Durante la lectura del discurso de apertura de las sesiones del Congreso realizada hace unos días, el presidente Mauricio Macri pocas veces se apartó del texto, como solían hacerlo a menudo algunos de sus predecesores en el cargo, cuya oratoria y talento para la improvisación les permitía despegarse de lo escrito para dar lugar a la creatividad elocuente. Pensamos, por ejemplo, en Raúl Alfonsín o Cristina Fernández de Kirchner.
Macri, que carece de toda aptitud no sólo para la elocuencia sino incluso para la argumentación más elemental, se ve obligado por ello a repetir, mecánicamente, lo que un texto seguramente escrito por otro dice.
Sin embargo, hubo un momento donde tomó ese atajo. Fue cuando, ante los gritos de algunos diputados de la oposición que, al escuchar que hablaba de "cuidar a los docentes", le reclamaron que cuidara a Roberto Baradel, el dirigente del Suteba reiteradamente amenazado por llevar adelante la lucha por la realización de la paritaria docente nacional establecida por ley de ese mismo congreso, el Presidente respondió, saliéndose del texto escrito: "Baradel no necesita que nadie lo cuide". Una salva de aplausos del oficialismo aprobó alegremente la frase, lo que despertó una incontenible sonrisa de satisfacción en el rostro presidencial, contrastando con el semblante grave y adusto exhibido a lo largo de su alocución.
¿Por qué dijo el Presidente que Baradel no necesitaba ser cuidado, cuando es público y notorio que ha sido víctima de amenazas? Lo dijo porque el oficialismo pretende instalar una imagen negativa, nociva, de la lucha docente y de sus líderes, con el fin de que la sociedad los repruebe. Y porque además, basado en las prescripciones del ideólogo Durán Barba, se propone instalar lo que ahora se llama una post‑verdad ‑es decir, no una apreciación de hechos objetivos sino tan sólo un conjunto de opiniones o creencias en torno a ellos‑ según la cual Baradel no necesita ser cuidado porque en realidad somos los demás los que deberíamos cuidarnos de él.
Esa frase siniestra pronunciada por el presidente, evocó de inmediato ‑para todos aquellos que tienen memoria de lo que representó la última dictadura cívico‑militar‑ lo peor del terrorismo de estado. Porque ese terrorismo, practicado de manera descarnada por los genocidas de entonces, se basaba en un aparato propagandístico que presentaba a los luchadores populares como villanos, enemigos sociales o subversivos apátridas, a los que había que perseguir hasta lograr exterminarlos. Y de ese modo apresaron, torturaron y asesinaron no sólo a militantes de las organizaciones armadas revolucionarias, sino a infinidad de dirigentes políticos y sindicales a lo largo y ancho del país. Entre ellos, a inolvidables docentes militantes de nuestra ciudad, como Luis Eduardo Lezcano o Raúl García, cuyos rostros, junto con los de otros docentes desaparecidos, nos siguen mirando, de forma ejemplar, desde el edificio de Amsafé Rosario.
Esos rostros, sin ninguna duda, anticipan y guían la lucha docente y gremial de nuestros días. Y por ello el oficialismo recurre al negacionismo histórico, intentando desmentir la verdad del genocidio. Así, todo un dispositivo discursivo se desplegó en los últimos tiempos, poniendo en cuestión el número de treinta mil desparecidos ‑como si el crimen de las desapariciones debiera ser juzgado en función de su número‑, la probidad y honradez de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, e incluso la validez del pensamiento crítico. De ese modo, Roberto Baradel sería la encarnación misma de ese universo satánico al que hay que demonizar y combatir.
Pero en lo medular, esencial, de su gestión de gobierno, al oficialismo no le interesa de veras entrar en esos debates. Prefiere borrar la Historia y reemplazarla en los billetes nacionales por inofensivos animalitos. Esa es la verdadera política de la memoria de Cambiemos: borrar el pasado, anular las enseñanzas que de él pueden extraerse y apelar a la desmemoria (la única memoria que parece contar para Cambiemos es la inmediata y de corto plazo, aquella que habla siempre de la pesada herencia).
Por eso, con motivo del paro nacional que desarrollan la totalidad de los sindicatos docentes el 6 y 7 de marzo, resulta indispensable recordar estas cuestiones fundamentales. Su lucha es justa, y además decisiva, porque si triunfa abrirá el camino a las paritarias de los otros gremios para exigir las recomposiciones salariares que corresponden. Y por esas mismas razones el gobierno se empeña en quebrarla, apelando a los mismos métodos del terrorismo de estado.
Es por ello que todos los que pertenecemos al campo popular debemos participar, si somos docentes, de esta batalla decisiva, y acompañarla desde el resto de los oficios y profesiones que desempeñamos, bajo una consigna que la sintetiza: TODOS SOMOS BARADEL.