta a las 6 y 10 de la mañana y se va caminando con su vianda hasta la terminal. Como Williams, que es uno de sus referentes, Paterson es poeta. Colectivero y poeta. Escribe cuando puede. En las pausas del trabajo, generalmente. Lo que escribe, con birome, se lee, manuscrito, sobre la pantalla. Lo cual genera un efecto muy bonito, una suerte de sensualidad de la letra escrita que viene muy a cuento, ya que es eso lo que consume la pasión del protagonista.

Como su mentor poético, Paterson le escribe a las cosas cotidianas, las aparentemente más banales. Así como WCW tiene un poema en el que pide disculpas a su mujer por  haberse comido las ciruelas de la   heladera que estaban seguramente destinadas a alguna torta, Paterson le escribe, por ejemplo, a una cajita de fósforos. Él lo entiende como poema de amor, y así se lo dice a su amada, Laura (la delicadísima actriz iraní Golshifteh Farahani). Paterson no sólo le canta a lo cotidiano, sino que convive perfectamente con lo cotidiano, tal como se da, sin reclamarle nada. Jarmusch muestra, expresamente, la idéntica repetición de la rutina, puntuando la narración día por día, desde un lunes hasta el domingo siguiente. El reloj marcando las 6 y 10, el intercambio de cariños con Laura, la caminata hasta la terminal, las horas del trabajo, la vuelta a casa… Durante el trabajo, Paterson sonríe escuchando las historias de los pasajeros. Y suele cruzarse con mellizos, en una proporción desmesurada: otra vez la figura del doble, otra vez la intervención del azar. Paterson no pregunta nada, lo toma como viene. Aquí parece reaparecer la contemplación que propone la filosofía zen, y que Jarmusch había tratado más directamente en El camino del samurái. 

Paterson acepta también aquello que le produce extrañeza, o rechazo. La extrañeza la provee Laura, que por lo visto no tiene trabajo, y va desarrollando una creciente mono-obsesión por las figuras geométricas y el blanco y negro. Primero son los vestidos, después las cortinas, más tarde los tapizados, las alfombras, hasta que finalmente casi toda la casa, y su propio vestuario, quedan cubiertos por distintos motivos (rayas, barras, redondeles) en blanco y negro. Sin una palabra, casi sin un gesto, Adam Driver deja ver su muda perplejidad. Algo semejante sucede la noche que Laura inventa una tarta algo rara, que evidentemente no es del agrado de su pareja. Pero si una guerra libra Paterson en casa, es con Marvin, el bulldog que lo cela, al que Laura le habla como a un bebé y al que tiene que sacar a pasear todas las noches, para su infinito disgusto. Hay una trastada encantadora que Marvin le hace a Paterson, y que por supuesto no se revelará aquí.

Un par de elementos de la película funcionan como espejo. Uno es un inspector indio de la empresa de colectivos, que parece tener todos los problemas que Paterson no tiene: algo así como la ilustración del refrán “unos nacen con estrella y los otros, estrellados”. Otra vez, la intervención del azar en las vidas cotidianas. El otro son dos parejas, inversiones de la del protagonista, ambas en el pub al que va a charlar todas las noches. Una se trata, a diferencia de la de él, de una pareja potencialmente trágica, en la que el hombre parece no querer advertir que la chica está harta de él. La otra es la del barman, a quien en una única escena su mujer viene a retar airadamente, por alguna trastada que por lo visto hizo, ya que se queda calladito. Teniendo en cuenta que la previa Only Lovers Left Alive era, desde el propio título (“Sólo los amantes quedan vivos”), una historia de amor, da toda la sensación de que Jarmusch atraviesa una etapa de pleno interés en el tema. En términos formales, Paterson es tan serena y fluida como puede imaginarse, con algunos fundidos a negro que son marca de la casa, y un par de hermosos fundidos encadenados, que acompañan poemas de amor y en los que se ve a Laura fundirse con los rápidos del río cercano.