Vienen y le preguntan ¿Qué música quiere escuchar, negro? Horacio Fontova piensa un poco, pero no tanto: la psiquis emotiva le viaja hasta el Uruguay mítico. “Jaime Roos, pibe, poné ‘Aquello’”, le responde al musicalizador del CAFF, donde no más de media hora antes, el músico, compositor, actor, escritor y dibujante polifuncional, había dado uno de sus típicos recitales a guitarra y voz, con desplazamientos humorísticos. Y dónde repetirá la secuencia todos los jueves hasta fin de mes. “Amo este lugar, no solo porque la Fernández Fierro es una Típica avasalladora, sino porque son unos excelentes anfitriones. Mire esto: ¡Me vienen a pedir qué música quiero escuchar!”, se emociona el histriónico Negro, mientras no para de bajar tabaco y tinto a la copa sin parar. “Lo que presento acá es un adelanto de El color de mi tierra, disco que está por salir y que tiene un repertorio exclusivamente folklórico. Ahora ando por mezclar los treinta y ocho temas”, esboza él, acerca del sentido de la movida que lo alberga en el club musical de Sánchez de Bustamante al 700. 

El recital consta de un continuo de cuecas, zambas, bailecitos, milongas y chacareras, matizado por esas bocanadas de humor marca Fontova. “Estamos haciendo escuchas telefónicas, nada fuera de lo normal”, dice en una de ellas. “Y en eso nos enteramos que anda dando vueltas un proyecto para cambiarle el nombre a las calles: por ejemplo, Libertad se va a llamar Freedom; Piedras, Stones; Cerrito, Little Mountain; Rincón, Corner; Cucha Cucha, Dog house dog house; Salta, Jump; Seguí, Go On; Segurola, Of course... le decís al tachero, ‘voy a Of Course al 3800’; Yatay se va a llamar Finish; Concordia, Okay”, y así sigue, mientras el público carcajea a morir, y él se apresta a cantar –y tocar– “Son tus perjumenes, mujer”, del nicaragüense Carlos Mejía Godoy; la “Zamba de mi esperanza” de Luis Morales (que él rebautiza “La que sabemos todos”); o ese alucinante bailecito del Chango Rodríguez llamado “Del mote”. También despliega su amplio y diverso registro vocal en otro bailecito popularizado, en este caso, por Los Fronterizos (“Mi burrito cordobés”, de Gerardo López); “El olvidao”, del Duende Garnica, mediado por un “Vamos a volver”, que hace levantar a todos de las butacas; o la irónica –y suya– “Los argentinos”, que va enganchada a una ocurrencia espontánea: “Que se mueran los ceos, que se mueran los ceos, que se mueran toditos, toditos, toditos, los ceos, los ceos, los ceos”, genera Fontova al paso, y la gente lo festeja a rabiar.

“Eso se me ocurrió ahí”, asegura. “A ver, yo siempre trabajé en grupos pero hace cinco años que laburo solo con mi viola. Trabajar con amigos y en grupo es hermoso, pero laburar solo tiene una magia especial que es esa, precisamente: se te ocurre algo y lo largás. Que se mueran los ceos me sonó bien, y salió”, se ríe Fontova, cuyo bis final fue otra que saben todos: “Resistiré”. “Ahora estoy tranquilo porque, confieso algo, nunca dejo de ponerme muy nervioso antes de tocar... lo juro, y a lo mejor cada vez más, con la edad. Pero eso desaparece apenas piso el escenario y agarro la viola, se esfuma. Es como si me transportara de una personalidad a otra. Ahí aparece el negro quilombero del Pellegrini (colegio donde hizo la secundaria) y no lo para nadie”, admite este hombre nacido en familia de músicos clásicos, que ya llegó a los 70 años.  

–La verdad es que no parece ponerse tan nervioso, pero no siempre es lo que parece, claro. ¿Cuál sería la razón?

–Hay muchos músicos colegas a los que le pasa lo mismo. Yo no soy psicólogo, pero mucha gente interpreta como un buen síntoma esto de ponerse nervioso. Es como tener cierta inquietud sobre cómo va a salir la cosa... “ojalá salga bien y no me equivoque, ojalá no desafine, ojalá me acuerde de todos los arreglos musicales”. En fin, si se contrapone esto con un tipo que no tiene ningún problema y pasa todo eso por encima, es porque a este tipo le falta examinar su propio inventario. Te ponés nervioso porque es una gran responsabilidad la que tenés al subir a un escenario. 

–Hubiese seguido a su familia y perderse en el medio de una orquesta. Esto le hubiese sacado “tensión”.

–(risas) Podría haber salido como mis padres o mis abuelos, sí, pero me parece que me aburrió toda esa cuestión de la teoría y el solfeo. Igual, tuve que pasar por eso hasta que apareció Susana, una prima mía guitarrera y folklorista, que me enseñó a tocar todos los géneros de acá, y ahí me dije “qué lindo es esto, y cuanto más fácil es que toda la cuestión pentagramal”... en fin, ahí empezó la cosa. Es más, mi primer trabajo profesional fue con ella en un programa para ciegos en Radio El Mundo, cuando ésta estaba donde hoy está Radio Nacional, en la calle Maipú. 

El devenir fue extenso e intenso. Fontova pasó por agrupaciones bien under (Patada de Mosca y el Dúo Nagual, entre ellas). Luego armó distintas bandas como el Expreso Zambomba (nombre que se le ocurrió a Luis Alberto Spinetta), Fontova y la Foca, Fontova Trío, Fontova y sus Sobrinos, Fontova y los Tíos, Fontovarios, Fontova Nuevo Trío y el Fontova Dúo. “Todo esto empezó en la década del sesenta”, intenta recordar. “Y la verdad es que incursioné en todo tipo de músicas. Es más, el otro recital que hago se llama El affaire Luciana, donde musicalizo los amoríos que tuve durante mi exilio en París. Luciana fue una peruana de la que me enamoré ferozmente, por ejemplo, y voy trasmitiendo eso musicalmente. A ella le hago un valsecito peruano; a una brasileña, una bossa; a una italiana, canzonetas; a un gringa, jazz... es como una excusa para tocar las músicas que me gustaron durante toda la vida”, confiesa el Negro, que llegó a participar de la Mega Big Band Buenos Aires. “En efecto, el género que más me gusta es el jazz”, sentencia.

–¿Tocarlo, escucharlo o las dos cosas?

–Las dos cosas. Es más, en El color de mi tierra hay mucho de jazz en las adaptaciones que hago de los clásicos folklóricos. No sé, las versiones de “La nochera”, “Zamba de mi esperanza”, “Paisaje de Catamarca” tienen una impronta jazzera. También me gusta mucho la bossa, porque está muy relacionada armónicamente con el jazz. Y me gusta el rock and roll, claro. 

–Es un rocker. ¿o no? 

–Sí, totalmente. Rocanrol, neneneneeee (se ríe). Soy un viejo hippie. 

Es inevitable que el multifacético e inquieto Fontova se refiera también al momento cultural y político que está atravesando el país hoy. “Como viejo hippie que soy, es cierto que mi mayor influencia es John Lennon, la paz, el amor, todo eso, pero no soy tan pelotudo. Paz y amor, sí, pero no me jodas. Ese concepto sigue en mi vida... primero, intentar que las cosas se solucionen con paz y amor, pero tampoco me mojes la oreja. Igual, entiendo que en este momento específico de la historia no da para responder a las provocaciones. No hay que acceder a eso sino mantener la calma, ser sinceros con los criterios, juntarse con los que uno siente empatía, hablar con la gente, y descular un poco cuál es el asunto que se está viviendo”, sostiene el Negro, siempre acompañado por su mujer Gabriela. “Hay que tener en cuenta también que los medios tergiversan todo, y entonces es bueno salir a hablar tranquilos con la gente en el barrio. Es un momento muy delicado y, es más, yo que nunca fui partidista porque era más bien un hippie anarco, ahora estoy politizado”, manifiesta.

–¿No era peronista usted?

–Un poco. Tal vez por mi vieja, no sé, yo apoyaba esa tendencia, pero no pertenecía. No era un cuadro, no militaba, hasta que apareció un señor llamado Néstor Kirchner, al que muchos no conocíamos, y me sorprendió. Ahí sí me hice peronista. No sé, yo me dedicaba a votar gente inaudita... Martínez Raymonda, cualquiera, me cagaba de risa votando chabones, hasta que apareció Néstor y empecé a tomar las cosas en serio, sobre todo cuando hizo descolgar los cuadros de la ESMA. Juro que dije, “hermano, te pertenezco”. A él y a Cristina les pertenezco. Me parece que el kirchnerismo es un fenómeno muy aparte en toda la historia. Es una isla de las buenas, aún con sus errores y cagadas, pero ¿quién no cometió cagadas? No nos hagamos los transparentes, ahora. Transparentes no... vos cagás soretes marrones, no incoloros. Bueno, a partir de ellos me empezó a interesar mucho más la política, aunque es cierto que todo es política y volviendo al principio, sí, estamos en un momento muy denso.

–Usted ha vivido mucho. Setenta años, dentro de los que cuentan varias dictaduras y también gobiernos democráticos, o semi democráticos. ¿A qué se parece, según su óptica, el gobierno actual?

–En principio diría que no es una dictadura, como tampoco lo es la de Maduro en Venezuela, como pretenden inculcar en las sociedades. De ambos lados de la grieta, ni Macri ni Maduro son una dictadura, pero cada lugar tiene sus componentes, y yo adhiero a la parte chavesca. Lo que sí me parece es que caímos en manos de una especie de empresarismo provocador y la diferencia con otros tiempos es que de este lado no vamos a responder a las provocaciones. Los montoneros, los erpianos, todo eso se acabó, hermano, ahora hay que pensar un poco más. No jugarse tanto pasionalmente, sino organizarse, porque estamos separados, desorganizados... en fin, es un momento como para pensar bien qué hacer.  

–En 1956, luego de su derrocamiento y de los fatídicos bombardeos de junio del ‘55, Perón escribió un libro que se llama La fuerza es el derecho de las bestias, donde sostiene que la mejor manera que tienen los pueblos ante la fuerza de quien detenta el poder, no es enfrentarlo con más fuerza sino con habilidad. ¿Está yendo por ese lado?

–Tal cual. Este es el momento de ser hábiles. Yo soy muy facebookero y ayer puse una frase que dice “Si querés guerra andá a provocar a otro lado, acá no vas a encontrar guerra, loco, acá es otra cosa”. Si me provocás, ¿qué querés? ¿Que vuelva a ser un monto?... no hermano, la cosa cambió, andá a provocar a otro lado. Acá vas a encontrar gente que va a tratar de pensar mejor que vos, de organizarse tranquilamente. Eso es lo que pide siempre Cristina. A propósito, cómo me gustaría que tanta gente la entendiera y pudiera zafar de ese odio que inculcaron, sin comprenderla, porque si la comprendieran al menos la tendrían que respetar. 

–¿En qué sentido lo inspiró este contexto para escribir canciones nuevas?

–Tengo dos. Una que habla desde el título, “Cuando los negros vienen marchando”. En ella, trato de hacer una pintura de la situación actual. Y el otro es “Luna, lunera”, que dice “Ya no sé qué hago con estas ganas de juntar hermanos que quieran luchar”. Es un tema que habla de cómo me quedé sin luz; de mi billetera que está cargando cada vez menos; de una compañera que se quiso matar. Ahora, el tema es cómo luchar, porque es un momento muy difícil y, como decía antes, no hay que responder a las provocaciones porque a los chabones les encantaría que respondamos así. El otro día, cuando Macri abrió las sesiones ordinarias, había mil policías en una plaza absolutamente vacía. Cuatrocientos millones de canas cuidando la nada me parece una pelotudez. 


De “El Expreso” a Les Luthiers

Las referencias al rock and roll en la charla con el Negro permiten rearmar un puente de cuarenta años que lo deposita en El Expreso Imaginario, la revista nacida el mismo año en que se instauró la dictadura cívico-militar en la Argentina, y que lo tuvo como director de arte, diagramador e ilustrador. “Esa revista fue un bastión, loco, ¡que lo parió! Claudio Kleiman, que sigue siendo mi gran amigo; Jorge Pistocchi, que murió hace poco; Pipo Lernoud; Sandra Russo... era una cosa que se venía macerando desde hacía años”, evoca. “Teníamos la idea de hacer algo contestatario, a nivel ecológico, contracultural, y pudimos. Lo largamos en 1976, al mismo tiempo que el puto proceso, y los chabones parece que no entendieron nuestra propuesta revolucionaria cultural, sino no estaría hablando acá. No la entendieron, porque nosotros, en ese momento tan áspero, tan vacío, intentábamos nutrir a la gente de lo que faltaba: arte, cultura, mucha ecología, y yo podía despacharme con mis dibujos, que es mi profesión paralela”, cuenta Fontova, que también actuó en comedias musicales (Hair, Jesucristo Superstar, Cinco sueños falsos), en tiras televisivas, en películas como la notable Aballay, el hombre sin miedo, y que llegó a reemplazar a Daniel Rabinovich en Les Luthiers. “Es un dato que muy poca gente sabe”, sorprende. 

–Es cierto. ¿Y cómo se dio?

–Durante una gira de Les Luthiers por España. El querido Daniel había tenido un problema y lo reemplacé durante tres meses. La gira se llamaba Grandes hitos, habrá sido por 1996...