El lazo de amor y amistad entre el cineasta Federico Fellini y el escritor Georges Simenon que recogemos a través de su correspondencia nace en 1960 y se mantendrá a lo largo de casi 30 años, uno escribirá en italiano y el otro en francés; la lengua no impide el enorme afecto construido entre estos notables artistas, y el intercambio en sus conversaciones, que como bien dice Luis Guzmán en su introducción provoca en uno y otro interlocutor “una prepotencia de trabajo”.
Georges Simenon, el creador del enigmático personaje detectivesco el Inspector Maigret. Personajes como Maigret, Sherlock Holmes de Conan Doyle o Poirot de Agatha Christie realizan el sueño y la fantasía de una curiosidad y un afán de investigación que es universal.
El lazo se inaugura en 1960, relata Claude Gauter, a partir de que Simenon fuera invitado a ocupar el lugar de presidente del jurado para el festival de cine en Cannes donde se exhibía La Dolce Vita. Se suponía que no habría sobre el jurado, presión de organizadores ni de productores, pero no fue así. Al escritor le costó varias discusiones y enemistades cumplir con su tarea, ya que solo obedeció a su predilección estética. Henry Miller lo apoyó, junto con unos pocos otros y así, entre silbidos y algunos aplausos, le otorgaron la Palma de Oro a Federico Fellini. La Dolce Vita luego se convertirá en un hito de la historia del cine.
Simenon era ya un gran escritor a quien Fellini, en sus 17 años, luego de haber leído en una sola noche tres de sus libros, le confiesa haber enfermado de una ilimitada admiración por el escritor.
Así, dos formas estéticas, la literatura y el cine, comienzan una larga conversación. Dos hombres del arte con algunas afinidades como el interés por el psicoanálisis, en especial por Gustav Jung. A Freud, ambos reconocen tenerle miedo, miedo al Freud de las angustias, del malestar, de las obsesiones, pero aunque los intimida y abruma, en él reconocerán al gran maestro. Jung será para ellos alguien más accesible, un compañero de viaje, un hermano mayor.
Años después, Fellini hará pública su admiración por Simenon en una entrevista: ¿En qué consiste para Ud. la creación artística? Y el dirá: ”Simenon es un ejemplo claro de ello, él es un médium invadido por seres fantásticos; un hombre creativo siempre es un médium que atrapa y materializa una dimensión fantástica, a través de palabras, colores, imágenes”. “Una vez un periodista le pregunto a Simenon cómo escribe un libro: ‘A veces --contestó--, todo comienza con un olor desconocido, el olor a fritura hace surgir una cocina en una pequeña ciudad, luego entran las personas a la cocina (...) en el caso de un artista sensual todo comienza con un contacto físico con la realidad”. En mi caso es igual, dirá Fellini, “antes de comenzar a filmar una película no sé casi nada acerca de ella. Intento crear una atmósfera determinada, con un ritual siempre igual, como un mago. Son ante todo los rostros los que me ayudan a materializar mi idea. Miro a las personas a los ojos, a los actores o a los que no lo son, y sus caras me dicen: míranos atentamente, cada uno de nosotros es una pequeña parte de tu película... todo transcurre como si la película ya estuviera totalmente terminada fuera de mí...”. “El artista es quien encuentra su relación personal con este magma fantástico y el que sigue perforando a través de un pequeño agujero hasta que su fantasía se materializa. Y también --agrega--, “la fantasía no se materializa de una sola vez sino mediante un acierto después del otro... veo una pequeña cola y tiro y tiro, hasta que finalmente descubro un elefante”.
Luego será Simenon quien rendirá su tributo a Fellini: “Sabe, yo nunca voy al cine... Algo así no me había pasado nunca... cuando vi su película Casanova lloré… ¿Ud. es conciente de que ha creado su obra maestra…? Con ese fresco ha logrado hacer la más hermosa historia de cine, un verdadero psicoanálisis de la humanidad…”.
El intercambio de cartas revela el modo de relación construida en distintos tiempos, tomará una forma fraternal --“Siempre es maravilloso descubrir un hermano en alguna parte”, dirá Simenon-- o paternal --“Que nos encontremos y podamos conversar un poco, ya me convierte en un pequeño niño excitado”, “empecé tres veces esta carta y después de dos o tres renglones la rompí, en parte la culpa la tiene la cinta que mancha el papel, pero en parte también mi respetuoso temor a escribirle”, responderá Fellini.
La carta a Simenon
Del intercambio epistolar extraigo una carta que nos permite poder avanzar por el fascinante y misterioso camino de la creación.
Chianchiano, agosto de 1976.
“Mi querido Simenon: (Recorto un párrafo)
“Lo retengo un poco, deseo contarle algo más para mostrarle cuán fructífero ha sido el encuentro con su fantasía y fuerza creadora”.
Gran confidencia, le relatará un sueño que tuvo hace dos años antes de empezar a filmar Casanova.
“Estaba atravesando una etapa difícil. Inactividad, falta de confianza en mí mismo, paralización, odio a la película, la sensación de haberme metido en un callejón sin salida, largas noches en que me rompía la cabeza y llegaba a las ideas más abstrusas de cómo podría anular el compromiso sin que los perjuicios fueran demasiados. ¿Qué tengo que ver yo con Casanova?, me preguntaba; ¿qué es lo que sé sobre el siglo XVIII?; Siempre me desagradaron los grabados en madera y las pelucas blancas. Además ¿tiene sentido rodar una película en una lengua que no es la mía?... montañas de papeles escritos y luego rotos…una violenta ira enfurecida contra todos los que intentaban animarme; me sentía atrapado, atado, condenado a hacer una película profundamente ajena a mi temperamento, a mi fantasía, sobre una persona que no me pertenecía, que no me era simpática… En una de esas noches “soñé que me despertaba el tecleo inacabable de una máquina de escribir. Me di cuenta de que me había quedado dormido en un gran jardín humedecido por el rocío con grandes árboles llenos de hojas verde profundo, más abajo, en medio de un claro en el que crecía el pasto había un edificio parecido a una torre. El tecleo de la máquina de escribir venía de allí. Me acerqué y ya no se escuchaba ningún ruido. En puntas de pie me asomaba a una ventana y veía una habitación, blanqueada con cal como una celda, y un hombre estaba allí. Un monje que hacía algo que yo no podía ver porque estaba de espaldas. Estaba sentado y a su alrededor había un grupo de niños y niñas pequeñas que se reían, bromeaban tocando sus sandalias y el cordón de su sotana. Finalmente el hombre se daba vuelta y era Simenon. En su mentón llevaba pegada una barbita blanca --reconocí en seguida que era una barba falsa-- de maquillaje. Sorprendido y también un poco decepcionado, no me lo podía explicar, hasta que oí una voz a mi lado que decía “es falsa”, seguro que es falsa, él no es viejo sino muy joven, mucho más joven que antes”. ¿Y qué hace? preguntaba yo en el sueño, “pinta su nueva novela, ¿lo ves? Ya pintó más de la mitad, es una hermosa novela de Neptuno”. Luego la voz desapareció y me desperté.
Casi como asociando sobre el sueño, le cuenta además a Simenon que había olvidado decirle que él pensaba que uno de los motivos de la depresión en esa etapa también consistía en la desagradable conciencia que tenía de estar acercándose irremediablemente a los 60 (Simenon tenía en ese momento 73 años).
Lo que fue sorprendente para Fellini es que a la mañana siguiente de ese sueño sintió que la tensión cedía, la película parecía menos odiosa y pudo comenzar a trabajar en el rodaje; pérdida y recuperación de un goce.
Fellini interpreta en parte su sueño reconociendo que sin duda algo destrabó la dificultad con la lengua... inglesa, y produjo un hallazgo: “Si Simenon hasta podía pintar sus novelas ¿por qué no iba yo a poder hacer una película en una lengua extranjera?”. El sueño promueve, rompe resistencias ante el acto creativo, deshace la consistencia de esa ajenidad con la lengua, el personaje y la época, y una abertura en la estructura pulsional se realiza. Fellini re-encuentra su propia lengua capaz de volver a aportar magia a su decir estético a través de imágenes.
El dios de las profundidades del mar, Neptuno, parece invitarlo a revisar y reconocer a Casanova como personaje que debe vivir profundamente en su interior. Así se somete a su deseo.
En sí mismo, el sueño ya es una interpretación que el sujeto se otorga, pero resulta interesante servirnos de él, en este caso, en lo que hace a su función, como aquello que promueve, da impulso a la creación. Me interesa subrayar que es un sueño como dice Fellini que lo despertó. Sacudió la máquina fantasmática, esa que hace entender el mundo, la realidad, de un modo restringido, limitante y que por lo tanto impide. En el sueño, hay un llamado del Otro/otro (Simenon representado en el tecleo de la máquina de escribir que lo mueve, lo lleva a espiar, investigar lo infantil “en puntitas de pie”. Es el tecleo de la máquina de escribir quien lo despierta, ya que Fellini sueña que estaba soñando.
Se da a leer ese significante que insiste Blanco, Bianco, Blanc. Enigmática repetición significante, son letras del inconsciente que orientan al sujeto.
Antes del sueño
Es para tener en cuenta el estado de ánimo de Fellini previo a la fabricación del sueño, retomemos las palabras del artista: estaba atravesando una situación de paralización, de falta de confianza en mí mismo, con alteraciones del carácter, dudas, apremios, exigencias, atascamiento, y como salida infructuosa de ese estado la ira, el desagrado, la furia, la violencia. Es la descripción de un sujeto enredado bajo la demanda del Otro: “¿cómo podría anular el compromiso sin que los perjuicios fueran demasiados?”, “en qué me metí”. ¿A los casi 60 años estará aún la potencia creadora o ya es tarde, para hacer/ser un Casanova? Inhibición, síntoma y angustia previos al acto.
Pero se trata de un creador y Casanova no es su primera obra; Fellini ya ha pasado por películas que fueron consagradas e inscribieron su nombre y estilo en la cultura: lo Felliniano.
Entonces resulta llamativa tal desazón ante la nueva obra. ¿Cuando pensamos a la sublimación como un destino de la pulsión independiente de la represión, también hacemos entrar en la cuenta que ese “salto” a la invención no se realiza de una vez y para siempre? Para el artista, un nuevo quehacer creativo --y no cualquiera-- es aquel que vuelve a poner en jaque al fantasma, alimenta nuevamente la represión, trae su retorno y obliga al sujeto a un nuevo trabajo de franqueamiento para modificar, cambiar el trayecto que la fijación ha impuesto a la pulsión. Se trata una vez más de vencer las nuevas o viejas ataduras que insisten; desatar las inhibiciones que una vez más han reverdecido.
En este sueño y las asociaciones que nos regala Fellini puede pensarse como condición de posibilidad para el “salto a la invención”, el trabajo de elaboración que hace el soñante en relación a su sueño; es gracias a esa producción del sujeto --podríamos decir-- que se gesta una abertura, apertura de camino en su estructura pulsional, algo allí se desata, se desvanece y permite superar el estancamiento libidinal. En el decir de Freud: trabajo de elaboración del sueño.
Aquí, el sueño marca, inscribe un antes y un después en el psiquismo del sujeto, y abre el surco hacia la creación.
Simenon le responde sobre aquella confesión que le contó: “Yo también conozco momentos de vacío y ya estuve tentado cientos de veces en mi vida a abandonar la escritura... creo que esto es totalmente natural y juraría que también a hombres como Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci les debe haber sucedido a menudo... lo que más admiro en Ud. es que se haya liberado de todas las coerciones, de todos los tabúes, de todas las reglas. Siga mi querido amigo a pesar de todas las resistencias y regálenos obras maestras con su gran intuición”.
Esos momentos de vacío de ideas para la creación parecieran tratarse de tiempos del sujeto donde se produce un llenado, un taponamiento del agujero, donde como bien dice Fellini, “el artista sigue perforando a través de un pequeño agujero hasta que su fantasía se materializa... Veo una pequeña cola y tiro y tiro, hasta que finalmente descubro un elefante”.
Para finalizar, recordemos que en el comienzo de la película, Fellini presenta a un Giacomo Casanova de 73 años rememorando...
Nelly Urbina es psicoanalista. Integra el Servicio de adultos del Centro de Salud Mental Nº3 “A. Ameghino”, donde también es docente de la Escuela de Posgrado. También fue directora del Curso Prolongado del Psicoanálisis de ese centro.