La transferencia es comparable a la capa vegetal
existente entre la corteza y la madera de los árboles,
capa que constituye el punto de partida de la formación
de nuevos tejidos y del aumento del espesor del tronco
S. Freud
Soy de la idea, sostenida por muchos analistas y por el propio Freud, de que el tratamiento psicoanalítico no tiene fin. Se interrumpe en el mejor de los casos de común acuerdo entre el analista y el analizante, pero puede continuar por otros medios una vez instalado. Por lo que entiendo que una vez abierta una puerta importante de acceso a lo inconsciente se instaura una suerte de flujo interminable.
La experiencia del análisis instaura un pensar otro que se establece como un “entre” donde ninguno de los dos partenaires sabe todo lo que dice ni piensa todo lo que sabe. Es que la transferencia analítica pone a trabajar un modo de comunicación que no es de uno hacia otro sino que genera un “entre” donde lo dicho constituye un nuevo decir del que surge lo impensado.
El tratamiento psicoanalítico no debería restringirse ni al espacio ni al tiempo de la sesiones. Su prolongación en tiempo y espacio es lo que actúa como trabajo elaborativo del análisis.
Sesiones con un espíritu
En un artículo muy singular y polémico el psicoanalista francés Didier Anzieu relata veintiuna sesiones que tuvo con un espíritu. Comenta que una joven colega le habla de una “terapeuta” que acaba de conocer. Es una mujer que, a las cuatro de la madrugada, piensa intensamente en las personas de las que se le ha dado el nombre, la dirección y Anzieu cree, no muy seguro, que también la profesión. Piensa en ellas gratuitamente tanto desde el punto de vista financiero como desde el punto de vista de las ventajas que ella podría obtener y Anzieu agrega, supongo que por necesidad personal de pensar en el prójimo. Esta terapeuta es libre de aceptar o rechazar a la persona que se le propone o que se propone. La cura dura veintiún días a continuación de lo cual parece que se manifiesta una mejoría del estado del destinatario.
Anzieu acepta que la colega le de sus coordenadas a esta terapeuta y le pide que lo prevenga sobre cuando empiece la experiencia para poder anotar los efectos eventuales que le sucedan.
Se sorprende que comentando a su entorno de la experiencia que va a iniciar diga lo siguiente: “dura veintiún días, a continuación de la cual yo estaré curado de mi Parkinson”. Aclara luego en su escrito “he aquí mi deseo de curación, de una curación medicamente imposible de una enfermedad incurable que surge en mi mente en la perspectiva de una intervención de esta ‘curandera’ que yo no conozco y que no me conoce”.
Luego transcribe noche a noche el diario de esa experiencia.
De su lectura uno va viendo la intensidad que toman los movimientos afectivos que le producen sus recuerdos íntimos y la ambivalencia en torno a la creencia en la eficacia del “tratamiento”.
La segunda noche escribe: “Tengo un breve debate interior: no creo en los espíritus, pero tengo que ser honesto conmigo mismo: creo sin creer en ellos. Sé que no existen, pero a pesar de todo, pueden manifestar sus efectos; la prueba es que después de la segunda noche esta desconocida que piensa en mí o más exactamente de la que yo pienso que piensa en mí, me hace bien”.
En la cuarta noche, teniendo después de muchos meses un buen descanso nocturno, ya que las convulsiones parkinsonianas han cesado, dice soñar mucho. Luego de comentar sueños y asociaciones plantea una inquietud que le oscurece el cuadro. Este espíritu con el que yo estoy en contacto, o creo estar en contacto, ha sido hasta ahora un espíritu benéfico. ¿Va a continuar siéndolo o va a convertirse en maléfico? “No importa” concluye, “me hace bien y me protege por la noche de mis perseguidores internos”.
El relato de Anzieu va tomando la forma de un análisis. Al final del texto donde reflexiona sobre la experiencia de esas veintiuna noches y días Anzieu comenta lo siguiente: “Con gran reticencia me resuelvo a publicar el diario de esta experiencia. Tengo el sentimiento de angustia de exponerme a las críticas acerbas de los lectores y más especialmente de los colegas. El ejemplo de Freud exponiendo su vida psíquica íntima en su obra es para mí un precioso estímulo”.
Termina su asombroso texto diciendo: “en tanto que yo sepa o que crea que otro piensa en mí, pienso existir y pensar”.
"Otro que piensa en mí"
Me quiero apoyar en el doble sentido de la expresión “otro que piensa en mí”, en tanto que se entraman en ella eso que en mi piensa y el otro que me piensa. ¿Este otro que piensa en uno en sus dos sentidos no es el principal motor de la transferencia analítica? Esto es, lo que anuda en la relación a un otro la experiencia del inconsciente.
El Espíritu con el que se “autoanaliza” Anzieu es, en su caso particular, un buen dispositivo para relanzar la transferencia analítica. Él se procura una manera de no hablar en soledad consigo mismo poniendo en juego un supuesto otro que lo piensa y a la vez un pensar otro. Abre así nuevamente un diálogo con su inconsciente.
Ahora bien, esa continuación del análisis por otros medios, ¿no estaría emparentada con lo que Freud denominó el trabajo elaborativo que se desarrolla en el tiempo más que en el espacio analítico?
El término alemán Durcharbeiten fue traducido al castellano de distintas maneras. La palabra alemana está compuesta del prefijo durch que significa a través y arbeit, trabajo, sería entonces trabajando a través, de extremo a extremo. Durch tiene su equivalente en castellano en el prefijo per, que connota intensificación, durabilidad, perdurable, durabilidad a través del tiempo. No es sencillo encontrar la forma adecuada que exprese lo que condensa la palabra alemana. Pero el sentido que se impone es el de un trabajo del psiquismo que perdura y que se intensifica en el tiempo.
A Freud se le fue haciendo claro, casi desde el comienzo de su labor clínica, que la eficacia de la cura no consistía solamente en la recuperación de lo olvidado ni de lo reprimido ni, finalmente, en hacer consciente lo inconsciente. Es entonces que aparece en su obra el concepto durcharbeitung.
Si uno sigue detenidamente su argumentación verá que pasa del recordar como objetivo terapéutico a ocuparse de los límites mismos de ese recordar, haciendo hincapié en lo que no puede ser recordado porque nunca fue consciente, lo incapaz de convertirse en recuerdo. Se refiere a lo prehistórico en la vida de un sujeto, tanto a los prototipos inconscientes que nunca serán conscientes como a lo visto y lo oído antes de poder hablar, que entretejen la escena primaria y que, si bien no poseen representación de palabra, insisten en emerger de diferentes maneras. Una es la que determina ciertos estados de ánimo.
Por lo tanto la fórmula de hacer consciente lo inconsciente no termina de abarcar lo que ocurre en la clínica psicoanalítica.
El trabajo elaborativo --señala Freud-- es constante en la cura pero actúa más en ciertas fases que en otras del tratamiento, y sobre todo cuando parece que éste está estancado, cuando se ha detenido; dominado por las resistencias, aunque esas resistencias hayan sido interpretadas. Agrega Freud que el trabajo elaborativo“puede constituir una penosa labor para el analizado y una dura prueba para la paciencia del analista”.
Freud afirma textualmente: “el trabajo elaborativo constituye parte de la labor que ejerce sobre el paciente la mayor acción modificadora, y la que diferencia el tratamiento analítico de todo influjo por sugestión. Teóricamente podemos equipararla a la derivación por reacción de las magnitudes de afecto aprisionadas por la represión, proceso sin el cual no lograba eficacia alguna el tratamiento hipnótico”.
Como se puede percibir, Freud entiende que la importancia que tenía la abreacción en el tratamiento por hipnosis ahora la tiene, en el tratamiento psicoanalítico, el trabajo elaborativo. Al decir esto Freud señala que lo que determina verdaderamente su eficacia no es la rememoración sino la per- elaboracion. El paciente consigue mediante el trabajo elaborativo que va llevando a cabo dentro y fuera de la sesión analítica no solamente una convicción profunda y afectivamente comprometida de lo que determina sus padecimientos sino que aprende a servirse y gozar de la experiencia del inconsciente.
Puede ampliarse en esta perspectiva lo que se concibe como escena transferencial, en tanto acoge no solamente lo memorable sino lo que nunca podrá ser recordado, la desmesura del inconsciente. En consecuencia, la neurosis de transferencia que se instala en toda cura analítica podría constituir no sólo la repetición en el aquí y ahora de lo reprimido dando lugar a su interpretación, sino que sería ya un comienzo de la per- elaboración de lo que nunca será consciente. Es decir, propicia futuro a cambio de destino.
Así como la interpretación surge de una memoria que retorna de lo reprimido abriendo caminos a producciones deseantes y la construcción analítica se dirige principalmente a lo rehusado y desmentido del discurso del Otro propiciándole al sujeto un sostén histórico representativo de su padecer, la per-elaboración posibilita --a semejanza del trabajo del sueño-- que lo no representable pueda asociarse a los impulsos del ello, logrando así una suerte de figurabilidad. Núcleo caudaloso del que se nutre tanto la producción artística como la transferencia analítica.
Si como conjeturamos la constitución de la neurosis de transferencia puede pensarse como el inicio del trabajo per-elaborativo, su instalación en el análisis ya es un avance de la cura y pergeña su continuidad por otros medios. Recordemos que Freud definía a la neurosis de transferencia como lo que se constituye entre la vida y la enfermedad. Esta concepción propondría un concepto de salud original, donde lo principal no sería la ausencia de enfermedad sino la constitución de un espacio “entre” que procese lo que de alguna manera es fuerza vital y padecimiento al mismo tiempo.
Estas palabras con las que Ives Berger se refiere al recuerdo de su madre muerta iluminan emotivamente este acontecer esencial que el psicoanálisis propicia. Las tomo de un pequeño libro llamado “Rondó para Bervely” que escriben y dibujan conjuntamente padre e hijo, John e Ives Berger, como homenaje tierno y bello a la mujer y a la madre amada.
Te veo con tus mejores galas, sonriente, con esa sonrisa tuya que guardo en el corazón.
Delante de mí está Noel Road, donde viviste algún tiempo antes de que yo naciera. Te imagino viniendo por ella, doblando la esquina, con esa misma sonrisa.
Tantas cosas son iguales y tantas son diferentes. Así es, mamá. Y si como me decías a menudo “no se construyó Roma en una hora”, puede que las cosas más importantes las llevemos muy dentro, desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos. Sí, puede que lo que tú llevabas hace cincuenta años cuando cruzabas Noel Road lo lleve yo ahora, mientras estoy aquí sentado delante de la galería. Y si mis pinturas vienen de algún lado, creo que ese sitio podría estar entre tú y yo, entre entonces y ahora. Donde la vida no termina nunca.
Luis Vicente Miguelez es psicoanalista.