En tiempos de minimalismo estético y descarte, Pepe Cibrián atesora infinidad de objetos. Su camarín es una mezcla de santuario familiar y museo en pequeña escala de recuerdos personales: retratos de su padre, su madre y abuela, frascos de perfumes de todos los tamaños y hasta bonsáis artificiales. Sin metáfora, el reconocido director y dramaturgo hace del teatro su casa, algo que asegura haber heredado de su madre, la actriz Ana María Campoy. “Ella tapizaba con tela las paredes del camarín, lo alfombraba y ponía hasta televisión, porque en esas épocas las obras, durante los sábados y domingos, se presentaban a las 5 y a las 10 de la noche, y había siempre dos horas entre cada función, y además las compañías eran grandes. A mí me dejaban ir muy poco. A veces iba los domingos, a la primera función, y yo les rogaba que me dejaran quedar a la segunda. Pero como me levantaba temprano para ir al colegio, mi niñera o mi abuelo iban a buscarme y eso no me gustaba nada. Sufría mucho. Era muy angustiante para mí irme del teatro”, recuerda Cibrián, quien siguió cultivando su amor por las tablas al punto de convertirse en un referente del teatro musical argentino.
En cada temporada teatral, el prolífico artista siempre aporta su sello y esta vez lo hace no con el género que lo consagró, sino con una pieza de texto escrita y dirigida por él, y donde comparte escena por primera vez junto con Viviana Saccone: Por el nombre del padre. Allí, Pepe se convierte en Pato, esposo de Lala (Saccone), con quien comparte una vida y también un secreto que busca revelar, lo cual lo enfrenta ante la indiferencia de sus propios hijos. “Mi personaje tiene un problema, pero como sus hijos, ya grandes, también tienen problemas, y saben que lo que le ocurre a él no es grave, nunca lo escuchan”, detalla el actor quien también interpreta los papeles de Marcelo, uno de los hijos, y de Jacinta, una portera “sin filtros”. “Es bellísimo el amor que Pato y Lala se tienen, y cómo logran llevar adelante con ternura eso que a él le pasa. La obra tiene que ver con lo que pasa hoy, con el derecho a la identidad y a poder vivir la vida como te dé la gana”, sintetiza.
Precisamente, esa misma vocación de seguir el deseo propio es la que lo llevó a Pepe Cibrián a superar obstáculos de salud en los últimos tiempos, y a superar, antes y ahora, las adversidades del oficio. “Estamos en un momento muy duro del teatro y del país. Por ejemplo, hoy no es una época para hacer una obra como Drácula, porque cuesta fortunas”, sostiene al mismo tiempo que confirma que en 2021 podrá verse nuevamente, en el marco de su 30º aniversario, y protagonizada por Juan Rodó, aquella exitosa pieza estrenada en 1991 que se convirtió en un emblema del musical en el país.
- ¿Cómo surgió la escritura de Por el nombre del padre?
- No lo sé. Hay obras que tengo clarísimo cómo aparecieron, como Drácula, que surgió por necesidad, o como El Jorobado, porque me lo sugirió Enrique Pinti cuando después de Drácula no sabía qué escribir. Pero en este caso no sé.
- Es una obra que habla de los vínculos, la familia, y donde también aparece el tema de la comunicación, de cómo cuesta escuchar a los otros y empatizar…
- Sí, habla de la incomunicación. En el último tiempo, empecé a usar Tinder, porque no soy muy salidor y entonces es difícil para mí conocer a alguien. Y conocí a algunas personas maravillosas, pero también hablé con más de veinte que te ponen like, te hablan tres días y después no te hablan más.
- ¿Y por qué cree que en un tiempo donde sobran medios cuesta comunicarse?
- Por eso mismo, porque nos sobran medios. Es brutal la virtualidad, y creo que la gente está con mucho miedo de comunicarse, y al mismo tiempo deseando salir de un mundo en el que estamos siempre al borde de la bomba atómica.
- En la obra Viviana y usted componen a múltiples personajes. ¿Cuando la escribió ya había pensado en esa posibilidad?
- Sí. Me parecía interesante el desafío actoral de poder pasar de un personaje a otro en un segundo. Yo no había trabajado con ella, y esta obra requería que la actriz fuera graciosa. Y cuando empezamos a hacer lecturas, me pareció genial. Es un placer trabajar con ella. Nos divertimos, nos acompañamos y nos apoyamos.
- Con este nuevo estreno volvió a ejercer el triple rol de autor, director y actor. ¿Qué oficio disfruta más?
- Actuar me fascina. Dirigir también me gusta, pero eso implica tener a cargo otras disciplinas, y tengo ganas de delegar un poco. Y escribir me encanta. Ya estrené 55 obras escritas por mí, pero ahora también estoy proyectando hacer una obra que no es mía.
- ¿Qué es el éxito?
- Hacer lo que me gusta. Yo he tenido muchos privilegios. Siempre mis padres me ayudaron a poder hacer lo que me gustaba. Empecé en sótanos, feliz de la vida. No es que papá me alquiló El Nacional para que yo estrenara (risas), pero en esos sótanos me ayudaban. De hecho, produjeron Aquí no podemos hacerlo. Siempre han estado a mi lado. Y después aparecieron personas como Tito y Ernestina Lectoure que me dieron el Luna Park para hacer Drácula y me cambiaron la vida también.
- Usted ahí también asumió el riesgo.
- Sí. Yo estaba muy mal económicamente. Papá estaba enfermo, mamá no tenía trabajo en ese momento, y yo venía de dirigirla en el musical Las dulces niñas, al que no había ido nadie. Yo estaba angustiado y desesperado, porque ya había hipotecado mi casa, había vendido un auto y había perdido los diez mil dólares que tenía ahorrados. Entonces se me ocurrió llamar a Lectoure para que me produjera. El me atendió pensando que yo era mi padre, y nos reunimos al otro día. Pero no tenía la más remota idea de qué presentarle, y se me ocurrió Drácula, pero como se me podría haber ocurrido Hansel y Gretel. No había leído la novela y lo único que sabía era que chupaba sangre (risas). Lectoure confió en mí, y tiempo después le pregunté: “¿Por qué me diste tanto?”, y me respondió: “Porque estoy acostumbrado a hacer campeones”.
*Por el nombre del padre puede verse en el Teatro Picadilly (Corrientes 1524), de miércoles a sábados a las 20.30 y los domingos a las 20.