Producción: Tomás Lukin

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Un mito que se derrumba

Por Paula Español *

Cuántas veces escuchamos la frase “si al campo le va bien, a la Argentina le va bien”. Con esta idea que parece derivar del sentido común en un país como el nuestro, con abundantes recursos naturales, en particular en su pampa húmeda, el dinamismo del sector impulsará a la economía en su conjunto y, con ella, el bienestar de los argentinos. Este mito se ha buscado instalar más de una vez a lo largo de nuestra historia y muestra poco sustento en la realidad. 

A finales de la década del 20 se popularizó la frase “comprar a quien nos compra”, impulsada por la Sociedad Rural para fortalecer en aquel momento los lazos comerciales con Gran Bretaña. El real objetivo era proteger las exportaciones de carne bovina de las élites argentinas (con un peso menor en el ingreso de divisas de la época) a cambio de priorizar la compra de bienes manufacturados británicos que por ese entonces eran de menor calidad y/o mayor precio que los ofrecidos por EE.UU. Con un lógica similar, durante la reciente crisis con el campo en 2008, la ciudad de Buenos Aires se encontraba empapelada con carteles que insistían con esta misma idea de “El campo somos todos”, para generalizar el interés de un determinado sector económico.

En la actualidad, se vuelve a decir que la explotación de los recursos naturales del agro permitirá traccionar al resto de los sectores productivos, en particular, a sus proveedores. Sin embargo, si las inversiones del sector agropecuario potencian las importaciones en lugar de la industria nacional, el impulso que podría generar el campo se desvanece. Vale la pena destacar algunos ejemplos que, efectivamente, dan por tierra con este mito fundacional.

Entre las campañas 1990/91 y 2001/02, la producción de granos pasó de 39 a 69 millones de toneladas, es decir, creció un 78 por ciento. En simultáneo, la producción de tractores nacionales pasó de 4298 unidades en 1992 a 98 unidades en 2001 y su participación se derrumbó del 88 al 7 por ciento en el mercado total de tractores. Los años siguientes mantuvieron la tendencia creciente para la producción de granos, que se multiplicó de manera similar al período anterior (77 por ciento entre las campañas 2001/02 y 2014/15). Sin embargo, un esquema productivo diametralmente opuesto permitió recuperar la capacidad industrial –con larga tradición en la producción local de maquinaria agrícola– y los tractores nacionales producidos en 2015 alcanzaron las 4291 unidades frente a 398 importadas.

¿Qué muestran los números en 2016? La producción de tractores nacionales cerró el año con un crecimiento del 9 por ciento (5378 unidades) mientras que la importación se multiplicó por cuatro en tan sólo un año (1297 unidades). Esto implicó una pérdida de participación para la industria nacional de tractores de 12 puntos porcentuales. Esta dinámica se acentuó en el cuarto trimestre de 2016, en el cual las importaciones de tractores se multiplicaron por 10 frente a una caída interanual de 18 por ciento para la maquinaria nacional.

Un fenómeno similar se observa en el sector de agroquímicos, en particular en el de fitosanitarios. En este subsector, Argentina está en condiciones de abastecer el consumo de herbicidas a través de su entramado industrial formado por empresas de diversos tamaños, tanto de capital nacional como multinacionales. En el período enero-octubre de 2016, las importaciones de herbicidas crecieron 44 por ciento en comparación con el año anterior, poniendo en riesgo la producción de varias empresas del sector –esto generó, en el mes de octubre, la inclusión de las posiciones de herbicidas en el listado de Licencias No Automáticas (LNA).

En síntesis, debemos desterrar la idea de que una mejor performance en la producción agrícola potencia automáticamente la actividad industrial de sus proveedores. El agro sólo tracciona al resto de los sectores cuando hay un marco económico y productivo que lo permite. Esto es importante ya que, a modo de ejemplo, Finlandia no se convirtió en un país desarrollado por contar con recursos forestales, sino por desplegar la tecnología que requiere la explotación de dichos recursos naturales. Sólo impulsando la producción nacional podremos potenciar realmente las oportunidades que nos brinda el campo para la consolidación de un país pujante que incluya a todos los argentinos.

* Directora de Radar Consultora -  Ex subsecretaria de Comercio Exterior.


Los grandes festejan

Por Javier Rodríguez *

Los últimos datos oficiales ratifican la caída en la producción industrial, pero por sobre todo muestran a las claras el proceso de pérdida de puestos de trabajo y de cierre de fábricas. Frente a este escenario, desde el gobierno se busca diluir las imágenes de las plantas productivas cerradas indicando que al campo le está yendo mejor. Sin embargo, una mirada al conjunto del sector agroindustrial permite mostrar que la afirmación tampoco es verdadera. 

La devaluación que llevó adelante el gobierno de Macri ni bien asumió, sumada a la quita de los derechos de exportación, la apertura de las importaciones, el fuerte incremento de los costos por el aumento de las tarifas y el retiro del Estado de la administración del comercio interno está dando lugar a un proceso de deterioro del tejido industrial y reprimarización de las exportaciones. Al interior del sector agropecuario mejoró la rentabilidad de las grandes empresas vinculadas a la exportación de commodities a la vez que se deterioraron las condiciones de las otras actividades, y en particular de los pequeños y medianos productores. 

Las grandes exportadoras de granos y derivados hicieron su mayor ganancia en los primeros meses del gobierno de Macri, ya que procesaron durante enero y febrero de 2016 un nivel excepcional de granos que exportaron al nuevo tipo de cambio y pagando menos impuestos. 

Junto con este sector se vieron favorecidos aquellos que tenían granos acopiados, que pudieron venderlos a los nuevos precios. También mejoraron su rentabilidad los productores de granos, pero de manera diferenciada. En efecto, los de mayor producción incrementaron más su rentabilidad debido a que no formaban parte del programa de reintegros que se había implementado en el último tramo del gobierno anterior. Por ese mecanismo, los productores que producían menos de 1000 toneladas de soja recibían un reintegro. La modificación del impuesto a las exportaciones eliminó esa política diferenciada, acentuando la tendencia a la concentración de la producción. 

El panorama cambia cuando se mira más allá de la producción y exportación de granos. Las producciones de leche, carne porcina y carne aviar se han visto afectadas tanto por el incremento del precio del maíz derivado de la quita de las retenciones como por el aumento de los costos generales. Sumado a ello, los factores climáticos hicieron que en 2016 la producción de leche tuviera la peor caída en toda su historia, contrayéndose un 14,2 por ciento. Unos 600 tambos cerraron sus puertas en el año, la mayor cantidad desde 2002. En cuanto a la producción aviar, las exportaciones cayeron un 12 por ciento. Sobre ese escenario golpean las importaciones, que en el caso de la carne porcina alcanzaron al 10 por ciento del consumo interno total en enero pasado. Se calcula que el 20 por ciento de los pequeños productores de porcinos de Buenos Aires dejaron la actividad en el último año. No obstante, la faena creció en 2016 en virtud de las inversiones realizadas en el sector que fueron madurando el año pasado.  

En las regiones extrapampeanas las medidas tomadas por el macrismo beneficiaron a las grandes exportadoras, que generalizadamente tenían adquirido el producto para exportar. El alejamiento del Estado de los mecanismos de monitoreo de los mercados incide negativamente sobre los productores. En el caso de peras y manzanas, esta campaña la producción total caería. Los productores no vieron mejorada su rentabilidad porque la devaluación y quita de impuestos a la exportación no redundó en un incremento de sus ingresos mayor que el aumento en sus costos. Esto mismo ocurre con los productores vitivinícolas. La situación es aún más grave para los productores de yerba mate, que ante la falta de control por parte del Estado el precio que se les paga cayó en términos nominales. La producción de olivo y de aceite de oliva está en una profunda crisis, ante la cual el gobierno mira para otro lado. La consecuencia directa de ello es el cierre de muchas pymes. A este panorama general le escapan apenas algunas producciones, que tienen una estructura integrada de grandes empresas, tal como el caso del limón. 

El proceso de desindustrialización que se está viviendo, con la crisis de numerosas ramas productivas, de las pymes y los pequeños y medianos productores, se da a la par de una mejora en la rentabilidad de las grandes transnacionales exportadoras de granos, y de grandes productores de la región pampeana. Se trata de un esquema prácticamente idéntico al de la década del noventa, en el cual la destrucción del entramado industrial (incluyendo aquí las agroindustrias regionales) se dio en conjunto a la salida de producción de unos 100.000 productores agropecuarios en un proceso de concentración inaudito, un fuerte incremento del desempleo y el deterioro de las condiciones de vida de las grandes mayorías. 

* Economista - Profesor de la FCE-UBA.