Va solo un mes y parecen años
. Debe ser porque la Argentina estaba muy mal el 10 de diciembre. Y porque los primeros 30 días de gestión de Alberto Fernández fueron transitados por un Presidente que sabía dos cosas. Una, que llegó por un aluvión de votos. Ganó nada menos que en primera vuelta y por el 8 por ciento de diferencia sobre Juntos por el Cambio. Otra, que los votos no le regalarían una luna de miel. Todo es aquí y ahora, como una bicicleta que solo pedaleando puede ser mantenida en equilibrio. La legitimidad de origen de los votos es una plataforma maravillosa pero el consenso se pone a prueba todos los días. “Más que planificar, uno tiene que saber cuál es el rumbo que quiere y hacerle permanentemente la sintonía necesaria”, recomendaba Néstor Kirchner en 2003 cuando él era Presidente y Alberto su jefe de Gabinete. Y les decía a sus ministros: “La gente no es enferma de la política como nosotros. Quiere que cada semana sea un poquito mejor que la anterior y que el fin de semana pueda olvidarse de quién la gobierna”.
Como aquélla, la narrativa de Fernández en su primer mes fue simple. Hilvanó conceptos sobre los que fue y volvió en todo momento, como en círculos, al estilo del docente que es. Mauricio Macri fue una máquina de destrucción productiva. Los más hundidos son los pobres, que llegaron al hambre. No puede haber proyecto de salida sin solidaridad. La solidaridad se traduce en que están primero los hambrientos, los jubilados de la mínima y los que reciben la AUH. El Estado no tiene plata y el país está endeudado. Hay cero chance de crecimiento sin estabilidad, y por eso los planes que van desde Precios Cuidados a la moratoria impositiva para las Pymes. La estabilidad no puede ser recesiva. La Argentina necesita dólares para vivir y para pagar la deuda, pero será imposible pagar la deuda ya mismo porque los dólares no alcanzan. Si en la campaña era “vamos a poner a la Argentina de pie” ahora sería “pongamos a la Argentina de pie”.
El Presidente desistió de plantear una epopeya de largo plazo. La épica estaría en salir del pozo lo más rápido posible. Y, políticamente, en que la salida del pozo se note a través del freno a la caída libre del macrismo y mediante cierta reactivación. Cuando eso suceda, Fernández quizás pueda salir del agua y respirar un poco. Pero (lo sabe) solo un poco.
Esa épica de lo concreto estuvo acompañada en los primeros treinta días por el esfuerzo de consolidar el gobierno de coalición que construyeron las distintas líneas del peronismo y sus aliados. A su favor el Presidente cuenta con un dato objetivo: ningún sector del Frente de Todos tiene a mano nada más rentable en términos políticos que fortalecer al Gobierno. Esto se aplica al propio Fernández, a Cristina Fernández de Kirchner, a la CGT, a las CTA, a La Cámpora, a los gobernadores y a los movimientos sociales. Más allá de las desconfianzas y los recelos, o del desorden inicial y las idas y vueltas en las designaciones, el ejercicio del Poder Ejecutivo acomoda las cargas. Con un añadido: la experiencia de que afuera del Frente de Todos hace un frío inclemente es un estímulo para discutir con disciplina.
Roberto Bacman, del Centro de Estudios de Opinión Pública, suele decir que Alberto le habla al 60 por ciento no macrista e incluso a una franja de los que votaron por Macri el 27 de octubre. Eso incluiría el voto de Roberto Lavagna y parte del voto radical.
El núcleo duro es fuerte. Un funcionario actual lo resumió con agudeza al escuchar en una fiesta de cumpleaños cómo después de la primera cumbia todos le hicieron el coro a Hugo del Carril. “El gorilismo convirtió la Marcha Peronista en Bella Ciao”, dijo.
El desafío es mantener el orden de prioridades. Conservar ese poderío formidable de un peronismo ampliado y unido y, a la vez, sumarle aliados temáticos mientras el oficialismo intenta dividir a la oposición. Es el modelo que ya funciona en el Congreso Nacional y que por ahora es más arduo aplicar en la legislatura bonaerense. Es el modelo que funcionó cuando el Presidente corrigió su primer decreto de retenciones y, política mediante, incorporó el principio de segmentación en la Ley de Solidaridad.
Pero lo más importante es la realidad. No hay mejor publicidad que el cambio de la vida cotidiana. Así sea leve, ese cambio será más determinante que cualquier mensaje, incluyendo el mensaje negativo de los grandes medios de comunicación.