--Zas, cayó piedra sin llover  --me provoca Osvaldo, el mozo, al verme entrar en el bar. Y enseguida agrega: 

--Usted camina y camina….

--Y al final compra en Sadima --completo yo la frase.

--Ah, qué bien, jefe. Yo sabía que usted no me iba a defraudar, que no era ningún chambón, pero por si las moscas, hice la prueba. A otros les hice sudar la gota gorda con esta preguntita.

--Finishela Osvaldo, ¿acaso no le bastó con la biaba que le pegué el otro día?

--No se agrande pipistrilo, usted se cree que este mozo es una mosquita muerta, pero mejor que frene la sinhueso y haga mutis por el foro.

--Dele Osvaldo, no se sulfure, que es al divino botón. Y baje el tono que se va a alborotar el avispero y algún gil a cuadros, de esos que nunca faltan, se puede poner a llorar la carta. "Usted camina y camina y al final compra en Sadima" fue una propaganda que en los sesenta hizo roncha, y ahora la recordó el presidente cuando presentó a Ginés Gonzalez García, el Ministro de Salud. Fue una presentación simpática que no tuvo nada de acartonada.

--A la marosca, acertó de nuevo. Mi hijo Beto y Luciana, su pareja, no entendían a que se refería Alberto. Los más viejitos nos acordamos, pero los pibes nos toman para el churrete. Usted es de los míos, ningún caído del catre. A nosotros no nos corre ningún cagatintas de los que pululan por ahí.

--Escuche Osvaldo, le voy a levantar la apuesta y espero que no se abatate. Si yo le digo: Casa Muñoz….

--¡Donde un peso vale dos! --casi me interrumpe Osvaldo--. No soy ningún abombado. Y no me achancho con los años. Hay que seguir remando siempre, la quinta del ñato puede esperar un cacho, que no estamos con achaques ni para que vengan a darnos una monserga en contra de la nostalgia. Esas propagandas, a los que andamos por los sesenta añitos, nos siguen alegrando la vida. Eran los días que jugábamos en la calle hasta que se hacía de noche: ¡Punto y coma el que no se escondió se embroma!, y lo que aprendimos cuando éramos chicos no se nos olvida jamás. Un día le voy a jugar una guerra de canciones, a ver si se acuerda las letras de esa época.

--Ahí le gano seguro --contesto--. Yo era la piel de judas, y mi madre ponía música en casa para que me quede piola. ¡Le voy a pegar una felpeada!

--No haga bandera calandraca, ya veremos. Por ahora sigamos con las propagandas. Escuche ésta: Que lindos que son tus dientes/ le dijo la luna al sol…

--...y el sol respondió sonriente/ me los limpió con Odol --me apuro en completar, entonando ese jingle que fue un clásico.

--¡Ah no, usted se las trae periodista! Si me gana me amasijo. Voy a andar como bola sin manija, perder así con un badulaque me preocupa.

--Epa Osvaldo, no me ofenda, que yo no soy ningún tagarna. Ojo con esa lengua viperina suya. No la suelte de más ni me salga con cualquier domingo siete porque voy a pensar que se le aflojó un tornillo. ¡No sea chambón, hombre!

--Bueno, bueno, disculpe, pero usted parece que se las sabe todas y a veces me toma para la chacota. A ver si se acuerda de ésta: Qué refrescante sensación de bienestar…

--La espuma protectora de Kolynos... y se la digo cantando Osvaldo. Seguía sí: Kolynos refresca más mi boca/ protege más mis dientes/ embellece mi sonrisa… Kolynos/ Kolynos/Kolynos. ¡Ni que la estuviera mirando de nuevo por mi tele Zenith de aquellos años! Hasta me acuerdo que había imágenes del Ital Park, o de algún otro parque de diversiones, con un pibe en la calesita. Y todo en blanco y negro, claro.

--Sí, sí, tal cual. Pero una me lleva a la otra, y ésta mejor la cantamos a coro, porque estoy seguro que se la acuerda. La de Mantecol.

--¡Dele dele! --lo aliento yo--. Por la vida contento voy/ saboreando el rico Mantecol/ chuu chuu/Mantecol/chuu, chuu/Mantecol.

Desde la mesa vecina nos miran como si hubiéramos enloquecido. Osvaldo y yo estamos abrazados en el recuerdo. Ya no es un desafío sino una ceremonia compartida.

--Osvaldo, ¿ésta frase lo lleva a algo? --le pregunto-- “A esta lechuguita no le falta nada”.

--¡Sí --grita Osvaldo--, sí jefe, sí! Zulma Faiad saliendo de atrás de un balde, frente a dos tipos disfrazados de tomates. Era de aceite La Malagueña, y Zulma recién empezaba a ser conocida. Una fiesta, nos dejaba “virolas” a todos.

--Pero no sea mantequita --vuelve a chicanear Osvaldo--, no arrugue. Veo que usted no es ningún otario. Tire otra a ver si la pego. O mejor le digo yo: La del famoso ssshock de Susana Gimenez, esa tarambana que hace poco mandó a todos los “pobres” a mirar los rabanitos desde abajo ¿ se acuerda?

--Sí claro, imposible no acordarse. Pero vamos a los bifes, ¿Cuál es la pregunta?

--Digamé de qué era la propaganda, y si acierta meto violín en bolsa y me tomo el olivo .

--De jabón Osvaldo, claro que me acuerdo.

--No vale. Me tiene que decir qué jabón era, ¡la marca, digamé la marca!

--Me mató. No me acuerdo.

--Vio, esa es la falla. Todos se acuerdan del “ssshock” y nadie de la marca del jabón. Y no se la pienso decir. A lo mejor esta noche cuando se meta en el sobre se acuerda.

--¿Ah sí?, raje Osvaldo, raje, vaya a la esquina a ver si llueve y no me desafíe más. Usted es un bolacero capaz de inventar propagandas que no conoce ni Mongo Aurelio. Y no me mire de esa manera que no tengo monos en la cara. No me diga la marca del jabón si no quiere, pero yo le dejo ésta: Era para untar/ era para untar/ era para untar… a ver si adivina, dele.

Como lo noto desorientado, dejo el dinero sobre la mesa y me levanto para irme rápido y salvar un empate. Salgo, y cuando caminé media cuadra, escucho el grito del mozo.

 

--Dánica Dorada/ Dánica Dorada/ Dánica Dorada . ¡Le gané jefe, le gané!. Y el jabón de la Susana era el Cadum, ese medio blandengue y espumoso. 

--Ssshock --remata Osvaldo, gritando. Y escucho su carcajada ya casi doblando la esquina.