El filósofo italiano Andrea Cavalletti, discípulo de Giorgio Agamben, se sumerge en un concepto que a través del tiempo fue recurrente en la historia del arte y del pensamiento: el vértigo. El inquietante prólogo marca el inicio de una exploración en la que ya se advierte su método, un lúcido montaje de citas enlazadas según el tema que está focalizando, a fin de nombrar “con exactitud la tendencia a perseguir lo que más se teme o a realizar el gesto que no se debería realizar; a ceder resistiendo o a llamar acción a la pasividad”, en definitiva, la sensación de vértigo. Como según Cavalletti, “las ficciones atraviesan lo real”, irrumpe en el primer capítulo la famosa película de Alfred Hitchcock estrenada en 1958, basada en la novela de dos escritores franceses de policiales -que firmaban como Boileau-Narcejac y se llamaban Pierre Boileau y Pierre Ayreaud- titulada Sueurs Froids (Sudores fríos) conocida también como D´ Entre Les Morts (De Entre los Muertos). Cavalletti mezcla los nombres de los personajes (Scottie, Elster, Carlota Valdés del film, con Flavières, Gévigne y Pauline Lagerlac, de la novela, y los lugares, San Francisco y París, respectivamente) mientras que Madelaine permanece en los dos casos. Recurren en el ensayo observaciones e hipótesis sobre ambas obras, incluyendo a los actores de la película: James Stewart y Kim Novak y sobre todo al director.
Los recursos cinematográficos para lograr el “efecto vértigo” lo explica el propio Hitchcock a François Truffaut: usar el carro de filmación (dolly) y el zoom en forma simultánea para componer la imagen del mareo, el miedo y la excitación. A partir de esto van desgranándose referencias filosóficas, médicas, literarias y cinematográficas (La Mettrie, Poe, Montaigne, Leibnitz, Kant, Locke, Herz, Goethe, Goethe, Hume a los que se suman muchos otros) girando en torno de la pregunta: ¿qué es el vértigo? ante lo cual “un torbellino de respuestas, podría observarse, todas suspendidas y agitadas en torno a su carencia”. Es esta la que mueve las constantes indagaciones: razón e imaginación participan en esa sensación de vacío que produce temor, pero que al mismo tiempo atrae irresistiblemente. Cavalletti busca sondear la constitución de la subjetividad, las relaciones intersubjetivas, el problema de la identidad y la dimensión social y política que se vinculan con el espinoso término.
Estudiado como anomalía corporal o psicológica, el vértigo va más allá del trastorno psicofísico para expandir sus sentidos hacia, por ejemplo, fenómenos de vértigo colectivo como aquel del que quiere apartarse Simone Weil en 1934, producido por la máquina social, que “fabrica”, dice la filósofa francesa, “inconciencia, estupidez, apatía y, sobre todo vértigo”. El riguroso rastreo puede remitir a Marx y Engels, pero también a antisemitas como Otto Glagau y Emil Richter, lo que permite ver que un “vértigo racista” se producía imaginariamente para convertirse en vértigo real.
El cine aparece entonces como posibilidad de restituir el movimiento vertiginoso al plano imaginario (se nombran aquí a Eisenstein, Herz, Epstein, Merleau Ponty y Foucault). En el plano psicoanalítico cita Inhibición, síntoma y angustia de Freud, cuando habla de la pulsión masoquista en las fobias a la altura. Entre la falta de palabra y el hablar de lo que calla, compara, Foucault mediante, a Freud con Lacan quien llevaría el fondo del abismo a la superficie. Sin embargo, el vértigo sigue y se advierte también en la dinámica del análisis, por la sensación de mareo que siente el paciente al terminar la sesión, al pasar del plano de la ficción (es decir, la narración construida por el paciente) a la cotidianeidad. En el segundo capítulo, aparece un concepto que se mantendrá a lo largo del libro: el de habitus comenzando por Husserl (la totalidad de lo retenido por mi flujo de pensamiento, o sea al conjunto de lo que poseo). Husserl tiene un destacado lugar, en tanto se van exponiendo sus teorías siempre, según el método de Cavalletti, interferidas, asociadas o confrontadas con las de otros pensadores (Heidegger, Kierkegaard, Lévinas, Sartre), y especial atención a Robert Klein (ensayista rumano exiliado en Francia, autor de estudios Renacimiento, arte, filosofía y literatura, varios de ellos disponibles en castellano en La forma y lo inteligible. Escritos sobre el Renacimiento y el arte moderno). En el cotejo de posturas, se sostiene que el habitus exige un pasaje turbulento a través de la alteridad, verme –a mí mismo- a través de los ojos del otro, entre un aquí y un allí: para ser yo mi aquí, debo estar allí, el vacío entonces se torna un aquí que convoca aunque esté allí y la tentación de alcanzar la identidad, de estar en ese aquí es esencial al vértigo. La identificación que se produce con el otro que no está, que es una ausencia presentificada muestra la escisión del yo tensado entre el aquí y el allí, entre la mismidad y la otredad y lleva a pensar en la importancia de la intersubjetividad, la relación entre sujetos para constituirse como tales.
Según Cavalletti “el intento de aprehender el ser puede reemplazarse por la técnica que permite aprehender el vértigo”, vuelve a citar a Klein en sus aportes acerca de la relación entre regla y libertad, entre rutina e invención genial, donde cabe hablar de Aristóteles y de la lectura que hace de él el barroco (el manierismo) cuando al mostrar el artificio logra integrar lo aleatorio y lo necesario y posibilita posteriores desarrollos como la irrupción del azar o la llegada al núcleo de la necesidad a través de lo arbitrario (Flaubert, Mallarmé, Juan Gris). También siguiendo a Klein, Cavalleti apunta que el arte es afín a la risa, porque produce, con la complicidad del otro, un efecto de irrealidad al tiempo que ese efecto no es una reflexión sobre sí sino la aprehensión de la técnica en el mismo momento en que se produce como efecto y revela así la seriedad del artificio y se logra la relación intersubjetiva. El cine como técnica de la intersubjetividad está en el artificio que le permite a Hitchcock lograr el efecto-vértigo. En el postfacio del libro y discutiendo a Hegel, Cavalletti afirma que aquella técnica que fija el vértigo y se devela a sí misma no es la del falso discurso que promueve el hedonismo, la seguridad, el temor, la negación de la muerte, sino la operación “artística” (el vértigo generado y consciente) que permite salir “del engaño barato” de los dispositivos del poder. O sea, según Benjamin “la tendencia justa de la política es una tendencia justa de la técnica”.