Estar de vacaciones en familia puede ser maravilloso pero muchos no dejan de percibir que también puede ser una experiencia con un tinte monstruoso. Y quizás las dos cosas al mismo tiempo. Una familia de vacaciones con chicos en edades que van de los 13 a los 17, una familia tipo como le dicen, personas unidas no por el azar sino por lazos de consanguineidad, cuando se trata de sangre la cosa suele ser potente, por la significancia, por la diversidad de vínculos. Por un lado tenemos vínculos de matrimonio (o concubinato) en este caso casi cumpliendo los veinte años, por otro lado vínculos de filiación, hijos adolescentes en la época donde al adolescente se lo reconoce por estar siempre con el celular en la mano, en el oído, en la cama, en los ojos y padres de esos hijos adolescentes, desesperados por esa insospechable cantidad de tiempo que pasan metidos en sus celulares y de energía ambivalente e intensa que desatan cuando levantan sus miradas de sus acompañantes tecnológicos. Esta experiencia tipo Gran Hermano es recomendable hacerla de vacaciones, lejos de gente con quienes tratamos todos los días, con todo el tiempo del mundo para intentar no sólo pasarla bien sino no suicidarse o matar al otro en el intento.
Una familia en vacaciones es una experiencia de laboratorio, límite: permanecer durante más de una semana juntos, un amoroso martirio. Algunos podrán pensar que no se trata de una monstruosidad, que llegar a compartir unas vacaciones en familia es un verdadero acto de amor. Las vacaciones tiran abajo rápidamente esa idealización pueril. El amor no es rosa sino turbio y los deseos ambivalentes dentro de una familia son tan intensos como sin escapatoria.
Se trata de una familia que funciona, funcional. ¿Por qué pensar que una familia funciona y quizás otra familia no? La psicología ha estudiado el tema de las familias funcionales y las disfuncionales, veremos qué pensamos de cada uno de ellas pero una familia funcional es la que logra sortear unas vacaciones preferentemente de menos de diez días porque sería lo máximo soportable para esta experiencia límite. Una familia que funciona es fácilmente reconocible: los cuatro tienen hambre al mismo tiempo, los cuatro sienten deseos de ir al baño el mismo día, los cuatro quieren salir rajando al mismo tiempo. Cada uno con su nivel de insoportabilidad al mango.
El, el padre de familia, pasando los cincuenta, con una enorme exigencia de hacer todo lo que tiene ganas en el único momento que tiene en el año de ser feliz. Que pase los cincuenta no es un tema menor, quiere probar todo el tiempo que todavía puede, entonces inyecta a los días de vacaciones un nivel de actividad rayano en lo hiperkinético, obliga a la familia a caminar a pleno sol durante 23 kilómetros para llegar al refugio de montaña caminando diez horas seguidas, transpirando, sin agua, en el paisaje natural más bello que la naturaleza ha sido capaz de construir en miles de años.
Ella, llegando a los cincuenta intentando no volverse loca; se trata de la madre, por un lado con la infatigable tarea de cuidar a sus hijos del padre, tanto como de ellos mismos que no saben buscarse ni un calzoncillo dentro de la valija, y tratando de ponerles protector solar para protegerlos de los tábanos que los persiguen. Nadie, salvo una mujer llegando a los cincuenta, sabe lo difícil que es este momento biográfico: la carne se cae pero mucho menos que el deseo de seguir atada a esa tiranía familiar, a esa deflación del deseo que muchas veces se identifica con la depresión y a las ganas de salir corriendo. Una edad donde los ataques de pánico no son tan usuales como la retracción de encías, las ganas de hacerse un botox en toda la cara, y las ganas de ponerle veneno a la comida del marido.
El hijo adolescente de 17 que no deja un minuto el celular tiene que definir su futuro en este momento, apenas puede hablar y decir algo de lo insoportable de estar viviendo una experiencia tan inaguantable como ir de vacaciones con sus padres a esa edad, en la cual la podría estar pasando tan bien con amigos y amigas.
El otro hijo adolescente de 13 años, una edad ideal para vengarse de todo lo que te hicieron durante la infancia, comenzás a demostrarles a tus padres que te creían un débil mental que serás vos quien les dars la comida en la boca y que serás vos quien conduzca sus sillas de ruedas y quienes los deje sin frenos en alguna bajada de montaña para morir en el paisaje más bonito que ser humano ha mirado en este cruel planeta.
Cualquiera se estaría preguntando la diferencia entre una familia que funciona y otra familia que no. Y podría llegar a pensar que si ésta es una familia que funciona lo que sería una familia que no funciona. Una familia disfuncional es todo esto pero sin ese rasgo de amor, de enorme ambivalencia que siente cada uno de sus miembros por los otros. Un momento lo querés matar y al siguiente lo tocás para sentir que está vivo. Esa enorme sensación de que si no estuvieran juntos, se podría vivir pero otro mundo sería en el que estarían respirando.
Pocos pueden comprender esto salvo los que están de vacaciones en familia, pero aun para ellos es complicado pues vivimos en una época donde está aconteciendo la disolución de la familia matrimonial, patriarcal, heterosexual y que además, como clase media, deberían agregar los cuestionamientos de que son casi los únicos que pueden irse de vacaciones en esta situación de crisis y que también son los únicos que están conscientes de su propia agonía. Es una experiencia desgarradora pero muy recomendable para sentir que si pasamos las vacaciones, debemos honrar la vida.
Dicen que un relato se comienza por el principio pero ¿cuál es el principio de una familia? Cuando él y ella, los padres, se encuentran, podría ser una fácil respuesta pero ambos se eligieron cerca de los treinta años y ya habían tenido sus múltiples fracasos amorosos y quizás fue por ellos que se encuentran. Entonces tendríamos que hablar de sus fracasos amorosos para empezar el relato o quizás deberíamos contar de dónde vienen y cómo fueron sus familias de origen y sobre todo cómo se llevaban sus padres en el tortuoso camino de la vida matrimonial. Lo que se puede decir de este matrimonio es que ambos vienen de padres separados, entonces si luego de veinte años todavía están juntos merece un estudio de novela de investigación psicológica, deberíamos resucitar a Dostoiesvsky para que lo escribiera. (No creo que le interese porque en general ha retratado familias uniparentales, donde hay un padre preferentemente ausente o venido a menos y madres ampulosas en su tragicomedia que vuelven la vida de sus hijos un insoportable destino de homicidas, mártires, jugadores, enfermos mentales, ruines).
La familia es siempre la familia del otro, la familia donde hemos nacido y finalmente pocos escapamos al destino de armar nuestra vida para intentar responderle a alguno de nuestros padres, muerto por lo general años antes pero que intentamos obcecadamente que mire desde donde se encuentra que nosotros pudimos hacer algo que él o ella en vida no pudieron. Esto que sencillamente se llama neurosis es lo que también sencillamente se llama amor. Quizás ésta sea unade las paradojas más lacerantes del ser humano, el amor más cotidiano está lleno de muertos, desafíos, demostraciones y cuestiones difícilmente comprensibles para alguien que no siente un peso enorme a la altura del corazón y las tripas. El sentido y el amor están hecho de lo que a su vez nos hizo, y es tan difícil de desmenuzar las junturas que mejor no pensar en ordenar el relato porque nos perdemos y olvidamos a esa familia que ya está de vacaciones atravesando los días de vuelta, que son los más difíciles dentro de lo difícil. El tiempo frágil de la vuelta a la rutina es el talón de Aquiles, la encrucijada, el despeñadero donde todo puede explotar por los aires.
Es necesario como en cualquier relato avisar que no se va a espoiliar el final de las vacaciones de esta familia, primero que no sería un relato apto para menores de dieciocho años, conviene que sigan viendo algún canal de youtube, tampoco sería apto para usted, quizás aún no ha salido de vacaciones y no tiene sentido que siga leyendo estas líneas, porque saber el final como en la vida le saca el gusto a la cosa, saber el final es no dejar lo más lindo de esta experiencia que es su singularidad, cada uno hace lo que puede con la vida familiar. Más allá de que algunos contarán lo fantástico del viaje, otros se jurarán que ésta será la última vez, todes han atravesado un experiencia que a ninguno ha dejado igual, quizás eso sea simplemente la vida, dejar marcas del lugar donde hemos vivido y de nuestro deseo que intenta siempre reconocernos otra cosa de lo que hemos sido y de dónde hemos estado.
* Psicoanalista y escritor.