Las únicas veces que Mauricio Macri visitó un sitio de la memoria lo hizo forzado por mandatarios extranjeros con los que quería congraciarse, como el ex presidente de Estados Unidos, Barak Obama; el de Francia, Francois Hollande; de Italia, Sergio Mattarella, y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. “Ustedes prestigian a la Argentina”, les dijo ayer, en cambio, Alberto Fernández a los representantes de los organismos de derechos humanos que recibió en la Casa Rosada.
Si Macri --que trató de desprestigiar a los organismos de derechos humanos-- estuvo obligado a visitar el Parque de la Memoria porque se lo pedían los visitantes, quiere decir que la frase de Alberto Fernández tiene mucho fundamento.
Pocos días después que Macri asumió, los organismos de derechos humanos le enviaron una carta para solicitar un encuentro, igual que ayer. Y a diferencia de lo que sucedió ayer, el ex presidente los mandó por un tubo: les respondió que tenía la agenda ocupada y los derivó al jefe de Gabinete, Marcos Peña.
Son dos actitudes opuestas frente al mismo tema. Cuando venían de visita, mandatarios de las grandes potencias, legisladores y ministros de países de todo el mundo se mostraban interesados en conocer el Parque de la Memoria. Y el empresario presidente local ni lo conocía, nunca se había dignado, siquiera por curiosidad, en darse una vuelta.
La primera vez en su vida que visitó al Parque de la Memoria fue porque Obama se lo pidió. Su secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, fue el ejecutor de ese desinterés en el tema durante el gobierno neoliberal de Cambiemos.
Hubo una generación que creció horrorizada por el Holocausto judío y las aberraciones cometidas por Hitler. Las generaciones posteriores a los años '80, en todo el mundo, se horrorizaron con las atrocidades cometidas por las dictaduras del Cono Sur.
Videla, Massera y Pinochet personificaron el mal en el mundo para esas generaciones. Las Madres de Plaza de Mayo y las Abuelas fueron tomadas como la contracara, expresión de la lucha por un mundo civilizado por la vigencia de los derechos humanos. Resultaría una contradicción o una impostura que personas que denuncian el Holocausto no reaccionaran igual ante los horrores de las dictaduras latinoamericanas.
En el país no se tiene consciencia de la fuerza con que se proyectó hacia el mundo la lucha de los organismos argentinos de Derechos Humanos. Cuando una ministra de Suecia, o un presidente norteamericano visitan el Parque de la Memoria para hacer un homenaje a los desaparecidos, además del respeto que seguramente profesan, también les interesa enviar un mensaje a los ciudadanos de sus países. Puede ser de Estados Unidos, Alemania o España, pero también de Venezuela, de Rusia o de Cuba.
Para ellos, esa foto tendrá una carga simbólica en sus países porque la lucha por los derechos humanos violados durante la dictadura impregnó esas sociedades, son temas conocidos, referenciales en una cuestión fundamental.
Cada vez que militares argentinos defienden a represores, cada vez que se manifiestan en un reclamo corporativo contra los juicios y a favor de los condenados por delitos de lesa humanidad, se ponen en el lugar más desprestigiado. Y no por una cuestión técnica o profesional.
Es un lugar de desprecio y repugnancia ética y moral por parte de la comunidad mundial representada por las multitudes que observan a esos mandatarios, ministros y legisladores de todo el planeta que han pasado por el Parque de la Memoria o que pasarán el día que visiten el país.
Macri se llevó una sorpresa cuando esos visitantes se interesaban por algo que estaba en su país y que él trataba de minimizar y relativizar. Tuvo que atenuar su impulso inicial de instalar la teoría de los dos demonios y poner en libertad “por razones humanitarias” a los represores condenados.
Para las fuerzas armadas, sobre todo, el proceso de abandonar esa defensa corporativa a los represores ha sido muy lento y, todavía en la actualidad, es un tema que provoca en amplias franjas castrenses solidaridad con personajes que para el mundo y la mayoría del país representan el mal o lo peor de la condición humana.
Ya pasaron a retiro prácticamente todas las generaciones de oficiales y suboficiales que fueron contemporáneos a la dictadura. Y como la problemática persiste en el interior de los cuerpos armados, estas generaciones que no tuvieron nada que ver, se hacen cargo de la suciedad que dejaron sus predecesores, con lo que producen un enorme daño institucional y se ponen a contrapelo del camino que muy mayoritariamente eligieron los argentinos desde la salida de la dictadura.
Si alguna vez creyeron que había algo para discutir, eso ya se terminó. La condena social se formuló y es terminante: cadena perpetua en la memoria de la humanidad. Se hacen películas en el mundo con villanos que emulan a Videla, Massera o Pinochet. Se escriben libros en todos los idiomas donde los protagonistas se referencian o mencionan a las Madres de Plaza de Mayo. Ese “prestigio internacional” es equivalente al enorme desprestigio que produce un militar o un civil cuando defiende a los represores.