Desde San Salvador de Jujuy
Hace seis años, cuando no se imaginaba ni en la peor de sus pesadillas que iba a cumplir cuatro años presa, Milagro Sala
vivió un episodio que le dio la pauta de lo que que era capaz de hacer su entonces adversario político y hoy gobernador cuando tuviera el poder en la provincia: la líder de la Tupac Amaru asegura que Gerardo Morales mandó a prender fuego el nicho de su padre al otro día de su fallecimiento y que se lo confesaron unos chicos que le pidieron perdón unos días después. Estaban drogados y les habían pagado. El Papa la llamó entonces para contenerla y recomendarle no responder provocaciones. La dirigente recibió a Página/12 mientras estudiaba un plano de la obra que hizo su organización. Quiere decir más cosas en la justicia porque siente que tendría que haber hablado mucho más para defenderse en las audiencias y en estos días se dedica a formar cuadros políticos y a escribir un libro sobre su vida. Está convencida de que Morales la odia, insiste en que ella ya lo perdonó y que lo considera digno de lástima. Festeja el triunfo de Alberto Fernández como presidente y dice que a pesar de todo lo que le pasó, volvería a hacer lo que hizo.
Para entrar a su domicilio, el equipo de este diario tuvo que mostrarle su documento a una de las personas que custodian desde una camioneta la puerta de su vivienda.
--Hace poco leí la crónica de un hombre que estuvo diez años preso en dictadura. Dice que aunque los demás le digan que lo entienden, no lo puede entender nadie que no haya pasado por lo mismo. ¿Coincide?
--Sí. A veces dentro de la cárcel uno toma medidas para que la familia no se preocupe por uno. Estar en la cárcel es horrible. Imaginate a una persona que trabajó toda una vida en lo comunitario y que el carcelero te aísle, no te deje ver el sol o que el director te diga que si se sobra un pedazo de pan es preferible preferible tirarlo que dárselo a alguien que lo necesita. Me aislaban a menudo y cuando yo preguntaba por qué me decían que era porque yo defendía a mis compañeros y en la cárcel los códigos son distintos. Me acuerdo que le dije "yo soy dirigente en la calle, acá, allá y donde sea. Nunca voy a dejar de ser dirigente". Lo peor de estos cuatro años es que me trataron como un objeto. Y saber que pasan cosas afuera que no podés solucionar desde adentro. Los que te quieren no quieren que te enteres, pero te enterás igual.
--¿Alguna vez pensó que por hacer la obra que hiciste ibas a cumplir hoy cuatro años presa?
--Nunca. Porque te imaginás que construíamos en base a las necesidades de los compañeros: yo ni siquiera vivía en el barrio de la Tupac de Alto Comedero. Yo trabajé y trabajo para los demás porque lo saqué de Evita. Cuando de adolescente me fui de mi casa para vivir en la calle porque quería valérmelas sola me hice peronista. Por las cosas que viví y que vi. Mi objetivo nunca fue competir con el Estado. Pero hicimos de todo en función de las necesidades: casas, piletas, escuelas, fábricas de ladrillos. Dábamos los medicamentos gratuitos. Y si veíamos que un compañero tenía una enfermedad terminal lo acompañabamos hasta el final. La idea es y fue ser solidario con el otro.
La casa de Milagro Sala, para quien la conoce de su época de ciudadana libre, sigue siendo comunitaria, pero mucho menos que antes: la acompañan algunos de sus hijos, de sus compañeros, su marido y una gran cantidad de perros adultos y cachorros. Antes, casi se jactaba de no tener intimidad. Ahora, el ingreso está muy controlado.
--Si hubiera sabido lo que le iba a pasar. ¿Lo volverías a hacer?
-- Lo volvería a hacer porque estoy convencida de que hay que cubrir la necesidad del otro. La gente está esperando que los dirigentes le resuelvan los problemas. Lamentablemente, hay muchos dirigentes que no le resuelven el problema al otro, pero sí el propio. Lo que más extraño ahora que estoy encerrada en mi casa y lo que más extrañaba en la cárcel es la militancia. Como dice Cristina, no me arrepiento de haber trabajado tanto. De lo que sí por ahí me arrepiento, aunque arrepentimiento es una palabra fuerte, es de haberle dedicado tanto tiempo a la organización y poco a la familia. Porque mis hijos también se dedicaron a militar y quizá nos juntábamos un domingo cada 20 días y una familia "normal" lo hace un poquito más.
--¿Qué o quiénes la sostuvieron fuera de la cárcel y en su detención domiciliaria?
--Me mantuvieron viva, a pesar de mis dos intentos de suicidio --muestra las marcas en las muñecas-- los compañeros que estaban resistiendo y, sobre todo, mi familia. Y el esfuerzo de muchos compañeros que no se entregaron al gobierno de turno y prefierieron militar y buscar una changuita. Eso fue sacrificado. Muchas noches me pongo a pensar en los que no me traicionaron.
--¿Algunos sí lo hicieron?
--Sí. Pero algunas traiciones son entendibles y otras no. A algunos les apretaron demasiado a la familia. Pero otros negociaron la libertad y se beneficiaron y jodieron a 5000 compañeros de la organización Tupac Amaru que tenían un trabajo seguro por el que cobraban todos los meses. Pensá que éramos la tercera fuerza de la provincia que ofrecía trabajo genuino y estos compañeros pensaron en ellos mismos. Está bien, cada uno elige dónde quiere estar. No los culpo ni les tengo rencor.
--¿Qué lugar ocupa en su marido, Raúl Noro?
--Es un pilar importante. Es mi compañero, es todo mi gordo. Mi cable a tierra. Y mis hijos y mis nietos también. He criado 16 hijos del corazón y estoy orgullosa de cada uno de ellos. Hoy siguen caminando. Y luchan por mantener bien a sus hijos.
--¿Cree que Gerardo Morales la odia?
--A esta altura sí. Porque yo no siento que esto sea una competencia política. Es un odio visceral que siente hacia mi persona. Un odio que no entiendo: él actúa como si yo le hubiese sacado algo de él. Y yo nunca le saqué nada. Ni siquiera protagonismo. El que me hizo viral con lo que me hizo fue él. Y no tiene límites.
--¿Por qué dice eso?
--Hace seis o siete años mandó a quemar el nicho de mi papá al día siguiente de su muerte. Empezamos a averiguar y nos dijeron que quien había mandado a hacer eso era Gerardo Morales. Había bidones de nafta tirados en el cementerio. Aparecieron los chicos que lo hicieron y me pidieron perdón: "flaca disculpanos. Nos pagaron y estábamos drogados". Yo no entendía tanta maldad. Hablé con el obispo de Jujuy y me consoló diciéndome que son cosas que no se tienen que hacer y me pidió que trate de mantener la calma. Y me llamó el Papa y me recomendó que me calmara, me dijo que estas cosas pasan a veces y que uno se tiene que manejar con toda tranquilidad porque fue una provocación. Tenía razón. Este tipo siempre nos quiso llevar por el camino de la violencia. Me trató de narcotraficante, de asesina. De lo único que vengo salvando es que me acusen de violación.
--¿Qué le diría hoy?
--Lo que vengo diciendo del momento que él me encarceló. Dentro de mi corazón, ya lo he perdonado. Es digno de lástima . Cree que el único que tiene derecho a tener todo es él. La familia de él y los amigos empresarios. Y no piensa en el que lo ha votado: el pueblo. Yo tengo cinco policías en la puerta en una camioneta cuatro por cuatro. Y en otra esquina tengo a uno de civil. Y a otro más atrás. Yo no he visto ningún detenido que tenga una domiciliaria y tan controlada. Ni los genocidas. La ley no dice eso: sólo me tendría que controlar el patronato de liberados. Vivo un hostigamiento permanente por parte del gobernador. Lo único bueno que nos pasó estos cuatro años es que Morales por un lado descuida y niega las obras que hicimos y por otro se dedica a inaugurarlas como propias. Se contradice: o no hicimos nada o hicimos todo lo que él está inaugurando. Sólo le pido que diga públicamente que las hicimos nosotros. Incluido el Parque Acuático más grande del NOA, que encima dividió en tres partes y se está viniendo abajo (ver recuadro). Y su gestión es mala: siguen cerrando comercios en la provincia y él va a Casa Rosada a pedir planta. Mejor que rinda cuentas sobre lo que recibió de coparticipación y los préstamos internacionales que tomó.
--¿Le generó esperanza el triunfo de Alberto y Cristina?
--Sí. Están beneficiando a los jubilados, a los desocupados. Que nuestro país se pueda volver a reconstruir me genera una enorme esperanza. La Argentina recuperó la alegría.
--¿Y tiene esperanzas de salir?
--Mucha. Me gustaría que se termine la agonía, la de mis compañeros también. Somos rehenes de la política opositora.
--¿De qué disfruta en este momento, dado que no podés salir?
--Disfruto de ver el amanecer desde el balcón. Si falta un clavo, me pongo a hacer tareas domésticas. Y hablo mucho con mis compañeros, trato de que se capaciten. Quiero que se conviertan en mejores dirigentes que yo. También estoy escribiendo un libro sobre mi vida con Reynaldo Castro, que es un escritor y poeta que viene una vez a la semana.
--¿Cree en Dios?
--Qué pregunta difícil. Creo a mi manera. Por ejemplo, cuando me siento a comer o a tomar un mate cocido le agradezco a Dios. Digamos que creo en Dios, pero no en los hombres. Y le agradezco mucho a la madre tierra, a la Pachamama.
--¿Qué fue lo peor y lo mejor que le pasó en estos cuatro años?
--Tengo mucho dolor. Nunca me imaginé que me iban a tratar tan mal injustamente. Y lo que aprendí es que hay que reforzar la preparación de mis compañeros. Nunca nunca nos hemos sentado a formar cuadros políticamente porque la prioridad siempre era hacer cosas.
--¿Con qué sueña?
--Con que los políticos discutan ideas en vez de destrozar familias. Porque no me destrozaron únicamente a mí: destrozaron a miles y miles sacándoles sus derechos y su dignidad. Sueño con que que los chicos vuelvan a comer en su casa. Y con que no nos olvidemos de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel.
Milagro hizo la entrevista con Página/12 sin separarse del mate. Y después se puso a preparar el almuerzo. Nosotros salimos a la calle por la puerta de su casa del barrio Cuyaya, cosa que ella no puede hacer quién sabe hasta cuándo.