El pez grande se come al chico. Pero siempre hay un pez más grande. Algo así es la idea de fondo de la saga de novelas del autor estadounidense Steve Alten, quien postula la existencia, en las fosas oceánicas más profundas –insondables como el miedo–, del tiburón más grande de todos los tiempos, el (supuestamente extinto) megalodón, una versión gigante del gran tiburón blanco, con la misma cara de estúpido asesino pero con más de 20 metros de largo. Desde la publicación de su primera novela, Meg, en 1997, el mito del tiburón prehistórico todavía vivo no sólo alimentó su propia saga, que ya lleva siete entregas, sino que el éxito editorial lo llevó a coquetear por años con una adaptación cinematográfica. Que finalmente llegará en 2018, con un action-hero al frente: el calvo inglés Jason El transportador Statham. Jason será el argonauta y chofer de submarinos que irá tras el tiburón paleontológico–mitológico, en lo que promete ser el regreso formal de los escualos al formato tanque de Hollywood (o en realidad, tanque de Hollywood & Beijing, ya que el presupuesto ciento cincuenta veces millonario de Meg proviene de inversores chinos).
No será el primer rol protagónico que pegue el incomprobable gigantón de la familia de los tiburones. Dos películas de horror, Megalodon (2004) y la casi paródica Jurassic Shark (2012) ya habían advertido que, evidentemente, el tamaño sí importa al hablar de tiburones. Sin embargo, ambas estaban sujetas a la tendencia del actual milenio, que tiene al género tiburonero como patrimonio exclusivo del cine clase B, el bajo presupuesto, los mashups con otros monstruos y las producciones bizarras como, sin ir más lejos, el hit Sharknado, que este año estrenará su quinto episodio de escualos voladores.
Sin embargo, “justo” a 42 años del iniciático clásico Tiburón, de Steven Spielberg, Meg sugiere el retorno del pez comehombres al alto perfil. Alten, quien también consiguió estatus de best seller con otra de sus sagas, sobre la civilización maya, está involucrado como guionista en versión cinematográfica de Meg. Y, en diálogo con PáginaI12, anticipa que Meg será la primera parte de una saga: “La primera película estará basada en la primera novela”.
–Cuando escribió la novela original de Meg, ¿ya la imaginaba como una película? ¿Qué debió cambiarle para adaptarla a un guión cinematográfico?
–Sí, desde que empecé a trabajar en los primeros bocetos de la novela, en 1995, siempre la vi como una película. Mi estilo de escritura es muy visual, el lector ve lo que está leyendo. Hace aproximadamente un año reescribí toda la novela, en función de sumarle una precuela, Meg Origins. Pero la precuela no coincidía en su estilo con la novela original... supongo que ahora escribo mejor que hace veinte años. Así que me tomé cuatro meses para reescribir Meg. Cuando llegó la posibilidad de la película, coescribí el guión con la productora Belle Avery, lo que permitió atraer a un estudio de producción chino, Gravity Productions, que resultó clave para financiar la película. La Warner Bros inmediatamente vio una franquicia de mil millones de dólares y entró en el acuerdo. En esa coyuntura, se agregaron nuevos guionistas y el guión evolucionó. La diferencia principal es que los personajes que en la historia original eran japoneses fueron reemplazados por personajes chinos. Y que las escenas de persecución del megalodon se mudaron de los mares de California a aguas asiáticas.
–¿Meg será una superproducción? Es lo que sugiere un presupuesto de 150 millones de dólares y un protagonista estrella, como Jason Statham.
–Siempre he creído que la franquicia Meg será tan grande como las de Star Wars o El Señor de los Anillos. Tener a Jason Statham al frente del elenco es increíble. Soy un gran fan de Jason y él hace un trabajo perfecto como el conductor de mini–submarinos, Jason Taylor.
–¿Qué lección le dejó Tiburón, de Steven Spielberg?
–Tiburón es, sin duda, el punto de referencia. La novela original, de Peter Benchley, fue lo que me llevó a leer más acerca del gran tiburón blanco y, finalmente, a pensar en las primeras ideas que terminarían en Meg. La novela de Benchley y la película de Spielberg se centraron en los tres personajes principales, en las relaciones entre ellos y en sus temores mientras perseguían al gran tiburón blanco. La diferencia es que en Tiburón querían matar al animal, y en Meg quieren capturarlo.
–En los últimos 15 años ha habido decenas de películas de tiburones. ¿Por qué el público ama a los tiburones?
–Nos encantan las historias de tiburones porque tenemos un miedo innato de entrar en el agua, donde no estamos a gusto. Y, claro, odiamos ser comidos por criaturas con dientes muy afilados. Creo que, así como los libros de la saga Meg subieron la apuesta en la industria del entretenimiento sobre la atracción por los monstruos marinos, también lo harán las películas. Los “dinos” del mar son mucho más aterradores que los “dinos” de la tierra. ¿Vio Jurassic World? ¿Cuál es la escena que vale toda la película? Respuesta: la escena del mosasaurio, que es una criatura marina. ¿Y dónde fue escrita esa escena por primera vez? En In The Trench, la secuela de Meg, publicada en 1999. ¡Creo que el equipo de Jurassic World hasta me envió un guiño, cuando deciden alimentar el mosasaurio con... ¡un gran tiburón blanco! Quiero decir, vamos, ¿por qué los entrenadores de Jurassic World alimentan al mosasaurio con una especie rara, protegida e ilegal para capturar, como es el gran tiburón blanco? ¿Por qué no con una ballena, que es más grande, tiene un mayor contenido de grasa y está fácilmente disponible? La respuesta es que un gran tiburón blanco es el primo más pequeño de la época de los megalodones y el parque de Jurassic World intentaba mostrar cuán desagradable era un mosasaurio... Pero, para un megalodón, un mosasaurio era el almuerzo. Recibí cartas de fans muy enojados por eso.
–En los 20 años que pasaron desde la publicación de Meg, ¿ha discutido con científicos su teoría acerca de que los megalodones todavía están vivitos y depredando?
–He hablado con oceanógrafos, sí. Aquí están los hechos. Uno: se ha explorado menos del 5 por ciento de los océanos y apenas el 1% de los abismos marinos. Dos: los científicos siempre están descubriendo nuevas criaturas marinas, incluyendo nuevas especies de tiburones. Tres: se supone que el megalodón desapareció muy recientemente, tal vez hace 100.000 años; el hombre ya estaba por allí y, ciertamente, pudo haber sido comido por uno. Cuatro: los megalodones eran los máximos depredadores de todos los tiempos. ¿Entonces qué pasó? ¿Los afectó la baja en las temperaturas del agua? ¡No! Los megalodones, como los grandes tiburones blancos, son de cuerpo caliente, por el fenómeno de la gigantotermia. ¿Murieron de hambre? ¡No! Había un montón de ballenas para comer. ¿Entonces qué pasó? Pasó que llegaron las orcas. Las orcas cazan en manadas y los megalodones eran solitarios. Veinte orcas podrían matar a un megalodón de 22 metros, pero las orcas salen a respirar y no pueden bucear profundo. Entonces, si usted fuera un megalodón y las aguas poco profundas no fueran seguras, ¿a dónde iría? Profundo, más profundo. Están ahí abajo, bien abajo.
–Salgamos del agua. Su serie El testamento maya fue un best seller, usted en su sitio web ofrece consejos de escritura a nuevos autores, y ha dicho muchas veces cómo Meg le cambió la vida. ¿Qué es, en su opinión, lo mejor de escribir historias?
–La mejor parte de la escritura es, al terminar la historia, sentir que allí hay algo especial que otros van a disfrutar. Creo que la clave para hacerlo bien es conseguir los detalles correctos y hacer la investigación necesaria. El trabajo previo consigue que, luego, el truco funcione.