Mucho antes del triunfo de Delfo Cabrera en la maratón de los Juegos Olímpicos de 1948, de los campeonatos de Fórmula 1 de Juan Manuel Fangio en los ‘50, de las peleas épicas de Nicolino Locche en los ’60 y de Carlos Monzón en los ’70, de la zurda mágica de Maradona esquivando ingleses y de la velocidad supersónica de Messi, hubo otro deportista aupado por los sectores más populares de la sociedad argentina como héroe. No era para menos: Vito Dumas rompió todos los récords habidos y por haber en materia de navegación. En 1931, por ejemplo, fue el primer navegante en unir en soledad Europa y Sudamérica, un preludio perfecto para lo que diez años más tarde, en plena Segunda Guerra Mundial, sería su logro máximo: timonear durante largos meses a lo largo y ancho de todos los océanos para dar la vuelta al mundo. Siempre con la plata justa –paraba la olla como fotógrafo social y profesor de natación– y a bordo de un velero de nueve metros de largo sin luz ni absolutamente nada que le permitiera comunicarse con tierra o pedir ayuda en caso de algún problema. De todas esas gestas, hervidas con partes iguales de valentía, espíritu aventurero y locura, se ocupa El navegante solitario.
La película del profesor, divulgador científico y realizador Rodolfo Petriz recorre el periodo activo de la vida de Dumas, empezando por aquel viaje a Francia a principios de los ’30 donde compró un barco usado con destino de chatarra para reacondicionarlo y lanzarse al Atlántico, hasta su ocaso a mediados de los ’50, cuando la autoproclamada Revolución Libertadora quiso borrar de un plumazo todo aquello que oliera a peronismo. Y pocos olores más intensos que el de los deportistas embanderados por el gobierno derrocado. Dumas terminó igual que tantos otros: ninguneado, sin un mango, condenado al olvido, con su lugar en la Historia grande del deporte nacional negado. Tampoco ayudó su condición de plebeyo en un ámbito dominado mayormente por hombres de billeteras abultadas.
Al igual que gran parte de los documentales sobre personajes históricos no del todo conocidos, El navegante solitario encuentra sus principales focos de interés en el valor testimonial de lo narrado y el hallazgo de materiales de archivo familiares y periodísticos. Desde ya que estos últimos escasean, en tanto en los ’30 los registros audiovisuales eran pocos y Dumas aparecía en los diarios cuando atracaba en algún puerto, es decir, cada varios meses (uno de sus records es el de mayor permanencia en el mar). A cambio Petriz ofrece entrevistas con sus descendientes y amigos, además de las lecturas en off de los textos escritos por el navegante en altamar. Textos impecables, dueños de un lenguaje coloquial y una indudable potencial visual, como si se tratara de un Julio Verne que usa como materia prima aquello que ve, escucha, siente y toca.
La de Petriz puede pensarse como una película de aventuras decimonónicas que enfrenta a su héroe tanto a los cambios políticos de la Argentina como a los embravecidos caprichos de la naturaleza: habrá, entre otras delicias, olas kilométricas, vientos atronadores, un paso por ese cementerio naval que es el Cabo de Hornos, roturas inesperadas, una amputación inminente, enfermedades y hasta un record (totalmente involuntario) de navegación ida y vuelta en el Atlántico ante la imposibilidad de dominar la deriva de su bote, tal como recuerda su biógrafo Ricardo Cufré. Navegante como Dumas, este hombre le pone una garra encomiable a sus respuestas, entreverando datos duros con admiración. Porque El navegante solitario es también un relato sobre la pasión, quizás el motor principal de ese hombre para el que la felicidad consistía en la soledad más absoluta en medio de la nada, bien lejos de todo.
7 - EL NAVEGANTE SOLITARIO
(Argentina, 2019)
Dirección y guion: Rodolfo Petriz
Duración: 108 minutos
Con los testimonios de Diego Dumas, Ricardo Cufré, Eduardo Porto, Roberto Alonso y Ernesto Villafañe.
Se exhibe en el Cine Gaumont todos los días a las 19.10