El palacio de Buckingham anunció otro capítulo del novelón de la monarquía británica cuando un comunicado avisó que Harry y Meghan no van a usar más el título de altezas reales, no van a recibir más fondos del estado y van a devolver tres millones de dólares que se gastaron en remodelar su residencia en el castillo de Windsor. El anuncio es inédito en la historia del reino y busca cerrar una crisis que comenzó hace diez días cuando el nieto de la reina Isabel II y su esposa norteamericana dijeron públicamente que querían renunciar a sus deberes reales.
La pareja piensa pasar la mayoría del año en Canadá y más adelante en Estados Unidos, y si bien el arreglo entre la familia afirma que Harry seguirá manteniendo algunos deberes hacia su abuela, no se aclaró qué serían esas tareas. Sí se precisó que Harry y Meghan van a seguir siendo los duques de Sussex, un título que pertenece a la familia real.
El arreglo, que la reina ordenó esta semana e hizo que se reunieran sus asesores con los de la pareja, incluye un límite estricto: los duques pueden trabajar y facturar, pero sólo en actividades que "no contradigan los valores de su majestad". La frase bloquea que su nieto y su mujer terminen haciendo propaganda de jabones, por ejemplo, o dando conferencias políticas.
Es la segunda vez que una esposa norteamericana divide a la familia real. En 1936 Wallis Simpson terminó causando la abdicación del tío de la actual reina, y en 1997 la muerte de Diana Spencer, princesa de Gales y madre de Harry y su hermano mayor Guillermo, causó otra crisis de popularidad para la reina.
Algo notable, el culebrón familiar monopoliza la atención de una mayoría de británicos que no podrían ni empezar a explicar para qué sirve mantener una familia real.