Hace algunas semanas, cinco fornidos rugbiers mendocinos fueron acusados por parte de una joven de 24 años de grave abuso sexual durante una fiesta. El abogado defensor de los deportistas sostuvo en una entrevista que “quizá la chica los incitó y abusó de ellos” (sic). En materia de abusos sexuales, durante siglos, la mirada con la que se analizaban los hechos era la misma que la de quienes redactaban las leyes, las interpretaban, las aplicaban y en su inmensa mayoría, las violaban: los varones. Es por eso que la regla ha sido siempre la impunidad, y la excepción, la condena de los abusadores. Hace algunas décadas, irrumpió en el ámbito jurídico, de la mano de los movimientos feministas, la mirada de género. Pocas irrupciones externas han causado tanta repulsión y rechazo en el ordenado mundo del derecho, como la pretensión de que, a los variados menús de capítulos de normas, se les aplique un criterio de análisis diverso al tradicional discurso masculino. La virulencia del rechazo aparece obvia si se tienen en cuenta las satisfacciones que a lo largo de los siglos les brindó a los machos violentos, hacedores de leyes, aquella mirada unívoca que ubicaba sistemáticamente a las mujeres víctimas en la categoría de mentirosas, histéricas o malintencionadas. Mediante descalificaciones que variaban de acuerdo a las características de los hechos, las acusaciones se iban desdibujando hasta el cierre de las causas y las víctimas no sólo quedaban con el sabor amargo de la impunidad en todo su cuerpo y alma, sino que volvían a estar expuestas, esta vez con mucho mayor riesgo, ante sus masculinos propietarios. Esos avances producto de la lucha feminista, lograron modificaciones normativas jamás alcanzadas que se reflejaron en las Convenciones Internacionales sobre Derechos Humanos incorporadas a la Constitución Nacional.
Como todo avance en materia de derechos, se produjeron desde un comienzo reacciones contrarias de parte de los sectores más conservadores de nuestra sociedad. Así, las estrategias defensivas de los abusadores, se tornaron cada vez más agresivas y sobre todo destructivas respecto tanto de las víctimas, como de todos aquellos que intentaran apoyarlas –amigos, vecinos, profesionales, funcionarios, etc–.
Hoy, pese a los importantes avances, las mujeres que denuncian hechos de violencia siguen siendo revictimizadas, maltratadas por el propio sistema que debe contenerlas y protegerlas, y se mantiene esa distancia entre la norma y la realidad cotidiana.
Aquí corresponde resaltar la influencia del contexto político en que se producen los hechos. En ese sentido, si quienes detentan el poder profesan una ideología respetuosa de los derechos garantizados en las Convenciones citadas, esa distancia entre la ley y la realidad se acorta. Por el contrario, cuando se cuenta con funcionarios que luego de exteriorizar su cosmovisión racista y discriminadora –presidente del Banco de la Nación Argentina– o enunciar el más virulento y falaz negacionismo respecto del genocidio argentino –director Nacional de Aduanas–, son ratificados en sus cargos, el mensaje es claro.
Esas exteriorizaciones definitorias sobre sectores vulnerables –en los ejemplos citados, una niña de 14 años que vive en una “villa y está más para recitales que para amamantar” (sic), o las víctimas del terrorismo de Estado que con desparpajo se niega–, son el verdadero huevo de la serpiente que habilita otros frentes de racismo, xenofobia y discriminación.
Son los frentes de los fascistas que se repliegan y disfrazan en épocas de democracia real y popular, y salen a la superficie abandonando todo freno inhibitorio cuando el clima les es propicio y cuando la realidad de lo que le pasó a la víctima del caso, incluidas las evidencias periciales y los restos de semen en sus ropas, no tiene importancia alguna.
Es oportuno recordar una vez más que hasta que esa normativa maravillosa de la constitución no baje a cada esquina y a cada espacio institucional, seguirá habiendo perversos que se crean con derecho a sostener que una joven de 24 años puede seducir y luego violar a cinco rugbiers.
* El autor es ex camarista federal de La Plata.