Aterrizo bajo la noche en el aeropuerto de Teherán y de la milenaria civilización iraní, me topo con un simple baño. Es distinto a todos los que haya visto: tiene tres bancos fijos de mármol blanco frente a canillas en la pared y una canaleta. Lo primero que hace un occidental que se precie al aterrizar en un aeropuerto internacional, es comprar o mirar precios. El primer acto de un musulmán iraní luego de un vuelo largo, es un rezo. Y antes se tiene que purificar, lavándose. Acaso después, mirará el duty-free.

El Occidente racionalista empezó a pensar el mundo desde la Tierra hacia el cielo -y no a la inversa- con la invención de la filosofía griega que concluyó en la “muerte de Dios” firmada por Nietzsche. Esto derivó de manera inconsciente en la sacralización del dinero: se fue volviendo sagrado a medida que ese hombre se secularizaba. Pocas cosas hay más importantes para nuestro viajero secularizado -opuesto al peregrino a la Meca- que comprar artículos, en lo posible de lujo. Mientras que un iraní religioso se preocupa más por entrar al baño a hacerse una ablución: se sienta lavándose pies, brazos, cara y cabeza. Entonces va a la mezquita del aeropuerto -o se prosterna donde pueda orientado a la Meca- y reza. Este procedimiento de aseo y rezo lo hacen de tres a cinco veces por día más de la mitad de la población de un país donde el 95% adhiere al Islam.

Un musulmán debe mantener todo el tiempo su estado de pureza ritual: el cuerpo se integra a lo divino y es cuidado con devoción. La ablución corresponde cada vez que se va al baño y al despertar: la ritualidad impregna lo cotidiano a cada momento. La preeminencia de lo sagrado sobre lo profano es tan fuerte en Irán, que tampoco la política está escindida de la religión: el Ayatollah es cabeza religiosa y política de la nación. Y todo esto define la cosmovisión.

El Occidente de la razón instrumental orienta sus actos vitales hacia el progreso, la producción y el consumo: el más religioso -cada vez son menos- va a la iglesia algún domingo. En aras del avance individual, el homo-laborans inmerso en el capitalismo global reduce su alma a una fuerza productiva y va perdiendo el concepto aristotélico de la “vida contemplativa”, el nexo con la naturaleza y su sacralidad. En Irán, en cambio, las mezquitas se llenan varias veces al día con gente rezando hasta en la vereda y el asfalto si no caben en el edificio: lo sagrado sigue estando por encima de lo productivo. El trabajo se detiene para adorar.

En Occidente el espíritu del capital va ocupando el lugar de la religión. El filósofo Giorgio Agamben lo ejemplifica: un niño que en sus juegos rompe billetes reales, comete una profanación. Y los adultos reaccionan alarmados. Desde la mirada musulmana chiita, la voracidad occidental ofende como una máquina profanadora que pisotea lo sagrado. Desde la visión opuesta, dejar de producir para rezar equivale al niño rompiendo dinero.

El Islam prohíbe la imagen de Alá y se aferra al Corán. Al escritor Salman Rushdie, haber profanado al profeta con “blasfemias” le costó una condena a muerte de parte de Irán, levantada en 1998.

Desde tiempos del colonialismo, Occidente sacraliza e impone el librecomercio y la explotación de la naturaleza a cualquier precio. La razón instrumental justificó la esclavitud. La iluminación hogareña con aceite de ballena produjo casi su extinción a comienzos del siglo XX. Hoy la energía motriz del capitalismo es el petróleo, un comodity que en Irán brota como leche de la ubre de una vaca.

El etnocentrismo sobrevuela todas las culturas y sus dirigentes. Lo sagrado de cada mundo choca en el conflicto EE.UU-Irán: una geopolítica de los negocios versus una geopolítica pastoral. Irán quiere expandir su revolución religiosa y en eso se diferencia de las monarquías sunitas (hay países musulmanes entre sus adversarios).

Esta colisión es explosiva. Un Donald Trump con la pera en alto y la boca en óvalo sobrepasa todo organismo internacional y a su propio Congreso. Y no hay una fuerza mediadora que arbitre. El líder espiritual Alí Khamenei prometió venganza y actuó con relativa mesura. El riesgo es un círculo mutuo de desquites al estilo medieval, ese tiempo de guerra entre musulmanes y cristianos. De un lado hay una potencia con 560 bases militares en todo el orbe; del otro, un ejército de 523.000 soldados e incontables civiles acaso dispuestos a dar pelea en un país que rinde culto al martirologio: las movilizaciones masivas en el entierro del general Suleimani darían pauta de esto. Ya en el origen del cisma chiita -separados de los sunitas en el siglo VII- aparece el martirio con el asesinato del Imán Hussein, cuyo recuerdo inspira la festividad más popular del país: el Muharram. De hecho, el punto más alto de la espiritualidad chiita se alcanza entregando la vida en lucha por el Islam. Por eso Suleimani es héroe nacional de millones que lo lloraron en masa, una escena calcada de los desfiles del Muharram donde se sigue velando a un mártir desde hace 1340 años.

El conflicto sería más del orden de la cosmovisión que de la ideología política en el sentido occidental “derecha-izquierda”. Una carta del imán Jomieni a Gorbachov en 1989 lo ilustra: "A partir de ahora habrá que buscar el comunismo en los museos de historia política mundial, ya que el marxismo no puede dar respuesta a las necesidades reales de los seres humanos. Se trata de una escuela de pensamiento materialista, pero a fuerza de materialismo no es posible salvar la humanidad de la crisis que supone la falta de creencias espirituales, lo que constituye el dolor más agudo que padecen las sociedades tanto orientales como occidentales." Visto así, también el capitalismo norteamericano rompería esos valores: el choque actual sería entre una espiritualidad islámica chiita con gesto guerrero y el materialismo occidental expandido por la globalización, ambos movidos a su vez por la voluntad de poder propia de sus líderes.

El mundo cristiano ya no combate por lugares santos como en Las Cruzadas. Trump lo explicitó al decir que su país gastó millones en Irak y "no nos iremos hasta que paguen por ello''. En cambio un soldado chiita puede ir a la guerra por razones religiosas. No en vano Trump amenazó con pegar donde más les duele: “en los lugares culturales”.

 

En nuestro mundo, el baño es un mero diseño funcional. En aquel otro, un ámbito de ritualidad: en esa simple arquitectura se puede leer por oposición, la medida de la secularización de Occidente y la sacralización vigente en el mundo persa, el que fuera primera potencia en el alba las civilizaciones en Mesopotamia, enfrentado hoy de manera asimétrica a la mayor fuerza militar que haya existido jamás.