Desde Barcelona
UNO Bienaventurados los que creen en un dios o en varios dioses; porque de ellos será la tranquilidad de que esa perturbadora sensación que sienten en cuanto a que su voz no es la de ellos no es algo maldito sino bendito. Y poder así experimentar el gozo de que ese alguien que les obliga a decir y a hacer esas cosas que conforman o deforman la vida tiene raíces o ramas divinas, magistrales, perfectas. Y que por ello todo posee un sentido secreto que los trasciende pero, también, los ilumina como a elegidos. Y que entonces pueden apoyarse y refugiarse o disculparse o enorgullecerse de sus ataques o retiradas diciendo (porque alguien o algo se los hace decir) aquello de “te juro que era como si una fuerza extraña me obligase a…”. Y recién entonces soltar el cuchillo ensangrentado, o el bolígrafo con el que marcaron la apuesta ganadora del Euromillón, o a ese cuerpo ajeno que tanto tiempo (tiempo que va de un segundo de sombra a un año luz) se quiso propio. Ese cuerpo que por fin se posee para ser poseídos como lo fuimos –para bien o para mal, como cuando éramos niños e hijos sin hijos– por ese muñeco favorito que nos robaba la voz y al que sosteníamos para no caernos.
DOS Una de las variantes clásicas de este efecto se experimenta seguido y se reporta frecuentemente en la práctica de la literatura, piensa Rodríguez mientras escucha a Enrique Vila-Matas presentar Mac y su contratiempo: su flamante y justicieramente atípico habitante en las tan predecibles listas de best-sellers. Vila-Matas conversando con Anna María Iglesia en el auditorio desbordado de lectores en una biblioteca de un barrio de Barcelona que a partir de ahora, cortesía del libro en cuestión, será conocido para siempre como El Coyote. Allí, iluminaciones súbitas, instrucciones desde algún lugar, sueños que se anotan y que crecen a cuentos o novelas. Sentirse un médium, un intermediario, como el muñeco que –si hay suerte– pertenece a un ventrílocuo genial que escoge las palabras justas.
Y Mac y su contratiempo es una novela de cuentos o un libro de cuentos novelado que pertenece al género de “con ventrílocuo” o, si se prefiere, “de Vila-Matas”.
TRES Porque Vila-Matas –piensa Rodríguez mientras lo escucha sonreír y arrancar risas a los asistentes con las cosas que dice o alguien le dice que diga– lleva ya mucho tiempo y muchos títulos en esto de ventriloquear. Vila-Matas, se sabe, es un maestro no de la cita a ciegas sino de la cita visionaria de calibre 20/20 (Kakfa y Walser suelen ser quienes con mayor frecuencia la prestan sus lentes); pero también, de un tiempo a esta parte, hay que convenir que el autor barcelonés ha coronado esa cumbre que pocos alcanzan: el no sólo tener estilo sino que ese estilo se convierta en su propia influencia. Ya se sabe: el apellido mutando a adjetivo (lo vila-matiano). Y, en Mac y su contratiempo, consiguiendo la hazaña singular y muy poco frecuente de transformarse en el ventrílocuo de un libro propio. Sí: Mac y su contratiempo contiene muñeco y voz y manipulador como ya los contenía, en 1988, Una casa para siempre. Y no se sabe si es el anterior el que anticipa al de ahora o si el de aquí mismo revisita al de allá entonces. Y está bien que así sea, piensa Rodríguez; porque tampoco nunca queda del todo claro quien es el amo y señor de la función: ¿el muñeco o el muñequero? Lo que ahí importa y vale es la voz. Y que no se note que mueves los labios (la lectura es el ventrílocuo y la escritura es el muñeco, o viceversa) mientras lees o mientras escribes.
CUATRO Y, sí, las resonancias ventriloquistas suelen tener siempre un aire siniestro. Rodríguez se acuerda de toda esa madera poseyendo a toda esa carne en películas como The Great Gabbo o Dead of Night o Magic, o en episodios clásicos de The Twilight Zone y de Alfred Hitchcock Presents, o de esos monstruos chillones ibéricos (viejas y cuervos) en las pantallas en blanco y gris de TVE durante el largo crepúsculo de Franco que llega hasta nuestros días. Lo de Mac y su contratiempo es más sutil aunque igual de inquietante. Porque trata de lo que trata toda fábula ventriloquiana o, si se lo piensa un poco, cualquier ficción más o menos real: sobre el deseo de dejar de ser uno o de ser dos o de ser otro u otros.
Así, aquí el vencido Mac escucha a su triunfal vecino y narrador Ander Sánchez despreciar una de sus obras de juventud. Así que Mac decide abducirla y reescribirla y hacerla suya convirtiéndola en un conjunto de relatos a la manera de (G. K. Chesterton, John Cheever, Djuna Barnes, Ernest Hemingway, Raymond Carver, Bernard Malamud, Marcel Schwob, Jean Rhys, Edgar Allan Poe) y en falso libro póstumo que garantizase su inmortalidad. Enseguida, Mac descubre lo que sabe todo aquel que escribe: la vida toda es literatura y la literatura no es otra cosa que repetición (como se repiten función tras función los chistes de un ventrílocuo y su muñeco). Sólo hay que saber modular y escuchar para comprenderlo. Una vez comprendida esta tan compleja sencillez: lo único que queda es el gesto último y definitivo y fuera de programa de la fuga en abismo. Y allá va Mac hasta alcanzar la última página y la sabiduría primera de un “Yo soy uno y muchos y tampoco sé quién soy”. En este sentido (desatado, aunque jamás confundir a un muñeco con un títere) con Mac descubriéndose como escritor por escrito, el ventrílocuo Vila-Matas (quien ya sabe que lo es y sabe lo que es eso desde hace décadas) acaba montando una retrospectiva de su obra que no es otra cosa que su vida. De ahí que –luego de que Vila-Matas se exhibiese a sí mismo en ese díptico compuesto por Kassel no invita a la lógica y Marienbad eléctrico– visitar Mac y su contratiempo resulte en tiempo a favor de una suerte de summa estética y credo existencial y obra maestra orientadora que comprende y redondea a todo lo que pasó y, seguro, a todo lo que pasará. Todo eso que no es otra cosa que lo que queda por leer para después sentarse a que lo que leíste te diga, ventrilocalmente, lo que queda por escribir y…
CINCO (…entre paréntesis: Rodríguez no lo sabe –aunque, como el Philip K. Dick que se invoca en el libro de Vila-Matas, lo intuya– pero él es mi muñeco. Yo lo muevo y lo hago pensar y decir y estamos de acuerdo en algunas cosas y en otras no, pero en esto sí coincidimos: Una casa para siempre era nuestro libro favorito de Vila-Matas hasta este Mac y su contratiempo. Ahora, claro –como en pesadillas ventriloqueras donde el pequeño gigante se rebela– Rodríguez vuelve a casa caminando y diciéndose que Mac y su contratiempo es lo mejor que ha hecho Vila-Matas hasta ahora; mientras que yo le digo que Una casa para siempre es uno de esos libros sin los cuales yo no sería, para bien o para mal, el escritor que soy; y que sin ese libro jamás lo hubiese escrito a él o a estas líneas. Digámoslo así: Una casa para siempre es uno de mis más grandes amigos desde hace tanto, mientras que Mac y su contratiempo va a serlo a partir de ahora. Y así quedamos y en eso estamos, terminada la presentación, Rodríguez y yo: yéndose cada quien por su lado, pero unidos para siempre por una misma voz que no es la nuestra pero que, como es la de Vila-Matas, es como si lo fuera. Y sí: para esto y por eso es que sirve la literatura, la literatura a la que siempre serviremos.)
SEIS Los ventrílocuos (del latín ventrilocuus) preguntan con el bajo vientre.
Los muñecos responden con alta y buena madera.
Los lectores leen con las tripas.
Los escritores escriben con el cerebro.
Y todos juntos aplauden a ese muñeco que se sostiene con las manos o sobre las rodillas y que no para de hablar y que se llama libro.
Este libro.