“Es que yo soy un dibujante de dibujantes”, justifica Lolo Amengual antes de lanzarse a presentar su trabajo, como si fuera un ignoto. A sus 80 años, el ilustrador cordobés está imparable, sigue lúcido y lanzando libros. El último Cartas a Goya, correspondencia ilustrada, autoeditado con un “bono”, en una suerte de crowdfunding artesanal. Es cierto que tuvo un paso breve por las revistas de su época –sobre todo en Confirmado, hasta que una dictadura le “sugirió aflojar” con sus chistes mordaces- y luego sobrevivió como director de arte en agencias de publicidad. Pero nunca dejó la ilustración ni el contacto con los colegas, con quienes compartió varias exposiciones colectivas.

En los últimos años lanzó ABC de las microfábulas junto a Luisa Valenzuela, Cábala criolla y Alejandro Sirio, el ilustrador olvidado, entre otros. La mayoría, proyectos que pergeña en Berlín, mientras visita a una de sus hijas. “Voy a visitarla y durante un par de meses pienso y me vuelvo con dos o tres proyectos para trabajar”, cuenta. “En mi trabajo siempre hay una preocupación por la representación, por qué digo con mis dibujos”, advierte. Y lejos de dogmatismos, cuenta que en su trabajo usa siempre “la máquina”, es decir, la computadora, aunque “nunca en sus opciones por default, todas las tramas que ves las fabriqué yo primero”.

Con Cartas a Goya descubrió el duro camino de la autoedición. Aunque distintos amigos se pusieron al hombro la tarea de convencer a algún sello, ninguno picó. “Pero yo quería verlo publicado, así que inventé un bono, el Bogoli19, ‘Bono Goya Libro 2019’, que valía muy poco y daba cuatro ejemplares, así conseguí los 60.000 mangos que salía imprimirlo”, relata. El ejemplar, notable, no está en librerías, pero se puede comprar por internet.

En el libro, Amengual retoma varios de los famosos Caprichos de Goya y los comenta al modo epistolar, como si el español fuese amigo y aún viviese. Y a sus cartas, claro, les agrega un dibujo propio, actualizando el tema del grabado original. El resultado es notable, presenta a un Amengual en plena forma y revela la poderosa actualidad de la obra de Goya, pese a los siglos transcurridos. “Me interesaba trabajar con Goya porque fui capturado por sus dibujos y después por los grabados”, explica Amengual. “Era un dibujante absolutamente sensacional y absolutamente desconocido por sus dibujos, había muy pocos dando vueltas, aunque ahora para celebrar los 200 años del Museo del Prado inauguraron una muestra de ellos”.

Sobre los Caprichos, que puntualmente inspiraron el libro, Amengual afirma que “las observaciones que yo obtenía de esas caricaturas, de esas sátiras, me hacían sentir que el tipo me hablaba de cosas que me pasaban a mí ahora”. Además, el cordobés observa que viéndolos descubrió que podía distintguir dos dimensiones en la obra de Goya. Una obra pictórica a requerimiento del mercado, y otra más personal, que guardó para imprimir en sus dibujos y grabados su opinión del mundo. “Y lo hizo desde un panorama que quizás le permitió hacerlo: agarró la modernidad que trajeron los Borbones, fue un ilustrado sin dejar de ser español”.

“Estuve horas en el Prado viendo grabado por grabado y en algún momento me apareció eso que es la base de este libro: que Goya estaba vivo. Y si hay un tipo que no conozco pero me interesa y está vivo, lo que tengo que hacer es escribirle cartas, tratar de comunicarme. Alguien me dijo que lo convertí en un interlocutor interno. Con lo cual dialogo sobre dos realidades que, de alguna manera distintes en lo temporal, siguen teniendo reflejos parecidos”, plantea.

Para Amengual, poco cambió desde los días de Goya. “Cambió en lo técnico, en la medicina quizás, pero en lo esencial, en la piedad, en la deslealtad, el maltrato a las mujeres, las dificultades para laburar, en inventar brujas, ahora fake news, y todo eso... seguimos igual”, lamenta. Por eso sus cartas tienen dardos en los que cualquier argentino reconocerá retazos de la historia reciente del país. Por eso Amengual tampoco se metió con la serie completa de Caprichos, sino que los eligió –si se quiere- caprichosamente. Aquellos con los que mejor podía dialogar y traer al presente. “Hay poco de nocturnidad, por ejemplo, porque no me gustaba lo que estaba escribiendo con eso”, reconoce.

Aunque no es escritor de oficio, sus cartas son intensas y precisas. “Me costó mucho escribir, encontrarle el tono”, confiesa. “Pensé ‘voy a escribir como hablo’, ¿y cómo hablo? ¡Como la miércoles! Si en mi casa se hablaba piamontés, mi papá me decía cosas en vasco, era la pampa gringa”, rememora. “Entonces decidí escribir con toda la claridad que pueda pero sin privarme de usar términos ni cosas y si tengo que putear, putearé porque le escribo la carta a un amigo”.

“Al final el libro es una declaración de principios, pero fue algo de lo que me di cuenta al final porque nunca hice reflexiones sobre el género carta”, comenta. “Cuando lo terminé me agarró pánico escénico, porque ¿y si escribí pelotudeces? ¿Y si esto es el lloro de un viejo de la pequeña burguesía de provincia, agnóstico, marxista y cuatro o cinco cosas más? Lo resolví diciendo que en última instancia, esto soy yo, es un libro para celebrar mis ochenta años, acá están mis experiencias, lo que me parece bien y lo que me parece mal. Tampoco soy tan importante”.