Baghead (2008, de Jay Duplass y Mark Duplass)
Cuando la película de los hermanos Duplass se editó en Argentina en formato dvd, el título local Noche macabra atrajo seguramente a espectadores que esperaban algo muy diferente al contenido real. Lejos del terror de medianoche y muy cerca del mumblecore que los mejores cineastas independientes de los EE.UU. supieron construir, la historia de Baghead encierra en una cabaña en el bosque a cuatro actores sin trabajo, en busca de un guion que los saque del estancamiento. Como si se tratara de una versión moderna de la famosa noche que dio origen a Frankenstein, los guionistas amateurs comienzan a pensar en una presencia inquietante, una figura con una bolsa de papel en la cabeza y motivaciones indescifrables, pero ciertamente dañinas. En el fondo, el segundo largo de los Duplass no es otra cosa que una sátira efectiva –y, en más de un pasaje, mordaz– sobre el concepto de “cine independiente” como trampa caza-bobos. La mujer más joven del grupo es Michelle, una Greta Gerwig veinteañera que, en uno de sus primeros papeles centrales, hace gala sin esfuerzos de una atractiva mezcla de glamour cinematográfico con naturalidad de “chica de al lado”.
Frances Ha (2012, de Noah Baumbach)
Coescrita y protagonizada por Gerwig, Frances Ha es una de las grandes películas del realizador Noah Baumbach (Historia de un matrimonio) y su protagonista una criatura tan adorable como irritante. La neoyorquina Frances Halliday anda pisando el límite que transforma la veintena en treinta abriles y su carrera como bailarina anda a los tumbos, justo cuando su compañera de departamento decide irse a vivir con su novio y dejarla a solas con su vida, que parece estar estirando la adolescencia hasta el límite de lo recomendable. “Soy demasiado alta para casarme”, repite Frances a quien quiera oírla, pero la frase no es otra cosa, desde luego, que otra de sus simpáticas excusas. Luminosa e intensa (en ambos sentidos de la palabra, el clásico y el reciclado), la criatura moldeada por Gerwig y Baumbach –creación ficcional con más de una pizca autobiográfica– es para muchos la quintaesencia de la “persona” cinematográfica gerwigiana, una de las puntas de la corona del movimiento mumblecore y, sin dudas, un personaje difícilmente olvidable.
Lady Bird (2017, de Greta Gerwig)
“Fuck you, mom”, dice Christine, la dama pájaro,
al comienzo de Lady Bird, antes de abrir la puerta del auto en
movimiento y tirarse al pavimento sin medir las consecuencias. Saoirse Ronan entrega
una performance consagratoria, construyendo uno de esos personajes que quedan
grabados en la memoria. Su Michelle, que con diecisiete años parece tener todo el
peso de la historia del mundo sobre sus hombros, recorre el último año de la
secundaria como una sobreviviente de varias batallas. El debut de Gerwig como
realizadora en solitario es una inteligente e ingeniosa reelaboración de arquetipos
cinematográficos fácilmente distinguibles, aquellos que pueblan esa institución
del cine estadounidense: la high school movie. Gracias a la humanidad de
la protagonista, construida a partir de pequeños gestos ligeramente excéntricos,
la película logra poner en pantalla descripciones de ámbitos y clases sociales.
El resultado es una comedia agridulce que mezcla la melancolía con la diversión
y la inteligencia con la ligereza, elementos que ahora vuelven a formar parte –en otro formato, bajo otras luces y con un presupuesto infinitamente mayor– de su adaptación de Mujercitas.