Desde el 10 de diciembre pasado hay nuevo gobierno. Las prioridades son otras. La mirada está puesta en los pobres, en los sectores más vulnerables de la sociedad. Se modifican los lineamientos de la política económica en función de la reactivación y el trabajo. La producción, la economía popular, entre otros temas, cobran fuerza no solo en el discurso oficial sino que, fundamentalmente, se expresan en las decisiones que se adoptan. Alberto Fernández ejerce en plenitud su condición de máxima autoridad del país, contradiciendo pronósticos agoreros que decían lo contrario. Los derechos de la mujer tiene prioridad efectiva. No hay apenas gestos, escenas armadas para la televisión, sino situaciones palpables a partir de decisiones de gestión y del compromiso directo, personal y comprometido de los funcionarios. En los equipos de gobierno hay diferencias, pero nadie las oculta porque la determinación es asumir la diversidad como una riqueza.
Todo lo anterior es parte de lo que se puede observar a simple vista, a pesar del velo que las grandes corporaciones mediáticas intentan imponer filtrando con su propia perspectiva la información. Porque no solo se opina cuando se editorializa, sino primaria y esencialmente cuando se elige qué noticia brindar y cuál descartar o enviar al lugar menos visible de la página menos visitada o al horario de noticiero con menor nivel de audiencia.
Para alguien que solo se acerque a la nueva realidad argentina desde la ventana de los medios de comunicación que responden a las grandes corporaciones, con La Nación y Clarín como galeones que encabezan la armada mediática, nada o muy poco ha cambiado en la Argentina desde el 10 de diciembre. Se reconoce apenas que hoy son otros los ocupan los lugares de gestión de gobierno porque fueron elegidos democráticamente. Pero cuestionan e intentan deslegitimar su poder real con la selección noticiosa, con los editoriales, con los titulares favorables a los mismos grupos de poder a los que han venido sirviendo (se habla "del campo" para representar apenas a una minoría de grandes productores; de "los empresarios", una categoría en la que nunca suelen entrar las pymes, solo para dar algún ejemplo).
Quien no asista y participe de la cotidianeidad y apenas se informe a través de los medios que dependen de las corporaciones "todo está mal" o "estará peor" a pesar de los aumentos de salarios y de jubilaciones; Cristina Fernández gobierna tras bambalinas aunque la evidencia diga que Alberto Fernández ejerce la presidencia a total plenitud; Axel
Kicillof es apenas un joven caprichoso que desde la gobernación de Buenos Aires deja en evidencia su "comunismo" residual; los "tractorazos" protagonizados por un puñado de productores agropecuarios merecen la tapa de los galeones mediáticos que nunca le "regalan" un espacio a la agroecología, los agricultores familiares o las cooperativas. Los aumentos de precios actuales ya son consecuencia de la política económica del nuevo gobierno, sin responsabilidad para sus antecesores. Para las mismas fuentes el sindicalismo está en desacuerdo con las medidas del gobierno y, como en otros frentes, "ya se notan las disidencias y contradicciones" debido a la "kirchnerización" de Alberto Fernández.
El "terrorista" Moisés Rabbani dice la verdad y es creíble cuando afirma que "a Nisman lo mataron" pero miente cuando niega la participación de Irán en el vil atentado contra la mutual judía. Es la doble vara permanente para medir los acontecimientos. Antes y ahora. Pero siempre situados en el mismo lugar de presuntos árbitros del poder y constructores de su relato. Por supuesto: ¡nada que ver con el "periodismo militante" que denunciaron durante tanto tiempo! Es apenas "ejercicio profesional" del "periodismo independiente".
Sin perder de vista que para Juan José Sebreli, una de las voces intelectuales del macrismo largamente reproducida por los medios afines a la hoy oposición, profetiza que "el peronismo va a desaparecer porque no hay cosa que dure cien años".
Como se puede ver, nada cambió para los dueños del poder mediático. Porque siguen apuntando contra la misma dirigencia política, la que antes estaba en la oposición y ahora en el gobierno. Porque siguen siendo aliados y voceros de los grupos de poder de los que ellos mismos participan y de cuyas ganancias se sirven. Son ellos los que creen que pueden decidir entre lo "bueno" y lo "malo" para el país, porque consideran que, más allá de los resultados que arroja la democracia, continúan ellos mismos siendo únicos poseedores de la verdad.
A la vista está: nada cambió para quienes intentan relatar la historia y hacer información solo desde su intereses o para favorecer a sus aliados. Y, sin embargo, y gracias a la democracia, el cambio está en marcha.