Su quiere hablar del 30 por ciento al dólar, pero frunce los labios y se pone bizca porque no quiere hablar de los pobres. Hablemos del 30 por ciento que tienen que pagar los argentinos que pasan sus vacaciones en Punta del Este. Si hay tantos pobres, hablemos del 30 por ciento que tiene que pagar Su para ir a La Mary, su mansión de Punta. A los pobres los mata el 30 por ciento.
A los pobres hay que mandarlos al campo, pero en el campo les cobran retenciones, qué problema que tienen los pobres. Hay que enseñarles a sembrar dice Su, con la voz de pito que pone cuando quiere decir cosas que sospecha inteligentes.
Quiere ser transgresora y decir lo que nadie dice de los pobres. Porque el populismo habla de los pobres nada más que por criticar a los ricos, piensa. Hay que decir las cosas como son y dar soluciones o no hablar de los pobres y dejar las cosas como están. Susana Giménez no tiene un pelo de tonta, aunque sea su papel preferido en la tele y en la vida.
Sabe que las palabras son el cascarón desechable de una idea. Y la idea está allí: El populismo es pura cháchara. Hasta una tonta a la que no le interesa nada el tema, una persona que tiene la vida armada en otro registro, puede ser propositiva y decir que a los pobres hay que enseñarles a sembrar, mientras el populismo habla de la pobreza nada más para sacarle plata a los ricos.
Si los pobres son más y los ricos son menos, hay que sacarle a los que son más, obvio. Si los ricos se hicieron trabajando y porque son vivos y los pobres se quedaron en la pobreza porque no les gusta el sacrificio y son ignorantes, porqué le van a sacar a los ricos, hay que ayudar a los pobres a dejar de serlo. A convertirse en rico, quizás, sembrando lechuga en el patio de su casa.
Parece gracioso. Pero sobre esas tonterías se construyó un sentido común que atrapó a amplios sectores de la clase media baja que es el público de Su. Ella ha sido una militante mediática de esa estafa de medio pelo, de cuento del tío y vendedora de buzones y falsos paraísos.
“Hay que sacarles a los pobres porque son más”, suena estúpido si no fuera que es lo que hizo el gobierno de Mauricio Macri con su craneoteca de economistas neoliberales. Achicaron sueldos, aumentaron tarifas aumentaron el transporte, los peajes y la nafta.
Lo neoliberal es sacarle a los pobres y la clase media para dárselo a los ricos para que inviertan. Pero los ricos se la quedan y no ponen nada. La copa nunca derramó. Para aceitar este sistema perverso están los comunicadores cuya esforzada tarea es venderle a los pobres este mecanismo que los fulmina como si fuera el camino a la gloria. Son los que venden “joya, nunca taxi” una batata que circuló diez años por los baches de la ciudad.
Ese trabajo de lavacoco del que se hace el bobina, en parte chistoso, en parte grotesco y elemental, deja mucho dinero. Y a cuanta más gente llega y convence, más gana. Pero una cosa es hacerse el tonto y otra es serlo. Los que saben llegar a mucha gente, aunque sea para engañarla, no tienen nada de tontos.
Saben sintonizar con la fantasía del egoísmo, el impulso de la envidia y otros componentes de la naturaleza de las personas, que por suerte en la mayoría están equilibrados por el espíritu fraterno, el sentido solidario y un instinto de bien común. En ese maremágnum que es cada quien, el sentido común neoliberal va tejiendo con la parte más oscura y la convierte en algo atractivo, transgresor y valiente. Y por supuesto, es el número de la lotería, el del premio mayor, el Gordo de Navidad. Porque si pensás así, serás como ellos.
La Su está rejugada. En parte porque la edad le pone un techo natural y en parte porque fue muy militante del gobierno más conservador y más desastroso de estos cuarenta años de democracia, como ha sido el de Mauricio Macri. Puso su programa de televisión a disposición del macrismo, lo dijo públicamente, sin vergüenza, pensando, quizás que el populismo no venía más. Y tras el derrumbe de Macri se quedó sin retorno.
Susana Giménez se convirtió en un cuadro político que responde preguntas sobre política o ideología. Expresa un sentido común del grotesco que tiende a arraigarse en la clase media baja, pero ella encaja perfectamente en la escena cultural de los Macris y sus Ceos, muchos de los cuales son igual de elementales.