El clorpirifos es un insecticida utilizado para el control de numerosos insectos plaga en cultivos de soja, maíz, trigo y cebada. Goza de buena circulación aunque constituye una auténtica amenaza para la salud humana. El tóxico –comercializado para su empleo masivo, así como también para uso domiciliario y veterinario– puede desencadenar desde incoordinación motora hasta muerte por asfixia, aunque a niveles supuestamente “inofensivos” ocasiona retraso en la maduración embrionaria, deterioro del crecimiento y de la reproducción, cambios comportamentales y neurológicos, deformidades y mortalidad a largo plazo. Precisamente, por ello fue prohibido en EEUU y en muchos países de Europa. Un trabajo de investigadores argentinos publicado en la revista del rubro “Environmental Toxicology and Chemistry” comprobó que el agua de Claromecó y Tres Arroyos (Buenos Aires) contiene niveles de la sustancia muy por encima de lo recomendado. Melina Alvarez, doctora en Biología y docente-investigadora en la Universidad Nacional de Hurlingham y en la Universidad Nacional de Moreno, que participó en el trabajo, conversó con Página|12.
-¿Qué es el clorpirifos?
-Es un insecticida ampliamente utilizado en Argentina para el control de insectos plaga. Es de carácter orgánico, artificial y en su estructura química contiene fósforo y cloro; con lo cual, se trata de un compuesto capaz de persistir en el ambiente. Aunque según una resolución de 2008 fue prohibido por el SENASA para uso domiciliario, cuando una va a comprar productos de jardín se vende en buena parte de los comercios. Se utiliza de manera masiva para los cultivos de la Pampa húmeda, ya sea para trigo, maíz, girasol o soja y así afecta a la fauna acuática. Cuando comencé con la investigación me decían que no encontraría la sustancia en el agua porque era poco persistente. En contraposición a ello, no solo la hallé en el agua, sino también en los sedimentos y la biota, es decir, en el conjunto de organismos vivos.
-¿Cómo llega de los cultivos al agua?
-Tiene mucha facilidad para diseminarse en el ambiente. Lo primero que tenemos que pensar es que este insecticida se aplica más de una vez en los cultivos y, actualmente, se lo combina con otros compuestos para mejorar la eficiencia. Los productores, en general, no respetan las buenas prácticas agrícolas. El asunto es que como las dosis de clorpirifos son tan excesivas terminan impregnadas en la tierra. Luego, la historia es conocida: existen muchos factores que conducen a que los agrotóxicos culminen en los cursos de agua. Ya sea por las características de drenaje del propio suelo, o bien, por aspectos climático-ambientales (precipitaciones, humedad, por ejemplo) suelen conquistar los cuerpos de agua superficiales.
-¿Qué comprobó?
-Analizamos muestras en las zonas de Claromecó y Tres Arroyos y encontramos endosulfan, clorpirifos y cipermetrina (todos insecticidas). No es nada fácil medir sustancias orgánicas como éstas, pero conseguimos calcular valores de toxicidad crónica y aguda. Advertimos cambios bioquímicos en renacuajos expuestos a aguas de diferentes arroyos por 96 horas seguidas. Utilizamos estos animales porque funcionan como bioindicadores, es decir, como buenos modelos. El análisis de riesgo incluyó datos de 24 sitios de muestreo diferentes, con un total de 193 muestras analizadas en toda la Pampa húmeda y la comparación de los valores de concentración con doce niveles guía, uno nacional y once internacionales (Canadá, Estados Unidos, La Unión Europea y el Reino Unido). Concluimos que el agua no es apta para la especie, ya que contiene la sustancia que queda impregnada en sus propios tejidos.
-¿El agua no es apta porque tiene un índice de clorpirifos mayor al recomendado?
-Correcto. La Secretaría de Infraestructura y Políticas Hídricas de la Nación, según una norma de 2005, recomienda 0.006 microgramos por litro para la protección de la biota acuática. Sin embargo, nosotros comprobamos que debería ser –por lo menos– diez veces menor a ese valor para proteger al 95% de las especies. Se deberían corregir estos valores de referencia porque quedaron viejos, desactualizados.
-¿De qué manera afecta esta sustancia a los ambientes y a los seres vivos?
-No solo afecta a los organismos acuáticos, sino también a los insectos para los que, efectivamente, fue diseñado. El problema extra es que perjudica a la salud humana, principalmente, al sistema nervioso central. El procedimiento es así: afecta a una enzima (denominada acetilcolinesterasa), la encargada de actuar en el área neuronal y controla a un neurotransmisor (acetilcolina). En resumidas cuentas genera un envenenamiento tóxico, en la medida en que bloquea la transmisión correcta de los impulsos nerviosos. Ello provoca incoordinación motora y podría causar la muerte.
-Pero los efectos dependen de las dosis a las que estemos expuestos…
-Por supuesto. Puede ser letal tanto para un insecto como para una persona, aunque las dosis necesarias para uno y otro caso sean bien distintas. Probablemente, la cantidad del insecticida que termina con la vida de un bichito muy pequeño en los humanos ocasiona efectos tóxicos crónicos que solo se descubren con el paso del tiempo. Si analizamos la bibliografía y los estudios disponibles es posible afirmar que opera como un disruptor endócrino y que, potencialmente, causa cáncer.
-Por ello, en muchas naciones ya fue prohibida.
-En EEUU, mientras Europa hará lo propio a partir de 2020 (en la actualidad solo 8 países del continente cuentan con la restricción). En la mayoría de las naciones en las que esta sustancia se quitó del mercado fue porque se advirtió que las mujeres gestantes que alimentaban a sus bebés les transmitían la sustancia y nacían con malformaciones, poco peso y problemas neurológicos. Además, podemos llegar a ingerir la sustancia cuando nos alimentamos con algún pescado. Una vía directa.
-¿Por qué hay pocas investigaciones científicas que denuncian el empleo indiscriminado de agrotóxicos?
-Creo que en general los descubrimientos que reciben más prensa son los que están del lado del modelo sojero; los de esos grupos privados que contaminan y enferman. Hay muchos investigadores y especialistas en salud ambiental que desde hace décadas están detrás de estos temas. También es verdad que los científicos nos preocupamos mucho por publicar en las mejores revistas y después nos desentendemos de la divulgación y del impacto social que pueden llegar a tener los resultados a los que arribamos. Nos vemos absorbidos por el sistema, un mecanismo que nos aleja de la sociedad para la cual trabajamos.