Geopolítica y Alimentos. El desafío de la seguridad alimentaria frente a la competencia internacional por los recursos naturales

Autor: Juan José Borrell

Editorial Biblos, Buenos Aires, 2019

Rosario se encuentra en el epicentro del sistema agroalimentario nacional y regional. Como es ya conocido, de los puertos ubicados en el Gran Rosario se exporta la mayor parte de las commodities agrícolas del país, las cotizaciones de los cereales de la Bolsa de Comercio local son referencia en el Cono Sur, cuenta con los principales centros de biotecnología del subcontinente, y las mayores corporaciones del agribusiness internacional tienen oficinas, plantas, laboratorios e infraestructura en lo que se considera uno de los principales polos agroindustriales del planeta. Se estima que la capacidad agrícola argentina podría alimentar diariamente a 400 millones de personas. Por su parte, el sector estatal acompaña sosteniendo un generoso circuito universitario público y de instituciones especializadas de enseñanza que producen capital intelectual de alto nivel de manera gratuita, fácilmente empleable y muy redituable para el sector privado. Todavía más, el Estado grava impositivamente de manera casi expoliatoria a pequeños productores rurales –hoy ya una especie en extinción– y también a la población más humilde con impuestos a los alimentos básicos. El modelo de primarización económica funciona de manera tan aceitada que genera cerca del 65% del total de las exportaciones y el PBI del país se nutre mayormente de este circuito. ¿Qué puede salir mal?

La paradójica contracara es que uno de cada tres argentinos, alrededor de 16 millones de personas, tiene un acceso insuficiente al suministro alimentario, es decir padecen inseguridad alimentaria. Las cifras oficiales presentadas por el INDEC en Septiembre último sobre el primer semestre de 2019, indican que casi 4 millones de personas que viven en la indigencia padecen hambre crónica, precisamente en un país productor excedentario de materias primas agrícolas. En la misma Rosario, capital del modelo agroindustrial, una de cada cinco personas vive en asentamientos irregulares. Aún así, la economía argentina pareciera no poder dejar de latir al pulso de las cosechas record, las cuales anualmente al anunciarse calman la voracidad por las ansiadas divisas. ¿Cómo es que superaríamos esta contradicción y pasaríamos de ser el “granero del mundo” a otra exageración aún mayor: el “supermercado del mundo”? ¿A partir de qué factores el sistema agroalimentario argentino, que tiene su epicentro en la ciudad del monumento a la bandera, establece una relación de dependencia respecto al circuito transnacional? ¿Cómo se dinamizaría la posibilidad de acceso al suministro de aquella tercera parte de la población local?

El libro Geopolítica y Alimentos. El desafío de la seguridad alimentaria frente a la competencia internacional por los recursos naturales del Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Rosario, Juan José Borrell, busca desentrañar estos complejos interrogantes. La proposición central de Geopolítica y Alimentos es que en el contexto de una competencia mundial por los recursos naturales, Argentina durante el período 1996-2016 ha profundizado una relación de subordinación respecto al circuito agroalimentario internacional, vulnerando las dimensiones de la seguridad alimentaria en el plano doméstico. Más aún cuando en el mundo una de cada nueve personas padece hambre crónica y espera aumentar al año 2050 su población a más de 9.300 millones; cobra así significativa importancia analizar los factores geopolíticos que condicionan el suministro alimentario.

 A nivel geopolítico referir a alimentos implica hablar de juegos de poder, entre potencias y respecto a países de la periferia mundial

En particular el sistema agroalimentario internacional, el cual fue hegemonizado por Estados Unidos de Norteamérica después de la Segunda Guerra Mundial impulsando un proceso de mecanización agrícola en gran escala en el entonces llamado Tercer Mundo –dinámica denominada Revolución Verde–, ha estado sujeto en las últimas décadas a una reconfiguración en su estructura. Desde comienzos del siglo XXI por efecto de un fenómeno de difusión mundial del poder y a causa de la pujanza de corporaciones europeas y asiáticas, se ha incrementado la competencia por el control de grandes tajadas del suministro de alimentos: no casualmente hoy en Argentina un reducido grupo de grandes corporaciones norteamericanas (Cargill, ADM, Bunge), europeas (Dreyfus) y del estado chino (Cofco), oligopolizan y compiten mutuamente en la exportación de granos. En paralelo, durante el mismo período, países en desarrollo como Argentina acentuaron la tendencia hacia una mayor periferización –y esto a pesar de incrementar en cada ciclo los volúmenes producidos de commodities.

Una de las claves de la investigación de Borrell plasmada en el libro es que los loados avances como por ejemplo en biotecnología aplicada al agro (recordemos que Rosario está posicionada como el principal polo biotecnológico de la región), ha implicado una paulatina pérdida del acceso al germoplasma de las semillas por parte de los productores locales. La nómina de patentes transgénicas aprobadas desde 1996 con la primera soja RR hasta la actualidad es prueba de ello. Siendo apenas la punta del iceberg, en rigor de verdad el entero circuito de insumos que debe alquilar el chacarero para sostener el paquete productivo de la Segunda Revolución Verde está concentrado en un minúsculo grupo de mega empresas transnacionales y sus subsidiarias: Monsanto-Bayer, ChemChina (exSyngenta), Corteva (Dow-Dupont) y Basf.

Pero no todo queda reducido a lo agrícola. El incisivo enfoque geopolítico del libro pondera el modo en que las potencias que conforman la OTAN han incluido en su agenda globalista de seguridad al suministro alimentario ante el crecimiento de los países emergentes y en desarrollo. En particular, renovando los planteos malthusianos de las elites eugenésicas anglosajonas, estipulan falazmente que las causas del hambre crónica se debe a la existencia de un exceso en el número de bocas. En otras palabras, reducir la población de la periferia debe ir de la mano de un aumento de la producción agrícola. En este sentido, la perspectiva integradora de Borrell escapa a la de las ciencias convencionales que estudian lo alimentario desde lo agronómico, la bioquímica y lo nutricional. A nivel geopolítico referir a alimentos implica hablar de juegos de poder, entre potencias y respecto a países de la periferia mundial.

Como se señala en el prólogo del libro: “es aquí donde queremos destacar que, el presente estudio de Borrell, será una obra clave a la hora de que la Argentina se decida a realizar su propia insubordinación fundante para salir de la periferia y terminar con la vergüenza de que casi la mitad de su población, viva en la pobreza.”