Si el miércoles pasado estampó el inicio y formato de la campaña electoral por parte del Gobierno, mediante el discurso de Macri en el Congreso, la semana que se inicia será probablemente un termómetro social capaz de promover grandes definiciones en la oposición. 

Con acierto, desde la propia prensa oficialista se señaló que la intervención presidencial ante diputados y senadores no fue una pieza de la que correspondiera reparar en su contenido técnico, calidad de balance, proyecciones de mediano o largo plazo ni, menos que menos, capacidades de oratoria de las que, como todo el mundo sabe, el jefe de Estado carece por completo. Dicho ya por los analistas de todo color ideológico, y por todas las fuerzas políticas con natural excepción (pública) de la alianza gobernante, lo de Macri consistió exclusivamente en polarizar contra Cristina, sin nombrarla como significante pero sí como significado de una herencia perversa de la que sólo puede salirse de a poco. Hay, en esa observación coincidente, una pregunta implícita que –a sabiendas, por temor reprimido o por pereza– se deja escapar: si Cristina y el kirchnerismo representan un pasado atroz en cualquier sentido que se quiera, derrotado en las urnas apenas hace poco más de un año y sin posibilidades de retorno porque, de acuerdo con el relato M, los argentinos somos conscientes de que el populismo es un escenario que nos devastó, ¿por qué tanta necesidad de centralizar contra la ex presidenta y la simbología de los doce años? Alguna cosa no cierra, y parece residir en que la base electoral K es mucho más fuerte o amenazadora que lo que el Gobierno admite. Lo cual, naturalmente, lleva a deducir que en Palacio están interrogándose si acaso comienza a agotarse el verso de la herencia recibida y que, por tanto, es imprescindible machacar con el tema para reinstalarlo. Sin embargo, esa estratagema conduce a otra pregunta. De ser veraz que con la perorata del caos heredado empieza ya a no alcanzar, ¿por qué no apoyarse en algún logro concreto y, sobre todo, en perspectivas aun más específicas (modelo productivo, metas económicas inclusivas de las mayorías, políticas salariales, números precisos sobre reparto de los ingresos)? ¿No sabe el Gobierno hacer eso? Claro que sabe. Es que no debe, so pena de quedar en evidencia asumida de para quiénes se gobierna. 

Esa obviedad explica la cantidad de disparates y componendas emitidos y omitidas durante el discurso de Macri. ¿Con qué credibilidad puede hablar de una ley de anticorrupción empresarial quien viene sumergido en un escándalo tras otro de negociados familiares y corporativos? ¿Qué significa mentar “pobreza cero” si el núcleo abrumador de las medidas tomadas es favorecer a los ricos? ¿Con qué se come citar el récord de la cosecha agraria, como no sea para explicar un auge gemelo en la venta de los vehículos de alta gama, en medio de la pérdida generalizada del poder adquisitivo de las clases bajas y medias, los tarifazos, los despidos, los cierres de pymes? ¿Acerca de cuál dialoguismo podría testificar una gestión que violó la ley nacional de la paritaria docente? ¿De cuál respeto a las instituciones podría jactarse mientras se carga una presa política? En reemplazo de todo eso y de tanto más que no puede decir por aquello de que no debe, en función de su obediencia debida a la clase para la que administra, Macri tenía la única opción de reincidir en su catálogo de frases párvulas. Esas oraciones, antes de representar su volumen narrativo, expresan la imposibilidad de sincerarse y la necesidad de sustituirlo achacando culpas en el pasado reciente. Peor todavía, al revés de Menem no tiene siquiera la chance de ampararse en la vuelta “al mundo” por vía del tren neoliberal. No porque ese mundo haya desaparecido ideológica u operativamente, al contrario, sino por razones de oportunismo. ¿Con qué cara hubiera podido profundizar en torno de eso estando Trump en la Casa Blanca? Habría sido demasiado. O hubiese requerido de una entidad ensayística, sobre las diferencias entre arrebatos proteccionistas y sustancia actual del capitalismo, para la que no están preparados ni Macri, ni sus asesores ni, en primer término, la urgencia de descargar todo problema en el cuco de Cristina.  

El Macri auténtico de la intervención ante la Asamblea Legislativa fue, por un lado, el del cinismo. Pero, en esencia, en su esencia, lo reflejó mejor la casi increíble patoteada que le disparó a Roberto Baradel. El secretario general del Suteba, con custodia hace semanas por decisión judicial debido a las amenazas recibidas contra él y sus hijos, fue advertido por Macri de que “no necesita que nadie lo cuide”. En esa reacción se sintetizan varias cosas. El Presidente que banaliza intimidaciones; el dialoguista que agrede; el lector que no puede apartar su vista de los papeles que le escribieron y que sólo se sale de libreto para formular una provocación personal; el estadista que se rebaja a una chicana igual de barata que de lamentable; el jefe político que convoca a cuidar a los docentes y que no tiene mejor idea que hacer eso cuando las clases están a punto de no empezar porque el republicanista vulneró olímpicamente la ley del sector.  

Entre el Macri que hace lo que puede para disimular las consecuencias de su gobierno y el Macri que da rienda suelta a sus instintos de patrón de estancia, se espeja en buena medida la respuesta que esta semana llegará a ser, quizás, la más importante desde la asunción de Cambiemos. Es difícil compendiar en una palabra o figura qué tipo de respuesta habrá de ser ésa. Definirla como “política” es de una elementalidad perezosa, porque además no es unívoca. Cuando se habla de una respuesta política se lo hace desde cierta mancomunión de intereses, y lo que acontecerá desde hoy semeja más a un efluvio de mezclas contestatarias. Está el acelere del avance contra CFK y su familia, por causas armadas, bochornosas, que como ya diseccionaron numerosos especialistas del área son una afrenta a la solidez jurídica y que reavivarán la irritación de los sectores más próximos a la ex presidenta. Está la marcha que, producida desde la CGT por presión desde abajo, ya superó a sus convocantes originales para transformarse en un aglutinador que excede a los dirigentes y que sumará a gente suelta, agrupamientos varios, laburantes de pequeñas fábricas y talleres industriales, profesionales, carenciados, despedidos, militancia tratando de reencontrar rumbo y calle y, cómo que no, hasta desconcertados votantes de Cambiemos. Está el paro de las mujeres que, más allá de sus consignas universales contra la violencia institucional y de género, dudosamente vaya a carecer de marcadas expresiones contra el Gobierno porque además incorpora categorías, como la explotación laboral, que exceden a las reivindicaciones tan justificadas como clásicas. Está la huelga de los docentes en medio de una campaña feroz para estigmatizarlos. 

El politólogo Edgardo Mocca, el pasado domingo 26 en este diario, escribió que marzo se insinúa como un mes crucial para enderezar la proa hacia la unidad nacional. Tal vez asome como un pronóstico de épica excesiva, pero es del todo cierto que, como apunta, estarán la cuestión social, la cuestión obrera y la cuestión de género. Y que se juntarán, en todos los casos, multitudes integradas por un vastísimo arco social. “Las acciones de protesta y las concentraciones no pueden ser pensadas como fragmentos dispersos, sino como torrentes que hay que hacer converger para poner fin al atropello y la arbitrariedad. Y de alguna manera ya han empezado a converger. No, claro está, como una fórmula electoral para octubre, sino como un sistema de demandas que se va haciendo lugar en la política argentina. Una profundidad y una energía de lucha que ya ha permeado a todos los campamentos políticos. Decidió a los indecisos, hizo moverse a los que querían quedarse quietos, hizo regresar a otros de la luna de miel de Davos y hasta ruborizó a algunas figuras conspicuas de la Alianza, que dicen empezar a advertir un exceso de ‘errores’ en la política del Gobierno. La movilización multisectorial va diseñando un programa político. Una plataforma de defensa del empleo y la producción nacional, de reactivación de la demanda sobre la base del mejoramiento efectivo de los salarios, de recuperación de la inversión en el desarrollo social, educacional y científico-técnico, de freno del drenaje de recursos producido por el irresponsable endeudamiento contraído en pocos meses de gobierno (…) Si este programa se fortalece y se amplían sus bases, todo lo que habrá que hacer en los próximos meses es darle una forma política a esa unidad nacional y asegurar que las candidaturas comunes en octubre den las mayores garantías de su plena representación”. 

Si ese “todo lo que habrá que hacer” resuena quimérico, vista la dispersión de las representaciones políticas y el cuadro de desazón y bronca reinantes, piénsese que mucho peor es no darse cuenta de que por algo hay que comenzar.

Re-comenzar.