EEUU extiende su poder mortífero por todo el mundo. El asesinato a distancia del líder iraní Qasem Soleimani estremece por su precisión y sangre fría. Debió ser antecedido por una declaración de guerra, ya que eso era. Pero USA no declara guerras desde 1941, directamente las hace. Además, para protegerse de él, está en guerra con todo el mundo. Nunca un imperio llegó a tanto en la historia humana. Sucede que el avance de la técnica está al servicio de la guerra. El capitalismo, como nunca, se desarrolla por medio de la guerra y eso que hace tiempo lleva el nombre de imperialismo está más vigente que nunca. Para colmo, el imperio tiene un presidente que es un matón, un pendenciero compulsivo. Que tiene como gran objetivo nacional tener activa su industria de la guerra. Nada podrá frenar a Trump. Los demócratas y su impeachment son patéticos. Trump será reelecto porque la mayoría silenciosa norteamericana lo necesita para vivir con tranquilidad. El pueblo norteamericano le tiene miedo al mundo. Tiene que conjurar ese miedo. Sencillamente sometiéndolo. Así, Trump es el matón de Occidente. Se meterá donde sea necesario para tener lo que quiere y necesita.
El asesinato de Soleimani es un hecho demencial, casi increíble. Vivimos en un mundo sin reglas, sujeto al arbitrio del matón de turno. La muerte reina y los organismos internacionales callan. Para colmo, y como si fuera lo correcto, Irán contesta el atentado. Y ya estamos en guerra o a las puertas de ella, como nos hemos acostumbrado a vivir.
Almagro, el hombre del imperio en la OEA, se reúne con el chileno Piñera y lo felicita por su lucha contra los manifestantes, lucha que lleva más de veinte muertos y miles de heridos, muchos de ellos ciegos por la brutal precisión de los carabineros al apuntar a los ojos. El golpe en Bolivia se está diluyendo y aún nada se clarifica. La autoproclamada Añez sigue en su sitio y nada parece perturbarla. Prometió elecciones pero la fecha se puede estirar con distancia incierta. Y Bolsonaro se coloca a la derecha de sus militares. Elogia el crimen de Trump con una vocación de servilismo que es la que él quiere tener, ya que obligado no está. Y en Venezuela el aventurero Juan Guaidó se trepa a una reja para entrar a la Asamblea Nacional y ser proclamado otra vez. Un absurdo.
En medio de este panorama desalentador llega Alberto Fernández a su primer mes de gobierno. Parece que el país está más difícil de lo que se esperaba. Y eso que se esperaba mucho. Pero acaso lo que menos se esperaba es la beligerancia que muestra la oposición. Hay, en la política argentina, dos caras diferenciadas. Una es la de un gobierno que busca dialogar. Otra es la de una oposición que dispara con munición gruesa. Los señores de la tierra ya salieron a las rutas. Van con sus tractores, sus 4x4 y enarbolan banderas argentinas. Porque ellos, piensan, son la patria. Los respaldan los medios gráficos hegemónicos y los viejos adeptos periodistas de la tevé y las radios. No ha panquequeado ninguno. Esto es grave porque significa que siguen creyendo que el poder no ha cambiado de lugar. Y si eso es así habrá que luchar mucho todavía. Las ratas –como se pensaba- no abandonaron el barco macrista. Siguen ahí porque ahí siguen encontrando la buena y cara comida que necesitan y a la que están acostumbrados. Alberto ya sabe que no se puede gobernar para todos ni con todos. Se lo hacen saber también, cotidianamente, sus belicosos opositores. El horizonte está abierto y –como siempre- tramado por los conflictos.