Autora de novelas y libros de ensayo, docente e investigadora, Elsa Drucaroff (Buenos Aires, 1957) publicó a fines del año pasado su primer libro de narrativa breve. Se puede decir que la espera valió la pena: en Checkpoint, que reúne cuatro cuentos y dos protonouvelles, ningún relato defrauda. Ceñidas o ditirámbicas, de suspenso o volcadas al oscuro pasado de la Argentina, desde el inicio las historias ceden la voz (y si no es la voz prestan un grado de cercanía por implantación) a personajes que, sin saberlo, experimentan diversas metamorfosis. Cambios de estado perceptivo, civil, geográfico, sentimental ondulan en la superficie de los textos, sólo en apariencia un agua mansa. Todas las protagonistas son mujeres: una niña que aprende a desobedecer fingiendo, una adolescente que reniega de su clase de pertenencia, una madre que trafica premios y castigos por medio de su único hijo.

Desde el impactante primer cuento, “Anteúltima cita”, que recrea la tragedia de Cromañón de manera siniestra, hasta “Pájaros contra el vidrio”, el extenso relato final que homenajea al Stephen King de los hoteles embrujados, Checkpoint es fruto de una maduración no sólo en el arte de la escritura sino también en el de la reflexión sobre escrituras ajenas. El cuento emblemático de esta conjunción es “Reunión con todos”, que narra sin explicitaciones la jornada del 25 de junio de 1978, cuando el seleccionado argentino de fútbol venció al equipo de Holanda. En ese cuento, un grupo de estudiantes de un profesorado de Castellano, Literatura y Latín resiste la presión social del festejo y se cita en una casona del conurbano para estudiar latín. Luego de ajustar cuentas con las multitudes eufóricas y el Clemente mundialista de Caloi, el grupo se concentra en los ejercicios sugeridos por la profesora Royo: “Alguno consultaba algo aislado, o murmuraba un ‘ah, claro’, o recitaba en susurros un paradigma para ver en cuál encajaba el caso que tenía que identificar. ‘Terminé’, iban avisándose. Después controlaban entre todos el análisis y la traducción”. La ficción desencaja y vuelve inestables los paradigmas que la realidad intenta imponer por la fuerza.

“No soy programática cuando escribo literatura –dice Drucaroff-. No pienso como crítica, aunque también lo sea. No intento ejemplificar con mis cuentos o novelas las lecturas que propongo para la literatura argentina actual. Simplemente hay de pronto una situación, un lugar, una experiencia que estoy viviendo, y me brota algo que podría ser una trama. Entonces siento algo que se inquieta adentro, como si una boya que descansaba sobre el río se moviera. ‘Hay pique’. Estado de alerta”. Esa sensación se transmite a las frases (la unidad de sentido que motoriza las historias) mientras un clima de alarma domina el territorio de las “tramas brotadas”. Un buen ejemplo de este avance textual es “Fiesta en el praivat”, donde una quinceañera comete el error (o acaso cumple un profundo deseo) al disfrazarse de “negrillera”, palabra valija que amalgama “negra” y “guerrillera”. El cuento, que empieza con un ligero toque de inocencia, adquiere de a poco el rigor de una pesadilla.

“¿Que el contexto afecta mis cuentos? ¿Que mis miradas femenina y feminista los condicionan? ¿Que mis experiencias políticas argentinas están presentes? ¡Sí! Pero no porque crea que una literatura debe hablar de todo eso sino porque por ahí van las cosas que mueven la boya sobre mi río. ¿Que todos los cuentos de Checkpoint construyen personajes en situación de acudir a encuentros con otras personas o consigo mismos, donde se ponen a prueba, descubren quiénes son? Sí, pero esa constante no fue programada, la entendí al terminar de escribir”, revela la autora. Ese recorrido incierto hasta un punto de llegada, que va a representar apenas una nueva encrucijada, lo realizan a la vez personajes y lectorxs.

Elsa Drucaroff

Checkpoint

Páginas de Espuma

170 páginas