Antes de analizar el cambio de rumbo económico resulta indispensable repasar algunos conceptos básicos. Cuando el Estado gasta genera una contrapartida superavitaria en el sector privado, crea demanda y crea activos. Esta posibilidad no existe en el mundo privado, salvo para las entidades financieras, que contra lo que vulgarmente se cree no necesitan contar con el dinero que prestan, sino apenas con el encaje al que los obligan las bancas centrales.
Sin embargo, quienes defienden la teoría de la escasez, es decir quienes siguen la corriente principal de la economía, aseguran que si el Estado crea dinero, al igual que lo hacen los bancos, no se crea demanda y superávit privado, sino que se genera principalmente inflación monetaria, una de las mayores zonceras de la economía convencional refutada por las estadísticas.
Lo dicho sirve para recordar que la restricción real de una economía como la argentina no es la presupuestaria, sino la externa, la escasez de dólares para financiar insumos importados cuando la economía crece.
El redescubierto “péndulo argentino” que al menos desde 1976 se manifiesta en la sucesión de modelos neoliberales y nacional-populares, puede explicarse por la divergencia entre las clases dominantes locales sobre cómo resolver el problema estructural de la restricción externa.
Es un punto de entrada, pero lo que en realidad se encuentra por detrás del péndulo es la falta de consenso social sobre el modelo de desarrollo, lo que a su vez deviene de las relaciones de poder entre los distintos actores sociales y sus intereses particulares, incluida la geopolítica. Parece claro que los modelos económicos, incluso los macroeconómicamente inconsistentes como el del macrismo, tiene siempre ganadores y perdedores.
El gobierno saliente dejó una herencia nefasta de deuda pública externa insustentable, es decir impagable en los tiempos y formas en que fue contraída, y una potente recesión económica. Sin profundizar en las consecuencias de desempleo, hambre y destrucción de las capacidades productivas, es difícil imaginar una herencia peor.
No obstante, la nueva administración decidió no llorar sobre la, esta vez sí, pesada herencia, sino comenzar a resolverla. Más que prioridades, atacar el problema de la deuda y la agobiante recesión constituye la única vía posible, un camino que no será ni fácil ni seguro y mucho menos rápido. Las políticas elegidas, las líneas directrices, son entonces la renegociación de la deuda y la reactivación de la demanda, la única vía para crecer y dar respuesta a las expectativas sociales.
Aquí es necesario recapitular nuevamente. El cambio de dirección del kirchnerismo en relación al peronismo neoliberal de los ’90 y su conclusión aliancista con la crisis de 2001 puede sintetizarse en cuatro medidas clave: el establecimiento de retenciones a las principales exportaciones, la desdolarización de las tarifas de los servicios públicos y los combustibles, el desendeudamiento y el aumento de salarios, precisamente las mismas cuatro medidas que el macrismo se encargó de revertir una a una.
La administración de Alberto Fernández aplicará en estos rubros un programa similar al del kirchnerismo primigenio, las mismas cuatro medidas, pero en un contexto interno y externo bastante diferente. Dado que la llave para una renegociación ordenada la tiene hoy el FMI se decidió poner al frente de la economía a Martín Guzmán, un ministro que a la pátina “heterodoxa” que le imprime su carrera académica estadounidense guiada por Joseph Stiglitz, le sumó desde el primer día un discurso que destaca la búsqueda de “equilibrios” macroeconómicos y fiscales.
En el frente interno el programa se resume en expandir la demanda. Es un giro copernicano respecto a la visión precedente, que consideraba que el crecimiento dependía de medidas favorables a la oferta.
En paralelo se decidió que la expansión se financiará cobrándole más impuestos a los más ricos y transfiriendo a los más pobres, es decir expresando, como siempre lo hace la estructura impositiva, las nuevas relaciones de poder emergentes de la voluntad popular. Dicho de otra manera, haciendo que la crisis la paguen quienes más se beneficiaron con el macrismo antes que acudiendo a ideas consideradas “exóticas” en los países centrales, como la Teoría Monetaria Moderna y la “emisión descontrolada”.
Sucede, como siempre se dijo en este espacio, que el equilibrio presupuestario tiene dos patas, los gastos, pero también los ingresos. La redistribución progresiva de las cargas impositivas, tiernamente llamadas “impuestazo” y “ajuste” por la prensa que sostuvo al macrismo e hizo suyos todos sus eufemismos discursivos, va en esta dirección. El nuevo “sinceramiento” ya no es el tarifazo y la poda salarial que castigaron a la economía a partir de diciembre de 2015.Tampoco la liberación de obligaciones de todo tipo para los exportadores de materias primas. El camino es la vuelta a un sistema impositivo más normal, en el que como sucede en los “países serios” paguen más los que más tienen.
El discurso del nuevo ministro, sumado a su paso por la academia estadounidense, representó un hallazgo de Alberto Fernández, pues consiguió el efecto buscado de ser bien recibido por “los mercados”, es decir por el poder económico local y global.
En adelante los analistas harán bien en observar cómo el gobierno gasta y recauda antes que limitarse al discurso fiscalista del ministro. Pero debe decirse también que las condiciones estructurales no son las más favorables para que un gobierno híper endeudado con el FMI diga que el déficit fiscal no importa.
Aquí también hay en el actual gobierno mucho del primer kirchnerismo. En materia de renegociación de deuda las ideas de Guzmán ya estaban alineadas con las de la nueva administración mucho antes de que se supiera que integraría el gabinete. Lo que sostenía el novel funcionario es que en materia de renegociación debían reestructurarse plazos de pago, con quitas de capital y del nivel de intereses, pero también sin comprometerse a planes de ajuste que rápidamente impedirían cumplir las obligaciones asumidas, con recesión económica y caída de la recaudación.
Palabras más, palabras menos, el nuevo discurso oficial es un revival de “los muertos no pagan” de Néstor Kirchner. No tiene sentido renegociar para volver a incumplir en breve. Se debe reprogramar pensando en generar los recursos para afrontar los pasivos, lo que a su vez vuelve ineludible la expansión del Producto. Se necesita tanto generar nuevos dólares, como cuidar los existentes.
En esta línea debe entenderse el freno a la salida de divisas por turismo y para atesoramiento gravados con una tasa del 30 por ciento. En la práctica, como en el caso de las retenciones, se trata de una vía indirecta para tener tipos de cambio específicos para distintos sectores, por ejemplo dólar soja, dólar importación y dólar turista, pero sumando además un efecto recaudatorio sobre la cima de la pirámide y sin afectar la estructura de costos de producción, la verdadera causa de los procesos inflacionarios, como lo hace una devaluación generalizada.
Estas medidas se complementaran con la inyección de dinero en la base de la pirámide. Estimular la demanda en cualquier sector siempre supone un crecimiento del PIB y, dada la actual estructura productiva, un crecimiento más rápido de las importaciones que de las exportaciones que agrava la escasez de divisas.
Existe una relación de hierro entre renegociación de deuda y crecimiento. En paralelo se agrega la certeza de que la totalidad de los recursos que se inyectarán en la base se transformarán en demanda efectiva y no en fuga o atesoramiento, como ocurre cuando las transferencias son en favor de los más acomodados.
Sigue quedando pendiente y en la mira la cuestión del desarrollo, la transformación de la estructura productiva. Los detalles para conseguirlo están en el futuro, pero la recuperación de la demanda y del PIB son condiciones necesarias.