A paso firme, a pesar de todo

Hay quienes ven en Limbs, celebrada serie del fotógrafo y cineasta irlandés Ross McDonnell, un peculiar ejemplo de la resiliencia y el optimismo del pueblo afgano a pesar de padecer ya cuatro largas décadas de guerras. Destacada recientemente por los prestigiosos premios Prix Pictet, le celebran además su aproximación a las víctimas civiles de los interminables conflictos sin caer en el cliché, la fórmula o el facilismo; subrayando la capacidad de adaptación de la gente a las situaciones más radicales y más hostiles desde un curioso enfoque. Y es que, despojadas del horrífico contexto circundante, presentadas casi como objetos escultóricos uniformemente iluminados, captura el artista prótesis ortopédicas hechas o reparadas ingeniosamente, a partir de chatarra y ropa vieja, por los habitantes locales tras perder una extremidad a causa de bombas, ataques aéreos, minas terrestres, municiones perdidas. Y las imágenes, concuerdan voces especializadas, conmueven precisamente por lo que no muestran, invitando a imaginar las manos de quienes se valiesen de materiales abandonadas –troncos, botas, carcasas gastadas de granadas, tubos de estufas, partes de coches- para extender la vida útil de los precarios sustitutos. Sustitutos con los que McDonnell se topó años atrás en un hospital de Jalalabad, Afganistán, donde yacían tras haber sido abandonados por sus dueños. La Cruz Roja les había provisto de prótesis más cómodas, ya no tenían razón de ser. Pero bajo la lente del irlandés, cobran en Limbs segunda –o tercera, cuarta, quinta…- vida: cual recordatorio o memento de ingenio y persistencia.

Invasión

En lo que antaño solía ser un apacible pueblito de los Alpes austríacos -notablemente pintoresco, de apariencia de cuento de hadas con su lago prístino y sus montañas lindantes, declarado por la Unesco patrimonio de la humanidad-, hoy se vive una auténtica pesadilla. Y los vecinos señalan, no sin razón, a la culpable de todos sus males: la saga Frozen. Alcanza con que suenen las primeras notas de Let It Go, Do You Want to Build a Snowman o la más reciente Into the Unknown para que los 780 habitantes de Hallstatt --ubicada a solo una hora en coche desde Salzburgo-- empiecen a bramar. Hace sentido su aversión: si la primera entrega ya les había hecho añicos su sereno día a día, con la flamante secuela (tan exitosa que ya ha marcado récord histórico como film animado más taquillero de todos los tiempos) temen lo peor. Sucede que, al salir la primera entrega en el 2013, trascendió que el sitio había servido de inspiración a la factoría Disney para crear el ficcional reino de Arendelle; y desde entonces, el lugar de atiborra de turistas. La saturación es real: hasta 10 mil personas se hacen presentes ¡cada día! amén de retratarse con sus panorámicas de ensueño (seis veces el número de turistas per cápita que recibe la muy concurrida Venecia, dicho sea de paso, a tal punto la desproporción). Antes del 2010, no más de 100 cabecitas curiosas solían asomar por estos pagos del distrito de Salzkammergut. Comenzaron a multiplicarse cuando, en 2011, un magnate chino gastó cientos de millones para construir una réplica exacta de la aldea en la provincia sudoriental de Guangdong, prendiendo la chispa del interés por el sitio original. Pero no fue hasta Frozen que la chispa devino incendio, con un alud de humanos mayormente proveniente de Asia. “Queremos reducir la afluencia en -por lo menos- un tercio, pero no tenemos forma de detenerlos”, se inquieta el alcalde, Alexander Scheutz, que solícitamente ruega a los fans de Elsa y Anna que se mantengan alejados de Hallstatt. El pueblo, finalmente, no da abasto: demasiada basura, demasiados drones, demasiadas selfies, precios disparados, y miles de anónimos tocando puertas de casas para usar los baños.

Goya: una cuestión de autenticidad

 

“Es mejor perder dos o tres supuestas obras maestras si con ello ganamos un Goya más auténtico, más homogéneo, más grande aún que el que conocemos”, decía años atrás la historiadora de arte británica Juliet Wilson-Bareau, una de las mayores especialistas en la obra del pintor aragonés, que entonces expresaba serias dudas sobre la autoría de dos lienzos: La lechera de Burdeos y El coloso. Recientemente entrevistada por The Guardian, empero, ha hecho crecer aún más la sombra de la duda, esgrimiendo la erudita que muchos cuadros atribuidos al maestro español no serían suyos sino de sus asistentes. Habla de docenas. Y explica que corroborar su autenticidad llevará “años de investigación”. “Prácticamente todos los museos que tienen un Goya también tienen un Goya ‘problemático’. Por eso es fundamental que reexaminen sus posesiones, porque hay demasiadas imágenes dudosas. También deberían hacerlo merchantes y casas de subastas, que dan por auténticas piezas aún sin estar realmente convencidos”, subraya la mujer. ¿Hay reticencias? Hay, claro que sí, porque “si una obra resulta ser de un asistente, el valor colapsa”. Pero es una deuda pendiente al genio aragonés, acorde a la historiadora, en tanto “aún cuando los artistas a la sombra de un gran maestro pueden emular su estilo, su manejo con el pincel, sus motivos, el trabajo jamás estará impregnado de la individualidad y la fuerza únicas del creador original”. Por lo demás, esgrime un posible motivo para lo que ella entiende como una situación extendida… “Parte del problema es un inventario de 1812 del estudio de Goya. Creímos que todo lo que allí estuviese incluido debía ser suyo, pero no necesariamente es así”, destaca la estudiosa, que pronto suma cómo, “hasta hace poco, el papel que desempeñaban sus asistentes era ambiguo, pero ahora -gracias a ciertas pruebas documentales- es más claro cuán activo era su rol y que algunos trabajos asignados a Goya eran, en realidad, de su escuela”. Tiempo atrás, señalaba además otro culpable para que surgieran “equívocos”: la gran fama del pintor y grabador español. “Todas las familias querían tener un retrato suyo”, contaba entonces Wilson-Bareau, y anticipaba que en un futuro nos llevaríamos muchas sorpresas en materia goyesca. “Y no solo con él. Aún queda mucho trabajo por hacer. De los grandes, siempre hay malas atribuciones”.