Como si hubiesen elegido este momento como el mejor para florecer, los cuerpos trans, justo cuando arrecian los gases lacrimógenos y los chorros de agua sospechosa de los guanacos (carros hidrantes) producen una marejada de insultos contra los carabineros, que el pueblo llama pacos y últimamente yuta, como aquí. Migraciones del lenguaje.
La calle De La Vulva
El centro de Santiago es un campo de acciones violentas intermitentes, de represalias bárbaras y sucesiones de metáforas que perforan la carne: muchos perdieron los ojos -está escrito en un grafiti- para que otros los abrieran. Mientras en las paredes se narra la historia con verdaderos manifiestos populares artísticos que hacen empalidecer cualquier vanguardia, una asamblea de vecinos se declara soberana para rebautizar su calle y le ponen De la Vulva. Pasan del debate político a programar el festejo común del año nuevo. En varios Registros Civiles, en tanto, se presentan personas trans que han solicitado cita para modificar las partidas registrales. Cerca de mil trámites iniciados, no sin varias quejas por la prioridad otorgada a organizaciones antiguas como el Movilh.
Así, casi como un hecho lógico, el cuadro de deconstrucción de la realidad social chilena acompaña la gesta del nombre propio de las personas trans, porque esta revuelta desmonta todo criterio originado en hegemonías caducas. Los cuerpos alzados hacen síntoma de un pasado revolucionario, y en ellos confluye la experiencia trunca de la Unidad Popular de los años setenta con las nuevas políticas de género y la marea verde (el Colectivo Lastesis con Un violador en tu camino exportó el motín antipatriarcal al primer mundo y sus idiomas). La imagen de Allende con un saco floreado se perfila en un mural junto a Gabriela Mistral feminista y proaborto, y un poco más abajo se recrea una pintura estilo Capilla Sixtina donde Pedro Lemebel, cual divinidad clásica, busca la mano de su amiga la dirigente comunista Gladys Marín. Como hubiera dicho Alberto Fernández, “volvimos para ser mujeres”.
Una ley que no es fantástica
Anastasia María Benavente, performer, activista, magister en estudios de género y Asesora técnica de la Corporación Chilena de Personas Trans Amanda Jofré, sostiene que el Oscar de la Academia a la película de Sebastián Lelio La mujer fantástica, protagonizada por la actriz Daniela Vega, terminó de encender el interés por las identidades trans, como la suya, a la vez que la marquesina del triunfalismo nacional. De pronto, el parlamento apura un expediente que giraba entre comisiones del Senado desde hacía cuatro años, y el presidente Piñera no quiso dejar escapar ese residuo patriarcal, dice Anastasia, que es el éxito: “La mujer fantástica catapultó a la primera plana aquella lucha que veníamos llevando desde hacía años. Sensibilizó a una sociedad que veía en la protagonista a una persona que merecía la protección del Estado. Sobre todo porque no venía del trabajo sexual sino de la lírica, y se ganaba la vida como estilista. Piñera vio la veta para darse un bañito de progresismo”. Además, digo yo, para qué ensañarse con una trans que está bendecida por el peculio decente y no es, precisamente, Madame Satá. En fin, que el estratega tiene que saber que, para morfarse al rey del tablero, hay que dejarse tragar algunas piezas en el camino.
Así también con la ley promulgada en 2018, recién puesta en vigencia y que, para muches, pertenece al arte de lo posible, como decía Menem que es la política. Algun sapo hay que tragarse ahora para después ir por las justas modificaciones de la norma. Su historia está estrechamente ligada a la ley española. De hecho fue la diputada Carla Antonelli, activista trans, quien en 2004 llevó sus seminarios a Santiago de Chile e impulsó a las locales a presentar un proyecto de similar.
Si bien le LIG permite modificar el nombre y sexo registral y adecuarlo a su identidad de género, para quienes buscan emular la vanguardia argentina es un fruto a medio madurar, porque no contempla a las infancias ni adolescencias trans ni consigue sustraerse al estigma patologizante. Tanto para el suministro de hormonas, como para la cirugía de readecuación, se precisa la prescripción del médico. Les solicitantes deben ser mayores de 18 años, y no pueden tener cónyuge. Y si lo tienen, deben judicializar el reclamo. Súper restrictiva y binarista. Ni pensar en la inclusión registral de feminidad travesti, como la que Lara Bertolini busca en la Argentina que se autorice.
Seguimos con la voz de Anastasia: “en cuanto a las infancias y adolescencias está estipulado el acompañamiento para personas trans entre 14 y 18 años por parte de organizaciones competentes que deben conseguir la acreditación del Estado. Por otra parte, la atención médica y psicológica va a originar distinciones entre pobres y ricos, porque dependerá del consultorio que les toque, y eso será según la zona en la que vivan. Además, las trans migrantes sin residencia permanente están excluidas de los beneficios de la ley”.
Con la Educación Sexual se come y se lucra
El centro de Santiago, lejos de los barrios frú frú como Las Condes, Deheza o Vitacura, donde nada interrumpe el paseo de compras y ni siquiera la ingesta de pizza del presidente Piñera, pertenece ahora al género cinematográfico de la distopía. Está todo roto. Los colegios públicos viven bajo protesta permanente por la inequidad en la educación y la Educación Sexual Integral es otro más de los lucros que, según los ingresos con que cuente cada establecimiento, podrá adquirir alguno de los siete paquetes privados en que viene envuelta. La enseñanza sobre sexualidad es un pingüe negocio, nos cuenta Anastasia: “Hasta 2012 los paquetes debían contar con la certificación tanto del gobierno como de la Iglesia”.
Anastasia viene de batallar contra la Universidad del Desarrollo, en la Facultad de Educación, donde enseñaba desde 2009, porque le fueron quitando horas cátedra hasta dejarla fuera del plantel docente. A medida que fue haciéndose conocida dentro del ámbito de la performance sexopolítica, las producciones audiovisuales, ya públicas, se hicieron insoportables para quienes no cayeron aún en la cuenta de que Chile está en un proceso de transformación cuya radicalidad todavía no puede calibrarse, hasta que, al menos, sobrevenga el plebiscito sobre una nueva constitución en abril próximo. Es posible que, a medida que transcurra el verano, vaya menguado la protesta y queden. sobre todo, los de la primera línea de la Plaza de la Dignidad. Son los que se bancan los perdigones y todas las violaciones a los derechos humanos. La mayoría se replegará, supongo, a la espera de los resultados. Buena parte de la clase política está amenazada por su propia dificultad en admitir que las bases sobre las que se consensuó el éxito del sistema económico neoliberal chileno irá cayendo por el peso de la inequidad estructural.
Último cuadro de situación
En estos días en que conocí junto a Anastasia Benavente los efectos del gas pimienta en Santiago de Chile, corriendo yo como vaca cegada por la Plaza de la Dignidad -antes de la revuelta se llamaba Plaza Italia- pude por fin sentirme un cronista emancipado del escritorio y con los carros policiales enfrente, reemplazar el confort de mi biblioteca por un pañuelo mojado sobre la cara.
Aventurado en la multitud, fui testigo del valor de las primeras líneas de la resistencia, donde me bañé los labios con el sudor de un chongo sorprendido por mi beso arácnido. Y bien que ese beso robado lo conservo con orgullo.