En la muy esperada Frozen 2, que a poco de su estreno ya es la película de animación más taquillera de la historia, todo es tranquilidad en Arandelle y la convivencia entre Elsa, Anna, Kristoff y Olaf es familiar y feliz; Anna y Kristoff son una pareja estable en la que él trata de proponer matrimonio varias veces sin conseguirlo y ése es un chiste que atraviesa toda la película, si bien en un segundo plano. De todas formas, todo parece indicar que Anna va a casarse con Kristoff y vivir en Arandelle juntos hasta que la muerte los separe, y eso está bien. Es más aburrido, pero está bien. Elsa parecía haber encontrado su lugar en el mundo como reina de Arandelle capaz de dominar su poder y usarlo para bien al final de Frozen, pero no: en cada una de las hermanas, la película plantea un modo de la felicidad que tiene más que ver con escucharse a sí mismas, y ahí viene la cuestión que desencadena los acontecimientos de esta secuela: últimamente Elsa escucha una voz, como de hada, que parece llamarla. Y su conflicto es si seguirla o no, porque imagina que eso implica un riesgo. Como mínimo, enfrentarse otra vez a lo desconocido.
Por supuesto que Elsa, de pronto inexplicablemente encogida y dubitativa a pesar de que gobierna Arandelle, va a perseguir a esa voz seductora que parece venir de otro mundo. Junto con Anna, Kristoff y Olaf emprende un viaje al norte en el que las hermanas descubren una verdad sobre su familia, sobre sus padres y el origen de los poderes de Elsa, además de restaurar el equilibrio natural y la buena relación con un pueblo mágico y más bien insulso, los Northuldra. Y por supuesto que lxs adultxs vamos a hacer una lectura en clave lésbica de todo lo que sucede de ahí en más cada vez que Elsa cante sobre tener una parte secreta o le pregunte a esa voz misteriosa, ¿serás lo que busqué toda la vida?
Por ahora Disney no llega a tanto, aunque quizás no sea necesario; la primera mitad de la película parece el inicio de un romance gay además de, o al mismo tiempo que, una aventura hacia una tierra desconocida, y por lo tanto en cierta forma lo es. Las secuencias que involucran a Elsa son las más sorprendentes y aquellas en las que más se luce la animación, cuando muestra a un caballo de agua con ojos fluorescentes y también cuando se pone abstracta y hace bailar a Elsa entre cristales y brillos sobre fondos negros. La parte que le toca a Anna, en cambio, es más bien aburrida; Olaf resulta cansador esta vez en su papel de comic relief, y Kristoff demasiado tonto (incluida una parodia de balada romántica en la que parece Cristian Castro).
Frozen 2 no es una película mala, pero tampoco es gran cosa. La fluidez que llevaba en la primera entrega de una canción a la otra e iba contando la historia de las hermanas como un mecanismo perfecto e imperceptible no está más; la película avanza de modo forzado y hasta confuso. Por otra parte, definitivamente Elsa era más interesante en la primera Frozen y no hay nada acá que pueda equiparar ese momento de “Let it go” en que se soltaba el pelo, sacaba una pierna por el tajo del vestido y cantaba sobre no ser más la chica buena que todxs quieren e irse dando un portazo; también se fue la sensualidad de Elsa junto con esa dureza, y el peligro que llevaba contenido en el cuerpo, que la hacían tan particular. Anna sigue siendo Anna, las hermanas se quieren y cuidan mutuamente y lo que aprenden tiene que ver difusamente con la convivencia pacífica y el respeto entre pueblos, un tópico mucho más trillado. Pero no hay nada de todo lo que hizo de la primera Frozen un hito en el cine de animación y en la tradición de Disney: las dos hermanas que fueron cada una la heroína de la otra, el príncipe encantador que no era tal, la protagonista que era villana al mismo tiempo y su rebeldía maravillosa, la afirmación magnífica de una sensualidad que se proclamaba orgullosa de romper todas reglas. Elsa parece, por el contrario, desprovista de su espesor humano, en vías de convertirse en una especie de criatura mágica sin peso, más plana y hasta inofensiva.
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